Meloni y Abascal sí, LePen y Salvini no: el cordón sanitario de quita y pon del PP europeo

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“El problema de flirtear con la ultraderecha es que empiezas a pensar igual que ellos”, decía en 2019 un político europeo perteneciente al Partido Popular Europeo al ser preguntado por los posibles pactos de los conservadores con los movimientos de derecha radical de la Eurocámara. “Esa no es mi intención, en absoluto”, continuaba sobre un posible diálogo con la ultraderecha.

“El papel positivo de Meloni en Bruselas, en el Consejo Europeo, es ampliamente apreciado. Me impresionó oírla hablar públicamente en apoyo de Ucrania. A nivel internacional, solo oigo sus declaraciones proeuropeas”. Podrían parecer declaraciones venidas de dos personas completamente diferentes, pero ambas son del mismo político conservador, Donald Tusk, actual primer ministro polaco y una de las voces más respetadas del PPE a nivel europeo. También una de las más críticas en el pasado con los pactos con la derecha radical, ahora, sin embargo, pasa de negarlos a verlos con mejores ojos en función del país y de las circunstancias. El único cambio entre unas palabras y otras ha sido el tiempo, en concreto, 5 años, en los que los conservadores han roto a nivel nacional el cordón sanitario con la ultraderecha y en los que muchos de sus líderes, como el propio Tusk, han virado su postura.

El cambio de discurso por parte del PPE en países como España, Suecia o recientemente Croacia, donde ya han llegado a acuerdos con partidos radicales parece ahora escribir un nuevo capítulo en las próximas elecciones europeas del 9 de junio. Tras años de acercamiento, los resultados de los comicios, en los que se prevé una victoria holgada del PPE y una gran subida de los grupos euroescépticos, pueden derribar una de las pocas barreras que quedan aún por tumbar en la relación entre derecha y derecha radical.

En lo que llevamos de precampaña, el partido liderado en el Parlamento Europeo por Manfred Weber, baluarte de la posición favorable a los pactos con la derecha radical, no ha tratado ni siquiera de esconder su intención de llegar a acuerdos con este tipo de fuerzas. Primero fue en el debate de Maastricht entre los candidatos de los diferentes partidos para liderar la Comisión, donde la actual líder de la institución, Ursula von der Leyen, no cerró la puerta a acuerdos con el grupo ultraderechista de los Conservadores y Reformistas (ECR), asegurando que los pactos dependían de la composición del parlamento. El segundo fue este pasado miércoles cuando los conservadores no se adscribieron a un manifiesto firmado por el grupo socialdemócrata, liberal, verde y de izquierdas de la Eurocámara en el que se comprometían a no pactar con los partidos de extrema derecha tras el ataque ultra en Alemania a un político del SPD mientras pegaba carteles.

La actitud del PPE con respecto a la extrema derecha llama la atención en boca de Von der Leyen, la cual ha presumido siempre de tener una buena relación con los socialdemócratas, como en el caso de Sánchez y de mantener posiciones alejadas de los extremistas. De hecho, la alemana, condicionada por el apoyo necesario de los socialdemócratas, los verdes y los liberales, ha impulsado iniciativas en el Parlamento relacionadas con el Pacto Verde y el cambio climático que han suscitado las críticas en el sector más duro del PPE. “Como pasa en los diferentes países, los conservadores europeos tienen el dilema de cómo combatir a este tipo de partidos. ¿Lo hago a lo Von der Leyen, que hasta hace unas semanas decía que había que distanciarse de ellos o lo hago a lo Weber? Creo que por la existencia de este dilema ya se ha abierto la posibilidad de pactar, no es algo raro y se convierte en una opción plausible”, explica Guillermo Fernández Vázquez, profesor de Ciencia Política de la Universidad Carlos III y autor del libro Qué hacer con la extrema derecha en Europa: el caso del Frente Nacional.

Sin embargo, durante todas sus intervenciones en relación a este tema, la presidenta de la Comisión y sus colegas de partido se han cuidado mucho de diferenciar entre los dos grupos políticos euroescépticos en el Parlamento. Por una parte, habría una extrema derecha aceptable para poder pactar, ejemplificada en el grupo de los Conservadores y Reformistas, en el cual se encuadran, entre otros, el partido de Giorgia Meloni, Fratelli d’Italia, Vox o los ultranacionalistas del PiS polaco, y por otra una ultraderecha peligrosa, que sería la representada por Identidad y Democracia (ID). En este grupo están, por ejemplo, el partido de Marine Le Pen, Rassemblement national, Alternativa para Alemania (AfD) y La Lega, del vicepresidente italiano, Matteo Salvini.

Pero, ¿por qué hace el PPE esta distinción? ¿Son realmente tan diferentes los dos grupos? “Realmente, ambos comparten muchas posturas: son críticos con la Unión Europea, tienen la migración en el punto de mira, la agenda antifeminista, son muy nacionalistas… En lo poco que difieren es en su relación con Rusia y en el atlantismo”, explica Carolina Plaza, doctora en Política Comparada por la Universidad de Salamanca e investigadora especializada en populismo y euroescepticismo. En este sentido, los conservadores han movido su cordón sanitario dejando dentro a los Conservadores y Reformistas, partidarios de Ucrania, y fuera a Identidad y Democracia, más cercanos a los postulados de Vladímir Putin pero con ideas similares en el terreno político y social.

Fernández explica que, pese a esas similitudes hay algo que sí les diferencia: el origen. Mientras ECR fue creado por el Partido Conservador británico antes de la salida de Reino Unido de la UE, ID viene directamente de la unión de partidos más extremistas. Esto hace que, por ejemplo, ECR sea muy suspicaz al federalismo y la integración, pero que nunca hablen abiertamente de la salida de la UE, algo que en los de Le Pen sí ha sucedido en más ocasiones.

Por su parte, Franco Delle Donne, analista especializado en extrema derecha y política alemana y fundador del podcast Epidemia Ultra, también matiza las diferencias. “Ambos grupos tienen agendas parecidas en temas de contenido, pero hay una diferencia importante y es que ECR se hacen llamar a sí mismos nacional conservadores, es decir, quieren dar una falsa imagen de ser una derecha tradicional que pertenece al espectro político ‘normal’. En cambio, ID tiene un enfoque diferente, poniendo el foco en la batalla cultural, en las teorías de la conspiración y en discursos que presentan a la UE como un nido de burócratas”, explica el analista.

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Este proceso de normalización pareció dar un salto cuando Giorgia Meloni se convirtió en primera ministra en Italia. Fue la primera vez que alguien de un partido abiertamente de extrema derecha lideraba el Ejecutivo de uno de los grandes países de la UE y muchos conservadores hablaban incluso de invitarla a entrar en el PPE. “A veces pasa que como oímos las propuestas sobre migración de Meloni en el Consejo Europeo nos parece que pueden ser menos restrictivas, pero son también muy duras. Hay partidos de ID que retóricamente o por diferenciarse pueden ir un paso más allá pero me parece que podrían estar cómodos y les parecería bien la política de Meloni”, continúa Plaza.

Además, Delle Donne cree que si los conservadores miran hacia su derecha estarían cayendo en la trampa de estos partidos radicales, pues significaría aceptar que tienen más en común con un grupo al que pertenecen partidos como el de Orbán o el PiS polaco, que en sus respectivos países han erosionado los valores democráticos, que con los socialdemócratas. “Lo que harían estos pactos es manchar el prestigio del PPE. Al final, se unirían con un grupo de derecha radical y, a partir de esa integración permites que los electores vean como aceptable esa opción de voto si en algún momento están decepcionados con el PPE. Y si llega esa situación y haces la cuenta, ECR sale ganando y los conservadores perdiendo”, zanja.

Con todo esto, la pregunta está en qué consecuencias puede tener para el futuro de la UE este posicionamiento del PPE. “Existe una ruptura de los consensos, por ejemplo en el tema verde, pero sobre todo en el futuro estos acuerdos pueden frenar el proceso de integración europea”, explica Fernández. Una coyuntura a la que Delle Donne añade un punto más: la entrada de la UE en una nueva fase política y de polarización. “Estos grupos trabajan en contra de los valores europeos, llevando a cabo políticas homofóbicas, políticas que nos hacen retroceder en igualdad entre hombre y mujer… y en eso van a tener una reacción por parte de la sociedad democrática. Además, dejan un discurso que radicaliza a la gente, no a todo el mundo, pero sí a algunas partes que pueden ser más propensas al extremismo. Lo hemos visto en Alemania, donde unos chicos menores dan una paliza y mandan al hospital a una persona que está pegando carteles rojos precisamente porque odian al partido que representa”, concluye el analista.

“El problema de flirtear con la ultraderecha es que empiezas a pensar igual que ellos”, decía en 2019 un político europeo perteneciente al Partido Popular Europeo al ser preguntado por los posibles pactos de los conservadores con los movimientos de derecha radical de la Eurocámara. “Esa no es mi intención, en absoluto”, continuaba sobre un posible diálogo con la ultraderecha.

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