Francisco, el papa peronista

Archivo - El Papa Francisco

Miguel Roig

En sus memorias Pepe Mujica no ahorra elogios para el papa Francisco. "Yo soy un ateo, pero me movilizó mucho", asegura en su primera visita oficial en 2013 poco después de que hubiera iniciado su papado. El expresidente uruguayo sorprende con algo inesperado para un líder del campo de la izquierda: "Encaja en mi manera de ser". En otra visita, ya como exmandatario, al despedirse y ante los periodistas que aguardaban el final de la reunión, no tiene pudor en recordarle: "No se olvide de bombardear la cabeza de los mandatarios del mundo". Francisco asiente con la cabeza la ejecución del ataque ideológico, suponemos, acordado a puerta cerrada. En estos momentos, Mujica, que ya cumplió 89 años, padece un cáncer de esófago y, recién terminada la etapa de la quimioterapia, aguarda la autorización de los médicos para ir a visitar a su amigo Francisco. Claro está que no se trata de una peregrinación a Roma impulsada por la fe sino por empatía; ya lo dijo al salir de aquel primer encuentro: "Fue como hablar con un amigo del barrio". Si le deja el oncólogo, irá a compartir unos mates con Francisco: "Será una colaboración en el campo de las ideas".

Zygmunt Bauman no fue precisamente un pensador optimista. Era marxista pero no ingenuo. Repasando su obra se puede inferir que, a lo sumo, después de plantear un mundo líquido y de aportar el concepto precariado para definir el estado del mundo del trabajo en estas últimas décadas, solo asumió, de manera gramsciana, un optimismo en la voluntad. Mientras Francisco comenzaba su pontificado, Bauman pronunciaba un discurso en Leipzig para conmemorar los 150 años de la carta abierta de Ferdinand Lassalle, que facilitó la fundación de la Asociación General de Trabajadores Alemanes, el prototipo de todas las entidades sindicales surgidas posteriormente en Europa y organizadas para responder al desafío de Lassalle. Ese día Bauman dijo que, así como la mayoría de los contemporáneos del filósofo y político creían que la industrialización duraría para siempre, muchos pensaban, antes de 2007, lo mismo sobre el consumismo. ¿Qué hacer? "No digo que debamos volver a empezar desde ese mismo punto", aventuró Bauman: "Solo quiero mostrar la similitud entre la situación actual y la situación en la que Ferdinand Lassalle combatía las opiniones predominantes en esos días". En otras palabras, remar al viento.

Este hombre se encontró con Francisco en Asís en 2016, un año antes de su muerte. Un asistente a la conversación contó que Bauman expuso con claridad su escepticismo sobre la situación y la evolución del mundo contemporáneo y al término del diálogo se despidió diciéndole que lo veía como una luz al final del túnel. Francisco se inquietó: "¿Quiere decir que estoy en un túnel?" El pensador polaco le serenó: "Usted es la luz".

Era vox populi una advertencia que circulaba por aquel tiempo en Buenos Aires entre los más jóvenes: si te sientas a conversar un rato con Perón, te convence y acabas siendo peronista

Cuando Perón residía en una finca de Puerta de Hierro, en su exilio en Madrid, se puede decir que tenía las puertas abiertas para muchos argentinos. Al viejo general le gustaba escuchar las diferentes voces que llegaban del lejano sur. Además de las cotidianas reuniones políticas, a la quinta 17 de octubre solían entrar artistas, estudiantes, deportistas y todo aquel que, incluso movido por la curiosidad, conseguía a través de un contacto partidario un salvoconducto. Eso sí, era vox populi una advertencia que circulaba por aquel tiempo en Buenos Aires entre los más jóvenes: si te sientas a conversar un rato con Perón, te convence y acabas siendo peronista.

Es lugar común en Argentina que el carisma de Perón llegaba a lugares de la razón, pero sobre todo del corazón al que otros políticos no accedían. Jorge Valdano es reconocido por diferentes aptitudes que trascienden su profesión como deportista; una de ellas, su trabajo periodístico, deja entrever un perfil progresista. Cuenta la periodista Silvia Pisani en 'La Nación' que en los años en los que Valdano estaba vinculado al Real Madrid y tenía por delante algún partido decisivo pasaba por Puerta de Hierro y tocaba los muros de la quinta 17 de octubre. Aquella era su cábala. Muchos años después, compró la finca; pero eso ya fue otra cosa.

¿Tiene el papa Francisco, la misma capacidad de Juan Perón a la hora de atraer las voluntades más dispares?

Más allá de las afinidades ideológicas de Francisco con el peronismo, existe también una coincidencia, involuntaria, y es que su misión en Roma le ha convertido en un actor político de primer orden en Argentina al punto de no haber pisado el país desde el inicio de su pontificado para evitar un uso partidista de su presencia. Mientras tanto, en su despacho, al igual que en la quinta del general, el desfile de políticos argentinos es incesante. Desde Cristina Kirchner, que lo estigmatizó hasta el momento en el que lo eligieron Papa para ir a visitarlo varias veces, a Javier Milei quien, fiel a su estilo, llegó a decir que Francisco "es el representante del maligno". No hay, de momento, al contrario de lo que ocurría con Perón, nadie que tema ser convertido al dogma. También es cierto que algo tan terrenal como la cuestión de las derechas y las izquierdas es mucho más plástico que la adhesión a una causa divina.

Jorge Bergoglio es hijo de inmigrantes italianos, habitante del popular barrio porteño de Flores e hincha incondicional de San Lorenzo de Almagro. En la exhaustiva biografía de Marcelo Larraquy, Recen por él, se consigna también alguna novia, una pasión viva por el tango y, ya adolescente, el primer destello del peronismo que lo deslumbra: lee en el instituto La razón de mi vida, de Eva Perón, y se coloca en la solapa de la chaqueta un escudo del Partido Justicialista. Obviamente, al ingresar al seminario y optar por la orden de los jesuitas, esta filiación pasa a un segundo plano, pero años después aflora y no de manera discreta. Perón y Evita no abandonan nunca a un fiel.

Bergoglio, que manejó con soltura y eficacia su vocación. consigue en 1973 alcanzar la conducción de la orden y queda a cargo de la Curia jesuita. Es el año en el que Perón regresa definitivamente y alcanzará la tercera presidencia. Tiempos muy convulsos en los que la hegemonía del peronismo se la disputaban las dos corrientes alentadas por el general en el exilio: el ala revolucionaria que representaba la juventud y los sectores de la derecha con todos los matices posibles. La Iglesia no era ajena a estos movimientos. La Teología de la Liberación que vibraba en todo el continente era encabezada en Argentina por el padre Carlos Mugica, vinculado a la izquierda peronista y a los Montoneros. Una segunda corriente, la Teología del Pueblo, también cercana al peronismo, rechazaba al liberalismo, pero no asumía la idea del "pueblo oprimido": no era clasista. Ahí estaba Bergoglio y allí se significaba Guardia de Hierro, una facción peronista.

Como se puede deducir, el peronismo es un sistema totalizador donde cualquier voluntad puede encontrar un destino, piense lo que se piense a priori

Como se puede deducir, el peronismo es un sistema totalizador donde cualquier voluntad puede encontrar un destino, piense lo que se piense a priori. La plasticidad de Perón a la hora de convencer a un interlocutor se explica, en parte, por esta razón, que, parafraseando a Evita, era la de su vida. Guardia de Hierro fue una corriente del peronismo de los setenta, ideológicamente ortodoxa, que pretendía la equidistancia con los Montoneros y los residuos del nacionalismo católico provenientes de Tacuara, una facción ultra. Frente Rojo y Frente Negro en el argot de la organización.

En 1974, Bergoglio, en tanto provincial jesuita, recibe la orden de Roma de pasar la Universidad Católica de El Salvador a manos laicas y es entonces cuando convoca a los cuadros de Guardia de Hierro para cederles la dirección del centro de estudios. Es una jugada de alto voltaje que implica su significación política y un modo de prepararse para la navegación de la noche más larga que ya empezaba a caer.

A Bergoglio se le acusa de colaborar con los dictadores, en especial con el almirante Emilio Massera, responsable del centro clandestino instalado en la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada). Lo cierto, hasta donde se ha comprobado de manera fehaciente, es que lo que hizo el actual Papa fue gestionar la supervivencia de dos sacerdotes detenidos en la ESMA y que acabaron liberados. Se puede disentir con su mirada adscrita al peronismo conservador de entonces y eso es una opinión, pero su colaboracionismo no es verificable en los hechos.

No deja de ser curioso que Bergoglio haya dicho que, en uno de los peores momentos de esa etapa, el año 1979, se haya acostado en el diván de una psicoanalista

No deja de ser curioso que Bergoglio haya dicho que, en uno de los peores momentos de esa etapa, el año 1979, se haya acostado en el diván de una psicoanalista. Se lo contó a el sociólogo francés Dominique Wolton, quien publicó un libro de conversaciones con Francisco, El Papa Francisco: política y sociedad. "Consulté a una psicoanalista judía. Durante seis meses fui a su casa una vez a la semana para aclarar algunas cosas. Ella era médico y psicoanalista y siempre se mantuvo en su lugar", le cuenta a Wolton. Inevitablemente, surge la imagen de Nanni Moretti en el rol del terapeuta que ingresa al Vaticano para atender al nuevo papa, interpretado por Michel Piccoli, el cual, recién elegido, quiere renunciar como hizo Benedicto XVI. En la película Habemus Papam, el pontífice fallido solo alcanza a decir al pueblo reunido en Roma: "En estos momentos, la Iglesia necesita un guía que tenga la fuerza necesaria para hacer grandes cambios y que busque el encuentro con todos". En la vida real, llegó Francisco.

En los años noventa, con el arribo de Carlos Menem a la presidencia, sucesor de Raúl Alfonsín en cuyo Gobierno se juzgó a las juntas militares de la dictadura, Bergoglio da un giro copernicano a su modo de actuar como pastor. Ya sea por fe, necesidad o psicoanálisis, convertido en arzobispo de Buenos Aires en 1998 se transforma en un azote de Menem, incluso antes, desde su vicaría de Flores, el barrio natal, como obispo auxiliar según consigna Larraquy en su libro: "Mi pueblo es pobre y yo soy uno de ellos".

En esa línea y cada vez con mayor rebeldía continuó durante quince años hasta que Roma lo eligió Papa en 2013 y la manifestó simbólicamente antes de salir al balcón con el primer gesto. Rechazó el calzado rojo diseñado por Prada que lucían Wojtyla y Ratzinger para salir a saludar a la multitud con los viejos zapatos de goma que traía en los pies desde Buenos Aires. Esto el mundo no lo vio aquella noche del 13 de marzo, pero no pasó desapercibido que iba vestido de blanco y sin apenas ornamentos. El Papa del pueblo.

Esos fueron los primeros indicios de su gestión. Apenas un año después 'The Economist', sin ahorrar ironía pero fiel a la realidad expresa en un artículo de opinión que "la Iglesia Católica, ‘la multinacional más antigua del mundo’ estaba pasando por una crisis muy aguda, perdiendo una alta cuota de mercado en las economías emergentes, fundamentalmente en manos de los grupos pentecostales. Los escándalos y la incompetencia del banco del Vaticano estaban ahuyentando a los clientes y desmoralizando la fuerza de ventas". Doce meses después de su investidura, sigue la nota, "El 85% de la audiencia en Latinoamérica aprueba su gestión, las visitas a los puntos de ventas están subiendo y las fuerzas de ventas hablan de ‘el efecto Francisco’".

Hay un dicho cristiano que recuerda que, si te ayudas, Dios te ayudará. Tal vez Francisco lo recordó al nombrar en el primer año de su pontificado un grupo de ocho cardenales para reformar el Vaticano

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La Harvard Business School también puso su atención sobre Francisco para estudiar la clave de su éxito y marca tres decisiones que asumió ni bien comenzó su gestión. Cambiar el foco del negocio: "hay que ayudar a los pobres"; irse a vivir a un piso de setenta metros cuadrados y tomar su nombre de un santo que defendía a los pobres y a los animales. Hay un dicho cristiano que recuerda que, si te ayudas, Dios te ayudará. Tal vez Francisco lo recordó al nombrar en el primer año de su pontificado un grupo de ocho cardenales para reformar el Vaticano (conocido como G-8) y contratar a las consultoras McKinsey y KPMG. Dios escribe derecho con reglones torcidos. Francisco lo intenta.

En el documental Amén: Francisco responde de Jordi Évole y Màrius Sánchez, un grupo de jóvenes de todas partes del mundo hablan a tumba abierta con el Papa sobre sus diferentes problemáticas. Una chica binaria dice haber sido señalada por la Iglesia. Francisco asiente: "La gente con ideologías cerradas que forma parte de la Iglesia son infiltrados. Es una de las corrupciones de la Iglesia". Otra joven, católica practicante, desde una posición feminista reclama que la mujer pueda ejercer el ministerio dentro de la Iglesia. Francisco: "Detrás de tu afán de promoción estás mostrando una adhesión machista porque te acompleja que la mujer no pueda ser sacerdote". Entre estas dos respuestas se vislumbra el pensamiento vivo de Francisco y su sinuoso campo político. Más claro: aflora una suerte de sincretismo que busca la superación dialéctica del Frente Rojo y el Frente Negro en el argot de Guardia de Hierro, la facción peronista a la que perteneció.

Netflix produjo la película Los dos papas, del realizador Fernando Meirelles, en la que se ficciona una relación imaginaria entre Bergoglio y Ratzinger. Los pontífices son interpretados de manera notable por Jonathan Pryce y Anthony Hopkins. Cuanta Pryce en una entrevista que rodando la película en la Villa 31 de Buenos Aires, uno de los conglomerados de chabolas más grande de la ciudad, caracterizado como el cura Bergoglio, la gente lo señalaba y gritaba: "¡Perón, Perón!" No era un malentendido. Pryce tuvo el rol del general Perón en la película Evita, en la que la protagonista era interpretada por Madonna. Ese video promocional de diez minutos atrapa mejor la figura de Bergoglio que todos los intentos hechos hasta ahora.

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