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El caso belga: la extrema derecha no arraiga donde funciona el cordón sanitario de los medios

El primer ministro belga, Alexander De Croo, habla con los medios de comunicación a su llegada para asistir a la Cumbre de la UE.

Había una vez una tribu que resistía la invasión del saludo romano. A menos de un mes de las elecciones europeas, los belgas miraban con aprehensión a unas urnas europeas que ellos acompañarían con urnas nacionales y locales. Veían cómo los sondeos decían que en Flandes la suma de la NVA (aliada de Vox en el Parlamento Europeo y a la vez la mejor amiga belga del expresidente catalán Carles Puigdemont) y de los neonazis del Vlaams Belang podría superar por primera vez el 50% del voto. Mientras, en la Bélgica francófona, en Valonia y Bruselas, ni hay ni aparece en el horizonte un mísero concejal en el último pueblo. La Bélgica francófona es uno de los últimos reductos europeos sin extrema derecha. Las condiciones para que aparezcan son las mismas que en las regiones cercanas de Francia o Alemania, pero no aparecen, no existen, no están, nadie los ve.

Valonia y Bruselas mantienen la versión más avanzada de un cordón sanitario. Los demás partidos boicotean a cualquier cosa que se parezca al RN de Marine Le Pen en Francia, a Vox o a la AfD alemana, pero el pilar del cordón sanitario es mediático. Su teoría dice que sin oferta no hay demanda, que nadie va a votar a un candidato que no conoce. Y ni siquiera en los últimos años, con el crecimiento de la importancia de las redes sociales, la extrema derecha consiguió levantar la cabeza entre los belgas de habla francesa.

Los medios de comunicación belga firmaron a finales de los 80 por primera vez y han ido renovando varias veces, la conocida como Carta de la Democracia, la base del cordón sanitario. Es un compromiso formal para excluir a la extrema derecha de sus páginas o emisiones. Mientras en Flandes la extrema derecha tiene una presencia en los medios igual o incluso mayor (porque sus grupos parlamentarios son mayores) en los medios de comunicación, en los francófonos no existe.

El boicot es absoluto. Ningún medio de comunicación acude a convocatorias de prensa de los pequeños grupúsculos de extrema derecha que intentan sacar la patita. Sin aparecer en los medios su actividad se limita a las redes sociales, pero su impacto es menor porque el gran público no conoce a sus dirigentes.

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En los años 90 apareció un Frente Nacional en la Bélgica francófona que copiaba prácticamente todo del Frente Nacional francés, antecesor del RN de Le Pen. Aquel partido consiguió un diputado nacional en 1991. El ‘Partido Popular’, también de extrema derecha, consiguió otro en 2010. Los dos partidos se disolvieron pocos años después.

La Bélgica francófona intenta explicar el fenómeno a través de varios factores, que van desde una Resistencia más dura a los nazis que en Flandes y una represión nazi mayor, hasta una reacción a los partidos nacionalistas flamencos que querrían partir Bélgica en dos trozos, pasando por la mayor penetración de los movimientos sindicales. Pero la base es mediática. Nadie duda de que si los medios dieran a esos grupúsculos de extrema derecha el mismo espacio que dan las televisiones flamencas a sus partidos de extrema derecha, estos dispararían sus apoyos.

Los próximos años pondrán a prueba este estricto cordón sanitario. En 2021 apareció una nueva formación ultra, Chez Nous (Nuestro Hogar) con el apoyo de los neonazis del Vlaams Belang flamenco y del RN de Marine Le Pen. Se definen como el “único partido patriota” de Valonia, pero no tienen ningún espacio en los medios nacionales y no aparecen en ningún sondeo. Es imposible saber qué apoyos potenciales tendrían, pero sí es posible saber que no se presentarán a los comicios europeos del 9 de junio. Su objetivo es entrar en el Parlamento federal. En las redes sociales crecen con fuerza.

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