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"Mi familia era pobre, pero nunca olvido las vacaciones que nos dieron": de Madrid a Santander en el tren nocturno

El autor de este texto con su hermano.

Javier Carrero González

Íbamos a la Estación del Norte de Madrid a coger el tren con destino a Santander. Su nombre real es Estación de Príncipe Pío, aunque antes se llamaba Estación del Norte porque todos los trenes que salían de allí tenían ese destino. Ahora han construido un centro comercial y más cosas. Me gustaba más antes, cuando era solo estación. Era muy bonita. Además allí trabajaba mi padre y me sentía muy orgulloso. Cuando eres niño todo lo que hace tu padre te parece una hazaña, aunque sea un trabajo normal.

El viaje de las vacaciones era una aventura para mí. Desde que salíamos de casa me interesaba todo, era pequeño y estaba descubriendo cosas nuevas, olores, sabores, escenas... que se fijaban en mi cerebro y no las entendía, algunas las preguntaba y otras las dejaba pasar.

Iba con mi hermano un poco mayor que yo, mi madre y la tía Pili, todo un personaje. Era tía de mi madre, pero todos la llamábamos “tía Pili”. Tenía una pierna más corta que otra, decía que había sido al nacer, y para igualarlas llevaba un zapato con un tacón mucho más alto, de los que ya no se utilizan, y aunque tenía una ostensible cojera podía hacer de todo. Pero cuando pasaron los años la cosa cambió y tuvo problemas de cadera. Mi padre no venía con nosotros, tenía que trabajar y la semana que no estábamos se quedaba solo.

Llegamos a Santander al día siguiente. El tren, cuyo olor no se me olvidará nunca, salía por la noche y llegaba por la mañana, pasábamos toda la noche sentados mal durmiendo, y yo pasaba mucho miedo, menos mal que tenía a mi madre para refugiarme.

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Nos hospedábamos en la casa de un señor que nos alquilaba una habitación donde dormíamos los cuatro y teníamos derecho a cocina. Es lo que se llama piso compartido que ahora es la forma de emanciparse de muchos jóvenes.

Siempre íbamos a la playa de El Sardinero, en autobús, claro. Era muy grande, muy bonita, de arena tremendamente blanca, y su intenso olor a mar cantábrico no se me olvidará nunca, quedó grabado para siempre en mi diminuto cerebro. Nos bañábamos los cuatro, y mi hermano y yo no salíamos del agua por lo que recibíamos reprimendas de mi madre, aunque no muchas.

Volvíamos a la casa alquilada, mejor dicho, habitación alquilada, y comíamos la comida que había dejado mi madre medio preparada. Por la tarde dábamos un paseo por la ciudad. Mi familia era muy pobre, pero nunca olvidaré las vacaciones que nos dieron.  Ahora sé el esfuerzo que tuvieron que hacer. Les estoy eternamente agradecido.

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