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El verano en el que Letizia Battaglia no pudo sacar ni una sola foto

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Marina García Diéguez

Letizia Battaglia dejó de fotografiar aquel verano de 1992 en el que la mafia había asesinado al magistrado Giovanni Falcone en mayo y, a su sucesor, Paolo Borsellino en un julio tórrido en Palermo. La que había sido la fotógrafa de los años de plomo de la guerra entre Cosa Nostra y el Estado, la que había visto decenas, centenares de cuerpos sin vida masacrados por las balas de quien creía que aquella ciudad era suya en un reguero de sangre que duraba varios años, sintió que aquello era demasiado, que el horror teñía por completo la realidad. La consistencia de su cuerpo pequeño pero fuerte, de su melena corta, de sus gafas y de la cámara que sostenían sus manos desde que era jovencísima, y mujer en un mundo de hombres, dijeron basta. El asesinato de las dos personas que más habían luchado porque la mafia fuese considerada como lo que era, una asociación criminal entrometida hasta lo más profundo de la sociedad italiana y siciliana, fue demasiado para su mente y huyó, en un intento fallido, de abandonar la isla que era casi como el cuadro del Guernica.

No había consuelo. Se fue unos meses a París a divagar y a no hablar con nadie, como relata para este reportaje el histórico periodista de La Repubblica en Sicilia, Attilio Bolzoni, amigo y compañero de Battaglia, cómplice en muchas ocasiones, y también espectador de una realidad dolorosa que salpicó para siempre la historia de Italia. La que muchos llamaron "la fotógrafa de la mafia" murió este pasado mes de abril justo cuando estaban a punto de cumplirse, casi un mes después, el 23 de mayo, los 30 años del asesinato del magistrado Giovanni Falcone. Fue el caprichoso destino que hizo que coincidieran casi al mismo tiempo dos hechos que conmocionan especialmente al meterlos en un mismo cuadro. Solo tres décadas después se puede hacer una lectura de quiénes eran los que contaron aquella Italia y cómo es ahora, el mundo que dejaron y que ayudaron a construir con su activismo, que era también su trabajo a favor de la verdad. 

Hace treinta años, en la curva de la autopista A29 de la zona entre Capaci y l’Isola delle Femmine, mataron al juez antimafia Giovanni Falcone y a su esposa, la también magistrada Francesca Morvillo, y a tres escoltas. Pero es importante entender en lo que se había convertido el magistrado para personificar el mayor enemigo de la Cosa Nostra, la histórica organización mafiosa siciliana que aún opera a día de hoy, en una estrategia silenciosa y cambiante, quizás menos peligrosa, pero igualmente corrosiva para Italia. 

El precio más caro 

Dicen quienes en aquellos años vivieron en lo que se había convertido Falcone que su tenacidad no entendía de miedo, ni tan siquiera ante la brutalidad de la mafia. Lo cuenta Bolzoni, que dice que aquel año cambió todo y nada para Italia. Al escritor Roberto Saviano le dio para escribir una novela, publicada hace apenas unas semanas en Italia, en la que compone la vida de un héroe y que lleva por título Solo è il coraggio (Solo es el coraje) una palabra fundamental para un hombre que se enfrentó al crimen y a los tentáculos de un pulpo que lo controlaba todo en Sicilia: los directores de los bancos que manejaban el dinero de la mafia, la sociedad sometida a su dictadura y el propio Estado, en un sistema lleno de hilos transparentes que lo conectaban todo. Ser un hombre justo era pagar el precio más caro. Tanto Falcone como Borsellino emergieron contra diez años de matanzas indiscriminadas a cargo de Totò Riina, el mafioso más buscado de Italia, que había hecho y deshecho a sus anchas creando el horror en Palermo y que había inaugurado la etapa más negra de Cosa Nostra.

De aquel maxiproceso, que duró desde 1986 hasta 1992, poco después Falcone pagó el precio con su muerte, se podrían decir muchas cosas. Impresiona volver a ver los vídeos, disponibles en documentales y en plataformas como YouTube, donde se ve a un grupo de hombres testimoniar en un gesto estremecedor en el que se le ponía por primera vez voz y rostro a la mafia. Los pentiti (arrepentidos) fueron una figura fundamental para aquellos años y aquel trabajo de unos magistrados valientes. Aquellos mafiosos que se acogieron a varios beneficios penitenciarios a cambio de dar cuenta de las piezas de un sistema que en la cabeza de Falcone comenzaba a encajar. El nombre de Tommaso Buscetta fue fundamental, el primer gran arrepentido de Cosa Nostra que permitió unir partes, cuentas y nombres que, como dice Saviano en su libro, ya estaban en la cabeza de un Falcone visionario e inteligente, pero que necesitaban ponerse sobre el papel para demostrar que lo que se tenía entre manos era una de las cosas más gordas y trascendentales que había visto el país. 

Aquello le permitió poner negro sobre blanco un sistema que construía en Palermo con el tráfico de la heroína entre Sicilia y Estados Unidos. Le ayudó ser palermitano, su intuición siciliana le hizo tener una visión única del problema. Falcone logra que se sienten en el banquillo 400 mafiosos y dicta condenas que suman más de 2.500 años. Aquellos años los pasó en la isla de Asinara, protegido en una fortaleza con su familia para poder afrontar un caso, un macrocaso, tan peligroso. 

Tiziana Barillà, periodista y escritora italiana, habla del rol de aquellos magistrados que cambiaron para siempre no solo Italia, también fuera de estas fronteras. “Elaboraron un método para todos los magistrados del mundo”, dice. Controlar las transacciones económicas en la isla, una de las principales herramientas en la investigación de Falcone, sirvió para ponerle números a un sistema de criminalidad organizado con precisión. Recuerda, también, la soledad de aquellos años donde todos los que cubrían ese rol terminaban asesinados. Así fue para Rocco Chinici, el padre profesional de Falcone, que murió en un Fiat 126 con 75 kg de explosivos en 1983. “Que ellos mismos estuviesen en peligro era una prueba, su muerte también. Por eso antes de que lo asesinasen ninguno respetaba a Falcone, incluso lo acusaron de calumnias cuando un intento de asesinarlo fue fallido, decían que lo había hecho él mismo para llamar la atención. Es el mismo motivo por el que hoy aún hay mucha gente que dice que Saviano miente, porque sigue vivo”, explica Barillà. “Cada persona que se hacía cargo de ese rol terminaba asesinada, pero ellos no sentían el peligro, cuando normalizas tanto el horror sucede dentro de la cotidianidad”, añade la periodista. 

Son dos historias que se entienden mejor juntas: la de Letizia Battaglia y la de la strage (masacre) que terminó con los dos magistrados con pocas semanas de diferencia. Bolzoni recuerda cómo fue pasear estos últimos años de vida con la fotógrafa por Palermo, donde no podías dar dos pasos sin que la reconocieran, ella que retrató también a las mujeres sicilianas como musas de una sociedad compleja y machista. Era, sin duda, también la fotógrafa de la calle y ese fue su legado, la fama con decenas de premios internacionales y la lealtad de todos los palermitanos, que la reconocían y admiraban. Allí murió, a muy pocos pasos, siempre en Sicilia, en la ciudad costera de Cefalú a los 87 años. Ella que llegó a fotografiar ocho muertos al día a manos de la mafia, que corría tras ir al lugar del crimen a su estudio, revelaba las fotos y luego las soltaba con fuerza encima de la mesa de los periodistas con un ruido que retumbaba en toda la redacción. Porque su trabajo silencioso, de quien se esconde y se entromete para hacer una foto, consiguió poner a la mafia y sus años más duros ante los ojos del mundo. 

Decía Letizia en sus últimos años, con el pelo teñido de rosa intenso, siempre irreverente, que no sabía reconocer la mafia de hoy en día, que no sabía cómo contarla en sus fotos porque era impalpable. Su apellido, Battaglia, era el destino de un nombre. Bolzoni coincide, aún hoy cuando escribe de la mafia en el periódico Domani después de hacerlo durante tantos años con todas las etapas que vivió la Cosa Nostra. “No hay sangre ahora, por suerte, pero ahí siguen. Un mafioso dijo una vez: la política es para nosotros mafiosos como el agua para los peces. Es el poder el oro más buscado, y no tiene nada que ver con la derecha o la izquierda, donde está el poder ahí está la mafia”, explica el periodista. Es ahí donde están, difusos, escondidos, siempre vivos. 

A día de hoy casi 300 personas viven con escolta en Italia. También Saviano que se mueve ahora por todo el país a presentar su nuevo libro que habla de un magistrado asesinado por la mafia con un séquito de “ángeles de la guarda”, que ahora, más bien desde hace ya mucho, lo protegen a él.

Letizia Battaglia dejó de fotografiar aquel verano de 1992 en el que la mafia había asesinado al magistrado Giovanni Falcone en mayo y, a su sucesor, Paolo Borsellino en un julio tórrido en Palermo. La que había sido la fotógrafa de los años de plomo de la guerra entre Cosa Nostra y el Estado, la que había visto decenas, centenares de cuerpos sin vida masacrados por las balas de quien creía que aquella ciudad era suya en un reguero de sangre que duraba varios años, sintió que aquello era demasiado, que el horror teñía por completo la realidad. La consistencia de su cuerpo pequeño pero fuerte, de su melena corta, de sus gafas y de la cámara que sostenían sus manos desde que era jovencísima, y mujer en un mundo de hombres, dijeron basta. El asesinato de las dos personas que más habían luchado porque la mafia fuese considerada como lo que era, una asociación criminal entrometida hasta lo más profundo de la sociedad italiana y siciliana, fue demasiado para su mente y huyó, en un intento fallido, de abandonar la isla que era casi como el cuadro del Guernica.

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