Detrás del telón
Las bibliotecas, mucho más que préstamo de libros
"Va muy poca gente, bastante menos gente que antes". Cuando Ana Gala Rubio, bibliotecaria en uno de los centros municipales de San Sebastián de los Reyes (Madrid), se lamenta de lo poco concurrido que está su lugar de trabajo, lo que teme no es que sus usuarios (así les llama siempre, con una nota de respeto) hayan perdido el placer de la lectura. Este verano no se preocupa solo de si se habrán llevado suficientes libros como para llenar las vacaciones. Lo que le inquieta verdaderamente estas semanas es no saber si los vecinos de la biblioteca Plaza de la Iglesia se encuentran bien. Sobre todo, le preocupa no poder ayudarles: "Es una sensación muy frustrante, muy frustrante", dice, con la voz quebrada.
Ana Gala lleva "12 o 13 años" en el mismo puesto, un pequeño edificio de esta localidad de Madrid de más de 87.000 habitantes. Algo más lejos del centro se han ido levantando otros espacios más amplios, más modernos, como la Marcos Ana o la Claudio Rodríguez, al tiempo que la ciudad crecía. Pero esta biblioteca ha permanecido, modesta y bien surtida, en el corazón del barrio, atendiendo a los vecinos de siempre, ya ancianos, y a la nueva población migrante. El suyo es un oficio del que no se habla mucho, aunque se encargue de gestionar un milagro: ofrecer libros gratis, de todos y para todos, y un espacio donde leer y aprender. En esta sección veraniega, en la que nos fijamos en labores culturales que se quedan fuera de los focos, nos acercamos al trabajo de los bibliotecarios.
Aunque lo primero que hay que aclarar es que una biblioteca no solo se dedica a prestar libros —y películas, y música, aunque de esta última ya "casi nadie se lleva nada"—. Esta, como tantas otras, está frecuentada por personas mayores que acuden a leer diligentemente la prensa del día. O acudían: ahora, por la crisis sanitaria generada por el coronavirus, se ha suspendido este servicio. "De momento, prensa no hay, y a mí me da mucha pena, porque era gente que venía y que ya de paso se llevaba algún libro", cuenta Ana Gala. Ahora se pregunta dónde estarán esos vecinos, si están bien de salud, dónde consultan las últimas noticias: "Cada vez que veo aparecer a uno, aunque sea para decirle que ya no le podemos dar el periódico, me alegro muchísimo. Da mucha alegría ver a los usuarios otra vez".
"¿Cómo lo estarán haciendo ahora?"
Porque la bibliotecaria sabe que su centro, como otras tantas infraestructuras públicas, funciona como un igualador social. Aquí acuden quienes no tienen un espacio adecuado para estudiar en casa, quienes no tienen recursos para comprar tal o cual libro, quienes no tienen acceso a un ordenador. Para algunos, este servicio será prescindible. Para otros, no. "Yo tengo usuarios que vive toda la familia en una habitación y que venían aquí a estudiar tranquilos, ¿cómo lo estarán haciendo ahora?", se pregunta. Porque no, tampoco están abiertas las salas de estudio. Ni pueden usarse los ordenadores, una de las consecuencias del covid-19 que más lamenta Gala: las estrecheces del centro y el escaso espacio entre los puestos impiden cumplir la distancia de seguridad. "Hay gente que se ha quedado sin nada, que tienen hijos a cargo, y venían a poner al día su currículum y a imprimirlo. Y les tienes que decir que no. ¿Cómo les vas a decir que no?", dice, con congoja.
Afortunadamente, hay otras tareas que sí ha podido retomar. Atender a los vecinos que vienen con exigencias precisas: "Quiero un libro con letra grande, de humor, que hable de amor y que pese poco". Por ejemplo. Cuando ella le echa mano a algún título, hace una especie de clasificación mental: ¿a qué tipo de usuario podría interesarle?; si lo compraran, ¿se leería mucho? Porque en este mes y medio desde la reapertura de la biblioteca ha podido dedicarse a una de sus tareas más importantes: la compra y renovación de libros. Cuenta que no tenían presupuesto para hacerlo desde el pasado octubre, pero que afortunadamente hace un mes se les liberó una partida. "Como no sabemos si se agota en diciembre o dura hasta junio, estamos comprando mucho", explica Gala, "la última vez dejamos algo sin gastar y eso se pierde. Y no estamos como para perder".
Lo primero que se atiende, cuenta, son las desideratas, unas fichas que los ciudadanos pueden rellenar pidiendo tal o cual título del que el centro aún no disponga. La desiderata será aprobada o no según la coherencia con el catálogo, pero la bibliotecaria señala que suelen darles prioridad: "Esto lo tiene que conocer la gente, porque no se conoce mucho y es una maravilla", insiste. Con "el parón", este servicio también ha entrado en pausa, pero ahora se ponen de nuevo al día con los deberes: la petición más reciente que han atendido ha sido "el último de Paul Preston", Un pueblo traicionado, publicado a finales de 2019. "Cuando llega, lo primero que se hace es llamar al usuario que lo pidió para informarle de que está disponible", cuenta. En esta ocasión, no hubo suerte: el usuario estaba en la playa, tranquilamente, y apenas se acordaba ya de Preston. "Y si no quiere sacarlo, pues lo ponemos para préstamo".
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Hay otros criterios de compra, claro, que Ana Gala resume en dos: "popularidad y valoración". En la primera categoría entran los libros que tienen pinta de ser muy demandados: los que alcanzan los puestos de más comprados en Casa del Libro o Fnac, los regresos de autores muy conocidos, tal o cual libro que se convierte en un éxito de ventas... Por ejemplo, por ejemplo, el último de Reyes Monforte, Postales del Este. En la segunda categoría estarían aquellos títulos quizás no tan célebres pero muy alabados por la crítica, para lo que la bibliotecaria debe estar bien al día de lo que se comenta en los medios y las revistas literarias. A estos añadimos los grandes galardones, como el Herralde o el Biblioteca Breve, y también las principales obras de los ganadores de los premios nacionales, entre otros.
Y luego está el gusto del bibliotecario, que ejerce aquí de comisario (artístico, claro). Ahí juegan un papel importante las afinidades: si a Ana Gala le fascinan las ediciones del sello Errata Naturae, ¿no va a querer que tengan acceso a ellas sus lectores? Y también pesa la atención a la actualidad: "Yo, todo lo que veo interesante sobre feminismo, lo pido", dice. La última adquisición, Unorthodox, de Deborah Felman, unas memorias sobre su huida de una comunidad judía ultraortodoxa estadounidense, convertida en serie de ficción por Netflix. Ahora, la bibliotecaria rastrea los catálogos buscando también títulos sobre el coronavirus que puedan servir para que sus usuarios capten algo de luz y conocimiento entre tanta incertidumbre. Ellos mismos ven el avance de la ciencia en su propio trabajo, incluso: cuando reabrieron, los libros debían permanecer 14 días en cuarentena entre préstamo y préstamo. Ahora, con algo más de información sobre la propagación a través de superficies, la cuarentena se ha reducido a cuatro días.
Como tantos otros, Ana Gala solo quiere recuperar la normalidad. Pero no por ella —aunque tiene algo de extraño la soledad de la biblioteca—, sino por sus usuarios. "Yo lo que quiero es que la gente se lleve muchos libros, que lea mucho, y que descubra cosas que no conocía", dice. También quiere que los abuelos del barrio puedan leer el periódico. Que los adolescentes puedan estudiar. Que los parados pueden imprimir su currículum. Parece sencillo. Parece menos importante de lo que es. La bibliotecaria trata de ser optimista: "A ver si en septiembre las cosas van un poquito mejor...". Y, si no, que los vecinos se hayan llevado libros suficientes como para aguantar en casa.