Paren las rotativas
1983: "Murió Buñuel"
El 30 de julio de 1983, moría Luis Buñuel en su exilio en México a la edad de 83 años y consciente del trágico final por su mal estado de salud. El cineasta español, icono internacional del surrealismo y de la denuncia política y social, no perdió el sentido del humor ni en su último suspiro. En la portada del periódico ABC, el escritor Mario Vargas Llosa inauguraba una serie sobre la matanza de Uchuraccay en la que murieron ocho periodistas peruanos. Este verano, infoLibre repasa la historia española reciente a partir de las portadas de los principales periódicos de la época, un espejo de los temas que llenaban el debate público en las vacaciones de entre 1978 y 2002.
Una tipografía ancha, gruesa y mayúscula, más dimensionada que la propia cabecera de Diario 16, anunciaba ese 30 de julio el fallecimiento de Luis Buñuel Portolés. "Puedo establecer fácilmente mi diagnóstico: soy viejo. Esa es mi principal enfermedad. Solo me siento bien en mi casa, leal a mi rutina diaria", escribía de manera clara y sincera en Mi último suspiro, su libro de memorias, poco antes de llegar a su 83º y último cumpleaños. Para entonces la historia ya le había recompensado y Buñuel figuraba entre los mejores directores de cine de todos los tiempos.
El periódico acompañaba la necrológica con una fotografía del cineasta turolense riendo a la altura del titular: "Murió Buñuel". Como un guiño al absurdo y a la sinrazón con que él mismo entendía la vida y la cinematografía. Su médico personal apuntaba a una insuficiencia hepática, renal y cardiaca como causa clínica de la muerte. Resumía: "Víctima de la vejez". El resto de médicos que le atendieron en sus últimas horas contaron que "estuvo lúcido y de buen humor hasta el último momento, pese a sus numerosos males".
Nacido en 1900 en Calanda, un pueblo del Bajo Aragón, el maestro de la cinematografía fue testigo y víctima del siglo XX. Su muerte cayó como jarro de agua fría entre las mentes de la cultura de la época. El periódico El País recogía los testimonios de varias personas, amigas y admiradoras de Buñuel, tras conocer el desenlace de una vida dedicada y entregada a la gran pantalla. El actor y director mexicano Luis Alcoriza, uno de los grandes amigos de Buñuel, dijo que no era un genio "porque no se comportaba como tal" y precisó que "era un hombre tímido, asustadizo, lleno de bondades, desesperado, que siempre ha estado en contra de la violencia y lleno de pequeños defectos humanos". El internacionalmente conocido Fernando Rey, actor de gran número de películas de Buñuel, como las reverenciadas Viridiana o Tristana, sintió mucho el fallecimiento: "Tengo un dolor muy profundo. Llevo dos noches sin dormir, desde que supe que el desenlace estaba próximo. Solo se me ocurre que he perdido a un amigo al que quería con toda mi alma. Le quería mucho y no tengo nada más que decir".
Luis Buñuel había recibido en enero de ese año la Gran Cruz de Isabel la Católica de la mano del ministro socialista de Cultura Javier Solana. Ya entonces el ministro advirtió −y recordaba− que "a pesar de que se daba cuenta de que no podía llevar una actividad como en sus mejores tiempos, Buñuel conservaba una inteligencia constantemente lúcida que se traducía en una gracia y en una frescura intelectual poco usuales".
El alcalde de su Calanda natal transmitió el dolor y la congoja de un pueblo que quería al cineasta, y habló del "gran amor que Luis Buñuel tenía por el pueblo y que le hacía ir todos los años por Semana Santa a Calanda a la fiesta de los tambores, aunque en los últimos cuatro años sólo podía oír el sonido de los tambores por teléfono". México fue su segunda patria, a la que llegó exiliado en 1945 y de la que se nacionalizó en 1949. La célebre Pilar Miró, directora general de Cinematografía en aquellos años, consideraba imperdonable el hecho de que a Buñuel, que "le hubiera gustado vivir aquí y se sentía español, como se ve en todas sus películas", se le hubiera impedido estar su país y hubiera querido morir en México "porque se encontraba más sereno, tranquilo y acompañado".
Puede que el turolense no fuera feliz, aquejado por la brutalidad de un siglo de guerras y exilios, pero −como apuntara recientemente Jan Martínez− cambió la felicidad "por la carcajada irreverente". "Era un hombre desolado y rugiente que se nutría de la devastación de su experiencia para crear arte".
Vargas Llosa desentraña la matanza de Uchuraccay
El periódico ABC presentaba a portada completa una fotografía de Mario Vargas Llosa y, en un pequeño bloque de texto, informaba sobre la próxima publicación de una serie de artículos del periodista peruano, basados en el informe Vargas. Si el documento llevaba su apellido es porque el presidente Fernando Belaúnde Terry (de Acción Popular) le había encargado meses atrás la presidencia de la comisión que investigaría una matanza ocurrida en la comunidad altoandina de Uchuraccay. La gravedad de la información justificaba aquel despliegue autopromocional. Se trataba del asesinato, supuestamente por error, de ocho periodistas de distintos diarios nacionales de Perú a manos de los comuneros de la zona.
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El 26 de enero de 1983, los periodistas seguían la pista de una masacre de la organización terrorista Sendero Luminoso y fueron presuntamente confundidos con terroristas por los campesinos de la comuna. En los artículos de la serie en ABC, Vargas Llosa contaba, a través de técnicas narrativas, la llegada de los periodistas a la región y la posterior matanza. En esta primera entrega se centraba en Amador García, reportero gráfico del periódico Oiga. La guerra contra Sendero Luminoso, librada entre principios de los ochenta y principios de los noventa, dejó alrededor de 70.000 muertos.
El informe Vargas aseguraba que, en el asesinato de los ocho periodistas, no estuvieron vinculadas de ninguna manera las fuerzas armadas. Sin embargo, a día de hoy, los familiares de las víctimas siguen reclamando que se esclarezcan y depuren las responsabilidades de los militares en el suceso, a quienes acusan de haber entrenado a los campesinos y ordenado la acción. Distintos gremios de periodistas peruanos presentaron en 2004 una demanda ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos para que se reabrieran las investigaciones: la demanda fue aceptada en 2010 y aún no se ha hecho pública ninguna resolución.