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Tinder y la UE contra la Bielorrusia de Lukashenko: ¿es posible la democracia en el mayor aliado de Putin?

El presidente de Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko.

El pasado miércoles 14 de febrero, San Valentín, el amor se acabó en Bielorrusia. Ese día fue el último en el que los bielorrusos pudieron buscar a su alma gemela mediante la popular aplicación de citas online Tinder, la cual comunicaba hace algunas semanas su intención de abandonar el país en esa icónica fecha para los enamorados. Y no, la razón de su huida no responde a que el amor se les ha acabado a los bielorrusos, sino que tiene como culpable a una persona muy poco relacionada con asuntos románticos: Aleksandr Lukashenko.

El dictador es el alfa y el omega de todo lo que sucede en el país aliado de Putin pero ¿qué tiene que ver Tinder con él? Paradójicamente, mucho. La conocida app ya se fue de Rusia tras la invasión de Ucrania en febrero de 2022, pero en Bielorrusia la empresa ha tenido que tomar esta medida por un motivo realmente inquietante. Además de su colaboración con Putin, informaciones de varios medios apuntaban a que Lukashenko habría usado la famosa aplicación de citas para investigar y descubrir a opositores del régimen autocrático que preside.

Las alarmas saltaron a finales de 2022, cuando una mujer fue detenida en Minsk, la capital bielorrusa, por unas fotos de su perfil Tinder donde se la veía participando en una manifestación crítica contra Lukashenko. Las imágenes fueron filtradas a la policía, que procedió a arrestar a la mujer en lo que fue otro ejemplo del régimen de terror  del dictador bielorruso, en el poder desde 1994, y que desde 2020 acumula condenas y sanciones por parte de la Unión Europea y de la comunidad internacional por sus prácticas contrarias a los derechos humanos. 

El último ejemplo de rechazo internacional viene desde el Parlamento Europeo, que hace unos días aprobó una resolución donde metía a Bielorrusia en el mismo saco que dictaduras como Irán o Nigeria. En ella, denunciaba la “ola de detenciones masivas” en el país a miembros de la oposición y pedía la “liberación inmediata e incondicional y la compensación de más de 1.400 presos políticos, así como de sus familias y otras personas detenidas arbitrariamente”. La resolución llegaba en un momento donde, además, medios internacionales vinculados a la oposición de Putin denunciaban que Rusia y Bielorrusia estarían realizando listas de opositores conjuntas para coordinar su represión.

Dentro de estos registros estarían por parte del régimen de Lukashenko unos 3.700 nombres, que se sumarían a los 13.000 perseguidos por Rusia. En ellos estarían políticos, periodistas y activistas que son incluidos bajo la denominación de “extremistas”, precisamente el mismo calificativo que el régimen de Putin usó para condenar a 19 años de cárcel al opositor Aleksei Navalni, fallecido en circunstancias sospechosas en prisión este pasado viernes

“Desde 2020, la oposición al régimen de Lukashenko ha sido muy difícil y los críticos o han salido del país o han sido encarcelados. De hecho, hemos visto cómo se obligaba a parar un avión para detener a un opositor que iba dentro. Durante estos cuatro años el régimen ha demostrado una capacidad de persecución espectacular en multitud de circunstancias”, explica Mira Milosevich, investigadora principal para Rusia, Eurasia y los Balcanes del Real Instituto Elcano. 

Pero ¿por qué 2020 es un punto de inflexión? Ese año hubo elecciones en Bielorrusia. A ellas se presentaban, como siempre, el autócrata Lukashenko y un candidato de la oposición que podía hacerle sombra: Serguéi Tijanovski. Sin embargo, tan solo dos días después de anunciar su intención de presentarse, fue detenido y encarcelado por el régimen, por lo que fue su esposa, Svetlana Tijanóvskaya, quien se presentó para aglutinar a toda la oposición contra el régimen. Las maniobras de Lukashenko continuaron el día de los comicios, donde todos los candidatos pidieron la invalidación de los resultados oficiales, los cuales daban un 80% de los votos al dictador, por las irregularidades y las manipulaciones que el régimen habría realizado durante las mismas.

Las alegaciones de la oposición fueron secundadas por masivas manifestaciones por parte de los ciudadanos en todo el país, las mayores de su historia. En ellas, miles de personas fueron encarceladas después de duros enfrentamientos contra la policía de Lukashenko y la propia Tijanóvskaya tuvo que huir de Bielorrusia para evitar su detención. Desde ese momento y sobre todo a partir de la guerra de Ucrania, la UE reacciona cíclicamente con sanciones hacia el país.

Sin embargo, la oposición no tiene una opinión unánime con respecto a las sanciones venidas desde Europa. La experta asegura que, por un lado, se encuentran los disidentes exiliados, liderados por Tijanóvskaya, los cuales piden continuamente más castigo hacia el autoritarismo de Lukashenko, y por otro, la oposición interna, que está dividida entre quienes defienden las sanciones y los que critican que estas realmente a quienes afectan y ahogan son a los ciudadanos bielorrusos.

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“Es una cuestión compleja porque esta parte crítica opina que es muy difícil promover una idea de acercamiento a Europa y de democratización cuando el país está bajo sanciones europeas y la gente las sufre”, explica Milosevich. Y continúa: “El nivel de vida en Bielorrusia nunca ha sido para tirar cohetes y lo que para occidente puede ser muy dramático, para ellos es algo a lo que están acostumbrados”. Por ese motivo, no cree que estas sanciones por sí solas vayan, a largo plazo, a hacer caer el régimen de Lukashenko. Además, también descarta que se vaya a producir ningún tipo de impulso democratizador mientras la guerra de Ucrania continúe y el dictador siga vivo.

En este sentido, existen dos motivos que, a juicio de la experta, descartan un surgimiento en Bielorrusia de un movimiento de acercamiento a la Unión Europea como el ocurrido en Kiev en 2013. “En primer lugar, los bielorrusos no quieren una guerra tal y como ha sucedido en Ucrania. De hecho, los ucranianos suelen reclamarles y criticarles porque, según ellos, no fueron hasta el final con las protestas. Ellos no querían un Maidán porque sabrían que Rusia respondería y eso significaría un conflicto bélico”, explica Milosevich.

El otro motivo al que aduce es, precisamente, a la colaboración con Rusia para la reprimir a la oposición y limitar la participación democrática de los electores. Putin aprendió con las masivas protestas en 2011 en su país que debía construir un sistema perfecto para reprimir a los disidentes y, como el dirigente ruso trata a Bielorrusia como una parte más de su territorio, aplica allí los mismos procedimientos que en el interior. “La UE es una organización que atrae a los bielorrusos pero mientras Lukashenko siga vivo es imposible un acercamiento. Sin embargo, ya es una persona mayor y en algún momento tendrá que morir. En ese momento, cuando llegue una persona diferente podría haber una oportunidad”, comenta la experta. Algo para lo que sería fundamental una oposición que, actualmente, está descabezada dentro del país y a la que la Unión Europea debe cuidar si quiere una Bielorrusia lejos de los tentáculos de Putin.

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