Suele ocurrirle a los movimientos lo que a las mareas, después de la crecida, dejan otra vez la orilla despejada. Hay quién se imagina que el agua acabará por rebasar los diques de contención y los que siempre apuestan por los pantanos secos y vacíos. Con Mayo del 68 sucede algo parecido. Después de poner París patas arriba en una de las mayores y exitosas huelgas y disturbios que se recuerdan, el general De Gaulle ganó las elecciones y la marea volvió a retirarse. Pero quedaron intactos para la Historia el aroma sensual, como decía el poeta Octavio Paz, y esa playa, imaginaria, escondida bajo los adoquines que volaban desde las barricadas del Boulverad Saint Michel hasta las filas de los antidusturbios (según Pasolini, el único proletariado presente en la función).
1968 fue un año mítico para todos los agitadores. Serrat cantaba Paraules d’ amor y Brassens La mala reputación, dos de las canciones querecordamos en una playlist con los mejores temas de ese año. En los Estados Unidos los hijos de las flores deshojaban la margarita de Vietnam. En Praga, un tipo llamado Dubcek le quiso pintar una cara amable al socialismo soviético y erró el tiro. En México muchos estudiantes que pedían un cambio de rumbo al autoritarismo del PRI fueron acribillados en la plaza de Tlatelolco. En Madrid la policía insinuó que el estudiante Enrique Ruano se había suicidado. Y en Berlín un nazi le metió tres balas en el cuerpo a un icono de la megafonía revolucionaria, Rudi Dustchke. Demasiada pólvora, acaso, para una primavera que recordamos en las páginas de este monográfico especial.
Pero fue París el que de nuevo conquistó las portadas y los corazones en la revuelta más romántica (y fotogénica) de los últimos tiempos. Estudiantes y obreros, maoístas y trotskistas, melenudos y ferroviarios, feministas y artistas, se sumaron al contagio de una fiebre que anunciaba que el mundo necesitaba cambios desde lo más básico (el sexo, la familia) hasta lo más sagrado (libertad, igualdad, fraternidad). París sumó otro escenario a su liturgia. Si en 1789 fue la toma de la Bastilla y en 1871 La Comuna, el Mayo del 68 consagró la Rive Gauche como la arteria principal de un afluente en el que la izquierda compartió desde entonces café, cigarrillos y dolor de cabeza a partes iguales.
El 68 fue y sigue siendo un mar de contradicciones, pero hay que reconocerle un mérito indiscutible: los jóvenes se soltaron definitivamente la melena, empezaron a ser distintos de sus padres, las mujeres acometieron un futuro no marcado exclusivamente por la maternidad, la mayoría reclamaron el derecho a soñar y la desobediencia adquirió el prestigio que todavía hoy conserva, al menos entre quienes pensamos que los adoquines pueden volar.
Ver másEl cine con el que combatió Mayo del 68
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