Paren las rotativas
2000: "El 'Kursk' no tiene ni un superviviente"
"Estaban muertos y Putin lo sabía". Este era el dramático titular con el que abría Diario 16 el 22 de agosto del año 2000. En la foto, un montaje unía una foto del presidente ruso haciendo el saludo militar y una imagen del submarino nuclear Kursk. No era menos dramático el desenlace de la tragedia que había copado los medios internacionales en los últimos días: sus 118 tripulantes permanecían sumergidos bajo el agua desde que el 12 de agosto la nave sufriera una explosión mientras los militares realizaba unos ejercicios de lanzamientos de torpedos. La apertura de las compuertas del submarino, hundido a más de 100 metros de profundidad en el mar de Barents reveló, casi diez días después, que toda la tripulación había fallecido. Había otras noticias en portada aquel día, pero solo un medio, El Mundo, se hacía eco en la suya de una contundente prueba del calentamiento global. Este verano, infoLibre repasa la historia reciente a partir de las portadas de los principales periódicos de la época, un espejo de los temas que llenaban el debate público en las vacaciones de entre 1978 y 2002.
Los ciudadanos rusos llevaban días pendientes de la suerte del submarino. Utilizado por primera vez hacía solo un año, el Kursk era una de las últimas incorporaciones a la flota norte rusa, que navega por el océano Ártico. En este caso, la nave realizaba ejercicios en el mar de Barents, que limita al sur con Rusia y al suroeste con Noruega. Tras dos días de ejercicios, en la mañana del 12 de agosto, el almirante Viacheslav Alekséyevich Popov, desde el crucero nuclear Pedro el Grande, envió la orden al Kursk de lanzar uno de los torpedos. La tripulación confirmó la recepción de la orden. Y eso fue lo último que volvió a saberse del submarino. Para cuando llegó la confirmación de la muerte de sus tripulantes, las familias de los soldados llevaban nueve días esperando noticias de ellos. El País contaba con dureza la llegada de los buzos a la nave: "Una cámara de televisión submarina mostró lo que parecían varios cuerpos humanos. El Kursk se mostraba a través de los monitores como una fosa común submarina de cuerpos aplastados, hechos pedazos, hinchados y, en muchos casos, irreconocibles".
El equipo de rescate no formaba parte de las filas rusas, sino de las noruegas. El Gobierno de Vladimir Putin llevaba días rechazando la ayuda extranjera: si el accidente tuvo lugar un sábado, no aceptó el ofrecimiento de británicos y noruegos hasta el miércoles, y estos equipos no pudieron llegar hasta el punto del hundimiento hasta ese fin de semana. Si los rusos habían intentado, sin éxito, acceder al submarino durante una semana, los buzos enviados por Oslo tardaron unas 40 horas en acceder al interior. La tozudez no fue lo único que se le echó en cara al Kremlin. Rusia tardó horas en acudir al rescate del submarino y dos días en admitir que se había perdido el contacto con él. De hecho, el día 13 Popov llegó a asegurar que la operación había sido todo un éxito.El Gobierno culpó del accidente primero a una colisión "con un objeto externo", y luego a una explosión, aunque esta era ya una hipótesis barajada desde hacía días por otras potencias extranjeras. "[El ministro de Defensa ruso Ígor] Serguéyev volvió a culpar a un submarino extranjero de la tragedia", decía El País en su crónica del día 22. Más tarde se descubriría que lo que tumbó al Kursk fue la explosión del torpedo durante su lanzamiento, que desencadenó otra serie de deflagraciones.
Putin, que había sido elegido presidente tres meses antes, tuvo que enfrentarse a su primera crisis de Gobierno. Cuando se produjo la explosión, se encontraba de vacaciones en Sochi, donde permaneció durante casi una semana, aunque estaba claro para entonces que Rusia se enfrentaba probablemente a la muerte de decenas de marinos. "Según todos los indicios, Putin conoció desde el primer momento el alcance real de la tragedia", decía Diario 16 en su portada del día del rescate fallido. "La conmoción es inmensa, en Rusia y en todo el mundo, pero ya ha dado paso a la indignación y muy pronto habrán de plantearse las interrogantes, algunas muy siniestras, de esta tragedia", recogía El País en un editorial. "¿Por qué ocultó la Marina rusa el accidente durante horas que pudieron ser decisivas, y por qué lo hizo después el Gobierno de Moscú? ¿Por qué un presidente Putin tan dispuesto a fotografiarse en Chechenia en campaña electoral siguió sus vacaciones en el mar Negro mientras otros soldados de su país estaban sufriendo la peor pesadilla imaginable? Y sobre todo, ¿por qué tanta tardanza en admitir la ayuda extranjera?". Todavía hoy las familias de 55 marineros luchan por que el Estado reconozca su propia ineficiencia.
Las huellas del cambio climático
Ese mismo 22 de agosto, El Mundo llevaba en portada un tema que no suele coparlas: el cambio climático. "El hallazgo de un lago en el Polo Norte confirma el calentamiento de la Tierra", titulaba el diario. La crónica, en la página 17 (con un editorial sobre el tema en la 3), narraba cómo dos científicos en viajes de placer se habían topado con un nuevo lago: una gran superficie de hielo de 1,5 kilómetros, se encontraba casi derretida. Era agua, apuntaban los investigadores y el artículo, que llevaba 50 millones de años congelada. Uno de los científicos, Malcolm McKenna, paleontólogo del Museo Americano de Historia Natural, había planeado el viaje turístico para "admirar los hielos perpetuos del Ártico". Lo recogía la crónica de Carlos Elías, que recogía la del New York Times: "Tuvieron que llegar más allá de los 90 grados de latitud para contemplarlos. 'No creo que jamás nadie haya alcanzado esta latitud navegando y no caminando sobre el hielo", le dijo McKenna a su esposa Priscilla"
2001: empieza el goteo de información del 'escándalo Gescartera'
Ver más
No era, como apuntaba el artículo, la primera prueba de la existencia del cambio climático. Submarinos rusos y estadounidenses, decía, ya habían recogido la progresiva desaparición de extensas capas de hielo, y las organizaciones ecologistas llevaba más de una década denunciando los efectos del calentamiento global. Pero el lago, sostenía El Mundo, suponía un antes y un después: "El hallazgo ha conmocionado a la escéptica comunidad científica internacional que, a partir de ahora, tiene pruebas de que el cambio climático es algo más que una teoría y de que la Tierra se calienta a pasos agigantados".
La comunidad científica no era, en realidad, tan escéptica, aunque no existía el consenso que hay hoy en día sobre las causas y los efectos del cambio climático. El IPCC, Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, se había fundado a instancias de la ONU y la Organización Meteorológica Mundial ya en 1988, el mismo año en que el climatólogo James Hansen intervenía en el Congreso de los Estados Unidos en la que sería una de las intervenciones públicas pioneras sobre el tema. En 2001 el IPCC lanzaba su tercer informe, que concluía, entre otras cosas que el progresivo aumento de las temperaturas en el último medio siglo era atribuible a la actividad humana. En 2007, esta misma institución disipaba en su cuarto informe cualquier duda sobre la existencia del cambio climático y su conexión con la acción del ser humano.