En 1491, los Reyes Católicos otorgan a la feria de Medina del Campo (Valladolid) la consideración de "Feria General del Reino", situándola en el más alto nivel de las ferias españolas, por encima incluso de la de Valladolid. Inicialmente, las ferias medievales eran puntos de encuentro e intercambio para mercaderes de la zona, a las que se solía conceder privilegios en forma de exenciones fiscales. Con el paso de los siglos, algunas de ellas se convirtieron en una suerte de mercados nacionales o, como el caso de la Medina, internacionales.
Que una feria española (castellana por aquel entonces), se convirtiera en un centro neurálgico comercial para toda Europa no debe tomarse a la ligera, y es que los intercambios financieros de todo el continente pasarían por Medina, con préstamos millonarios incluso a la propia Corona española.
Durante siglos, la economía medieval castellana seguía un modelo señorial de subsistencia y basado en la agricultura y la ganadería, y cuando se comerciaba había un producto estrella: la lana. De hecho, la feria de Medina dio sus primeros pasos como mercado lanar. Fernando de Antequera (posteriormente Fernando I de Aragón) la fundó en 1404-1405, tras haber probado con una feria en Cuéllar (Segovia) 15 años antes. En los inicios, la feria de Medina del Campo tuvo que competir con la ya establecida feria de Valladolid, sede parcial de la Corte en la época, a la que desbancó en menos de un siglo
Empezaría como una feria convencional, atrayendo productos de toda la Península Ibérica por su posición clave cercana a Valladolid, en el centro de la ruta entre Toledo, Burgos y los puertos comerciales más importantes del norte de la Península. En menos de 50 años ya se convierte en una feria con presencia de comerciantes internacionales, como señala el cronista de la época Gonzalo Chacón: en Medina solían concurrir "grandes tropeles de gentes de diversas naciones".
Además de su posición estretégica en las rutas comerciales, Medina del Campo tenía una particularidad: era señorío de Fernando de Antequera (y sus descendientes), por lo que pertenecía directamente a la Corona. Ese es uno de los principales motivos del apoyo real a la feria: que el dinero que pasaba por Medina no fuera controlado por un noble o una ciudad libre que podía volverse contra los monarcas en cualquier momento.
Cómo funcionaba la feria
La feria de Medina del Campo se celebraba dos veces al año, en mayo y en octubre, y cada una de sus ediciones tenía 50 días de duración. Como hemos mencionado, en un primer momento el producto estrella es la lana, aunque no tardaría en diversificarse: textiles (que durante una larga temporada supusieron el 80% de los tratos), especias, comestibles, productos farmacéuticos y, aquí viene la clave, productos financieros.
El mercado financiero fue prácticamente inexistente durante la mayor parte de la Edad Media, al menos en España. El comercio era bastante marginal, basado en el trueque (sobre todo al principio y en zonas rurales), y posteriormente en el intercambio de productos por moneda. Los préstamos estaban considerados usura, algo que la Iglesia católica calificaba de pecado.
Documento de 1617 en el que un mercader recoge los precios de las letras de cambio en distintas ferias.
La transformación comienza a llegar con la creación de las denominadas "letras de cambio" en la Italia tardomedieval, y que luego se extiende por Europa. Una persona daba a otra una cantidad de dinero, y recibe un documento firmado —la letra de cambio— que luego podrá intercambiar en otra ciudad por esa cantidad. Esto permitía que el dinero se moviera con mayor facilidad, agilizando los intercambios y actuando como sistema de crédito.
Medina del Campo se convierte en feria de pagos hacia 1485, cuando se centralizan allí "los pagamentos, créditos, préstamos y otras operaciones dinerarias" de toda la Península. En 1527, el embajador veneciano recogía en una crónica que la "los mayores negocios" de la feria de Medina "consistían en el giro de letras de cambio". La propia corona española utilizaría Medina para conseguir préstamos millonarios.
Los bancos europeos del siglo XV y XVI enviaban a representantes suyos allí, que se colocaban en unos bancos en una calle concreta, y que, tras presentar sus cuentas y fianzas al Ayuntamiento, empezaban su labor. También en estos bancos los comerciantes depositaban unas cantidades que eran anotadas y luego podían retirar, evitando tener que llevar la moneda encima.
La decadencia de Medina
A partir del siglo XVI, la feria de Medina empieza a decaer en su actividad y, por ende, en su importancia. Los motivos fueron diversos: se aplazaron varias ferias, Madrid —ya establecida como capital de los Austrias— empieza a atraer el mercado financiero el resto del año, subidas de impuestos que acaban con el estatus privilegiado de la feria...
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Las bancarrotas de Felipe II aceleraron enormemente el proceso, ya que provocaban que los banqueros que acudían a Medina acabaran arruinados. Dos decretos reales (1575 y 1597) suspendieron los pagos y anunciaron la revisión de los préstamos que adeudaba la Corona. En 1602, la feria se trasladaba a Burgos por orden real. Regresaría a Medina del Campo unos años después, desdoblándose las convocatorias a cuatro eventos de 24 días de duración, pero de poco sirvió: la feria estaba herida de muerte.
Medina del Campo continuaría teniendo su feria hasta principios del s. XVIII, cuando desapareció definitivamente, aunque desde el 1600 pasó a un segundo plano tras mercados de finanzas como el de Madrid o Alcalá de Henares. Hoy en día, un monumento en la Plaza Mayor de Medina reivindica que allí fue firmada la primera letra de cambio, y recuerda que, durante muchos años, esta ciudad castellana fue la bolsa de Europabolsa .
En 1491, los Reyes Católicos otorgan a la feria de Medina del Campo (Valladolid) la consideración de "Feria General del Reino", situándola en el más alto nivel de las ferias españolas, por encima incluso de la de Valladolid. Inicialmente, las ferias medievales eran puntos de encuentro e intercambio para mercaderes de la zona, a las que se solía conceder privilegios en forma de exenciones fiscales. Con el paso de los siglos, algunas de ellas se convirtieron en una suerte de mercados nacionales o, como el caso de la Medina, internacionales.