Ya se sabe que el tiempo es lo más valioso que uno puede gastar, un bien perecedero que medimos convencionalmente en segundos, minutos, horas, días, semanas, meses o años. Pero cada cual, conscientemente o no, mide y valora el tiempo según su propia escala. Uno puede contar su vida por los matrimonios contraídos, por los hijos nacidos, por los funerales en los que lloró, por los árboles plantados, por los empleos perdidos o por los libros disfrutados. Conocí a un cura en León que decía: “Mi vida son 8.350 misas”. O las que ese día sumara. Un colega de la universidad medía su pasado por el número de polvos.
En la era digital, el tiempo vuela consumiendo gigabytes. Almacenamos lo útil y lo inútil, lo que nosotros decidimos y lo que otros deciden por nosotros. En lugar de hojas del calendario la vida pasa en forma de pantallazos. Somos un álbum de selfis o una sucesión de memes. Acumulamos el ruido (y la furia). Pero cada cual puede negociar su relación con el mundo de otra manera.
Hace cuatros años y medio, en marzo de 2013, nacieron simultáneamente el diario digital infoLibre y su hermana en papel, tintaLibre. Si uno echa la vista atrás, podría medir el tiempo transcurrido con esta unidad contable: han pasado 50 tintaLibres. Por aquella fecha casi todas las discusiones en torno al periodismo arrancaban y terminaban confrontando el papel y lo digital, pronosticando el tiempo de vida que le quedaba al primero o vaticinando las millonarias audiencias del segundo. Hemos perdido la cuenta de las veces que algunos colegas han anunciado los funerales del papel (aunque sigan engordando sus bonus gracias a la agonizante rotativa).
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Hoy ya no es así, salvo entre quienes parecen seguir habitando planetas ignotos. El debate entre lo digital y el papel quedó hace mucho tiempo superado. Lo que sigue en discusión es mucho más trascendente: lo que está en riesgo es el periodismo y su función democrática esencial. Lo que importa no es si uno se informa a través del móvil o de un periódico sino si puede confiar en la información que recibe y en la honestidad e independencia de quienes hablan y escriben.
Lo dijimos desde el primer día y lo mantenemos tras comprobar que tintaLibre sigue creciendo después de 50 números. De la mano de nombres como Javier Valenzuela, Miguel Ángel Villena o, a partir de ahora, Ramón Reboiras, intentaremos seguir demostrando que el papel es un soporte idóneo para alejarse del ruido y la furia, para profundizar en la investigación de los poderosos o para leer con el suficiente reposo esas crónicas insuperables del periodismo latinoamericano. Desde hoy con un diseño renovado y con la ambición de acoger nuevas ideas, firmas, talentos… Dispuestos a evolucionar permanentemente. Como le pasa al tiempo.
Ya se sabe que el tiempo es lo más valioso que uno puede gastar, un bien perecedero que medimos convencionalmente en segundos, minutos, horas, días, semanas, meses o años. Pero cada cual, conscientemente o no, mide y valora el tiempo según su propia escala. Uno puede contar su vida por los matrimonios contraídos, por los hijos nacidos, por los funerales en los que lloró, por los árboles plantados, por los empleos perdidos o por los libros disfrutados. Conocí a un cura en León que decía: “Mi vida son 8.350 misas”. O las que ese día sumara. Un colega de la universidad medía su pasado por el número de polvos.