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El arte como medicina en la cultura del malestar: "Alivia las preocupaciones diarias"

Exposición "Regina José Galindo. Descolonicemos el mundo", comisariada por Semíramis González en La Panera, Lleida

Según Aristóteles, el arte ocupaba un lugar fundamental en la vida humana, ya que tiene la capacidad de hacernos disfrutar y mejorar nuestro bienestar. Mediante su concepto de "catarsis", el filósofo griego hablaba de la purificación o liberación de las emociones a través de la tragedia. Porque las tragedias griegas eran un momento en el que el público unido experimentaba sentimientos de dolor o de empatía, construyendo lazos comunitarios mientras se liberaban de sus propias preocupaciones.

Valerio Rocco Lozano, filósofo y director del Círculo de Bellas Artes de Madrid, reivindica este concepto de catarsis de Aristóteles: “Estas representaciones hacían ver que todos los seres humanos somos igual de frágiles y vulnerables, viendo cómo lo que le está pasando al actor en escena nos puede pasar a todos” y, además, permitían contemplar hechos horribles propios de las tragedias como asesinatos, traiciones, incestos... "También te alivia de tus propias preocupaciones del día a día y te hace ver que quizás tus quejas o malestares no tienen tanto sentido comparadas con otras experiencias de sufrimiento”, añade, planteando que de esta manera el arte permite “sufrir colectivamente y liberarnos de nuestros pequeños males cotidianos como comunidad y no como individuos”. Así las cosas, hoy en día, ¿cuál es nuestra concepción del arte? ¿Compartimos la visión de Aristóteles?

Herramienta y medicina

Filósofos como Javier Moscoso, director de contenidos del Festival de las Ideas, aseguran que “vivimos en una ‘cultura del malestar’” en un mundo de “enormes desorientaciones”. Y justo por ello merece la pena recuperar “esta idea de la catarsis como purificación de un maleficio”, poner en valor el poder que tiene el arte para ayudarnos como sociedad.

Desde el punto de vista estrictamente científico, muchos estudios e investigaciones prueban que la exposición a experiencias artísticas o culturales tienen un impacto muy positivo en pacientes, mejorando su bienestar y calidad de vida. La comisaria de arte Semíramis González habla de cómo “en paralelo a estos malestares la cultura se ha convertido en una especie de medicina”. Carlota Aragón Lozano, directora y dramaturga, coincide en que el arte es “sanador tanto para quien lo hace como para quien lo recibe”. Además, reconoce el poder catártico del teatro: “Los sentimientos no siempre son fáciles de expresar, y el arte puede sacarlos”. La comisaria añade que el arte puede ser “una herramienta para trabajar el malestar desde un punto de vista positivo”, que se ha demostrado muy útil en “espacios tan diversos como instituciones penitenciarias o programas antisuicidio”.

No hay que pecar de ingenuidad y creer que toda exposición al arte es necesariamente buena

Valerio Rocco Lozano

Además, esta visión del arte como herramienta la respalda el creciente interés por todo tipos de manifestaciones artísticas. González señala cómo desde que salimos del confinamiento en 2020 hay cifras récord de visitas en los museos, y justo por eso cree que desde la pandemia “inconscientemente se ha puesto en valor el deleite de la cultura, no como algo solo desde el punto de vista intelectual, sino también del disfrute”. También se ha ido “perdiendo el prejuicio de que tenemos que saber de arte para poder ir a verlo y disfrutarlo”, según la comisaria, que además considera que esto ha sido gracias a los programas de los museos, pero también a la divulgación que se hace en internet. “Estamos en la época en la que más acceso a la información tenemos. Esto hace que a la hora de disfrutar del arte podamos antes leer un libro o una crítica, pero incluso aunque no hayamos leído nada, podemos ir y disfrutar”, añade.

Al considerar el arte como algo “curativo”, Rocco Lozano recuerda la etimología de “fármaco”, un sinónimo de medicina. Esta palabra proviene del griego pharmakon, y tenía varios significados que iban desde “medicamento”, "remedio" o "cura" a "veneno" o "droga". Llama la atención que un fármaco pudiera ser tanto un veneno como un medicamento. pero el filósofo recupera esta etimología porque encuentra un paralelismo con el arte: “No hay que pecar de ingenuidad y creer que todo acceso al arte o toda exposición al arte es necesariamente buena o nos va a hacer mejor”. El arte nos cura de los males de nuestro tiempo, pero “también ha sido cómplice de las mayores injusticias” o “se ha callado y/o aliado con el poder de dictaduras”. El arte, como la filosofía, puede ser medicina, pero también puede ser veneno. De ahí viene su interés pero también su peligro, y la necesidad de conocerlo bien, según el filósofo.

Medio de protesta

Esta dualidad del arte, capaz de salvarnos o ser cómplice de injusticias, proporciona al arte un gran papel en el debate político o social. Semíramis González afirma a infoLibre que el arte “siempre ha sido una herramienta de protesta y de manifestación del malestar, ha sido una manera de manifestar qué era aquello que queríamos cambiar”. Y esto no es nada nuevo, pues tenemos ejemplos desde la época de Goya hasta nuestros días.

El arte como herramienta de protesta tiene una ventaja evidente: su facilidad para ser comprendido. La comisaria reconoce que lo visual “permite canalizar muchas reflexiones”, pues “aquello que consumimos con los ojos tiene un impacto inmediato”. Para el director del Círculo de Bellas Artes, “el arte tiene un enorme poder de generar relatos” y de “provocar sentimientos muy fuertes de adhesión”. 

Cuando se empezaba a escribir sobre historia del arte con perspectiva de género en los años 70, los textos no tenían el mismo alcance que las acciones de las Guerrilla Girls —un grupo de activistas feministas que llevaron a cabo una serie de actos de denuncia ante la discriminación de género y racial en el arte y la cultura—. Así, el arte permite llegar a las mismas reivindicaciones pero desde otras vías, distintas a la palabra, y que por ello pueden tener mucha mayor trascendencia.

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Es también el caso de las protestas contra el cambio climático, donde “la ciencia ha demostrado que la situación del planeta es muy complicada y es necesario actuar”, pero no ha sido capaz de generar movimientos de protestas. Rocco celebra que el arte sea capaz de movilizar cuando los gráficos y las cifras no pueden. Lo mismo ocurre con otras causas como el feminismo o la lucha contra las desigualdades sociales, ya que el arte “mueve conciencias de una manera que la ciencia no es capaz de hacer”.

El arte y la política son inseparables, según Semíramis González, pues “el primero siempre tiene un discurso político, e incluso aquel arte que intenta no hablar de algo político está hablando de algo”. Y es que al final las artes son una manifestación visual de la reflexión humana y del comportamiento humano. A esto, Carlota Aragón Lozano —que además ha investigado la capacidad del teatro de ser una herramienta de cambio político y social— añade la importancia de ir más allá del arte, de aprovechar el poder de “conectar con la sociedad” para que la transformación social vaya más allá de los teatros o los museos y se convierta en acción.

Semíramis González reflexionará sobre todas estas cuestiones en el Festival de las Ideas, un conjunto de eventos que busca la reflexión filosófica desde diferentes perspectivas y que tendrá lugar entre el 18 y 21 de septiembre. 

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