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Unai Sordo

Waalwijk

Desenrolló el poster y lo dejó extendido sobre la cama. Kortabarria, Larrañaga, Arkonada, Zamora, Periko Alonso, Satrustegi, López Ufarte… “joder qué equipazo teníamos”.

Xabi terminó de deshacer el paquete que contenía unos sobres de embutido y algunas latas de anchoas. Escuchó el sonido de la cisterna en el exterior y apenas unos segundos después por la puerta aparecía la rechoncha figura de Osvaldo, terminándose de abrochar el pantalón.

- Pues sí Javier. Aquí el sueldo pasa a un segundo plano. Se trabaja para poder seguir trabajando. Es sencillo. No haga nunca planes con más de dos horas de antelación. Tenga en cuenta que en pocos días empieza la próxima Bull week. No se aleje de Waalwijk más de la distancia que pueda recorrer en una hora, teniendo el horario de trenes siempre presente.

- Como me vuelvas a llamar Javier, te llamo yo a ti Panchito Regordete. No te jode. ¿Qué me dijiste que era eso de Bull Week?

- Son diez días seguidos en los que te hacen ofertas especiales de horas para ir a trabajar. A usted como está empezando seguro que le ofrecen todos los días algo. Yo en cambio, en la última Bull Week tuve que suspender unas mini-vacaciones que tenía reservadas para conocer Brujas, y luego apenas no más me llamaron para trabajar 3 días, los muy chingones…

Xabier salió fuera a fumar un cigarro. El sol empezaba a decaer y el aire había refrescado súbitamente. A unos doscientos metros se encendió un letrero que fue ganando intensidad en los siguientes minutos: Flexhousing. Y debajo aparecía una inscripción en varios idiomas. Uno de ellos el castellano Soluciones de alojamiento flexible, a precios mucho atractivo

- Javier, allí están las polacas. Aunque hay pocas. Son casi todo hombres –la voz de Osvaldo se tornó pícara, mientras señalaba al otro lado de una carretera, donde se alzaba un edificio de cubos prefabricados, aproximadamente 80 ó 100 cubos montados unos sobre otros, y que levantaban tres plantas con una extensión de unos cien metros de largo.

- Me llamo Xabier, hostias –dio una calada larga al cigarro– ¿Y ahí viven?

- Si, por lo menos cuatrocientas personas. Pero ya le digo, casi todo hombres. Tienen una cancha de basketball aunque son bastante malos, y unas mesas. A veces se ponen allí a tomar. En eso son algo mejores. La parte de los polacos está siempre llena de gente. Aquí traen mucha más gente de la que se necesita a diario para ir a trabajar. Son unos tontos estos holandeses.

Xabier empezó a caminar lentamente, arrastrando los pies hasta llegar a la carretera que separaba el pequeño motel en el que se alojaba temporalmente de la colonia de polacos que parecía tener como vecindario. Osvaldo le siguió.

- Allí a lo lejos se alojan los turcos y creo que algunos marroquíes. Yo no suelo ir nunca por allí. Ustedes los españoles viven más dispersos. En los moteles, en los campings… En la otra parte del polígono hay más cubos como estos y creo que también viven españoles. Entérese donde hacen los quilombos o se aburrirá mucho aquí. 

- Yo he venido a trabajar, para fiestas me vuelvo a mi pueblo.

- Bueno, ustedes se supone que se tienen que marchar a España cada cuatro meses, si no quiere registrarse en el censo. Así matan eso… ¿cómo lo dicen los gallegos? Morriña…

Xabier sacó un papel de su bolsillo. Lo leyó no sin dificultades porque la ausencia de claridad se hacía más pronunciada por momentos. Eran ya las ocho y media y la luz de abril declinaba en Brabante, la provincia más meridional de los Países Bajos, de forma paralela a una pronunciada bajada de la temperatura que durante aquella tarde que moría había sido bastante agradable.

- Eso me han dicho ¿sabes cómo va eso del registro?

- Pues aquí es muy fácil regular el acceso al trabajo y bastante más difícil regular el resto de cosas. Para trabajar hay que disponer de un número BSN. Si no quiere registrarse en el censo declara que no va a estar más de cuatro meses; le dan el código y le registrarán como no residente. Se supone que usted irá y vendrá de España. Hay gente que se pasa mucho tiempo así, pero bueno, usted lo tiene más fácil para registrarse correctamente porque es europeo; europeo del sur y eso hace que les llamen “manitos”. Pero luego, eso si, aquí todos somos “camitas”. Todos los que nos alojamos aquí. ¿No le parecen nombres bien chéveres? Deme un abrazo ¡mi camita!

Xabier se retiró bruscamente ante el amago de su compañero de cuarto de estrecharle un abrazo. Apenas le conocía hacía treinta horas y no sabía cuando hablaba en broma y cuando en serio. Volvió sobre sus pasos hasta llegar a la habitación del motel. Encendió la luz y puso el poster de la Real Sociedad en la pared, sujetándolo con unas tiras de celo

- Bueno señor Javier, me voy a mi pieza. Si entra al wáter tire de la cadena y no deje restos de mierda en el retrete, que el olor llega a las dos piezas, y yo duermo fatal si hay ruido o huele mal. Recuerde que el cepillo de dientes verde es el mío.

- Que me llamo Xabier, cojones… – y  cerró la puerta mascullando un “hasta mañana “ entre dientes.

Tempoteam

Cuando Xabier abrió los ojos tuvo un leve momento de desconcierto. Rápidamente se situó. Estaba en Holanda. En los Países Bajos como se denominaba ahora, tratando de concertar cuanto antes la entrevista que le procurase empezar a trabajar. Llevaba dos días allí tras un periodo de selección en el que apenas le habían pedido requisito alguno.

Se levantó y antes de plantearse salir a desayunar leyó los diversos documentos que formaban una lista interminable, como las pruebas a superar en una gymkana: Temporales una empresa de selección de personal con sede en Majadahonda y con la que se había conectado por Skype nada más salir de la cárcel; “EUFLEX”, la empresa a la que le habían remitido tras la breve entrevista con “Temporales” y que le habló por primera vez de la posibilidad de facilitarle, no solo el transporte sino también el alojamiento junto al polígono Puerto 8, en Waalwijk, una pequeña ciudad de apenas 50.000 habitantes pero con un centro logístico de más de 70 hectáreas, donde esperaba trabajar y orientar una nueva vida; Flexhousing la empresa que gestionaba su alojamiento y –parece– el de miles de personas que de alguna manera u otra trabajan –o eso pretenden– en aquella inmensa extensión de plantas empaquetadoras y distribuidoras; y por último “TempoTeam”, de la que no poseía ningún documento y solamente tenía anotado el nombre a bolígrafo, pero que según le había explicado Osvaldo era el vértice de todo este entramado.

Jenkin

La pequeña cabaña situada en la parte cercana al canal Bergse Mass, a escasos metros de la orilla, estaba aquella tarde iluminada por una tenue luz interior. Jenkin estaba apoyado en el respaldo de una silla con el cuerpo ligeramente inclinado hacia delante, con la cabeza semi-agachada, y con una pequeña rama entre los dedos de ambas manos, con la que parecía jugar.

Xabier se acercó como venía haciendo habitualmente cada tarde los días en que la aplicación le concedía tiempo libre. Los solía hacer en el periodo en que el sol desaparecía y hasta que la noche vencía los últimos reflejos de luz. Le gustaba observar el reflejo crepuscular del sol en las aguas del canal.

Sin embargo todavía recordaba el susto que le había dado el pelo raído y casi albino del holandés que le tapaba buena parte de la cara, el primer día que se le apareció súbitamente entre la maleza baja que separaba su cabaña de la orilla del canal.

Esta vez Jenkin no levantó la vista hasta que Xabier hizo un perceptible ruido arrastrando la suela del zapato sobre la tierra que rodeaba la vieja construcción de traviesas de madera en la que se levantaba la “caseta del buzo”.

Como todos los días, parecía dubitativo al ver la aparición de Xabier. Le miraba unos segundos hierático hasta que de pronto cambiaba el rictus, y relajaba las facciones de la cara, en una especie de señal casi imperceptible reconocimiento y de tranquilidad amistosa.

Eso, los rasgos faciales, era la única información que Jenkin retenía con dificultad de los encuentros que solía tener con Xabier. Hacía unos años había sufrido una narcosis de nitrógeno cuando trabajaba en el fondo marino. Producto del estado de euforia repentino que le invadió mientras se sumergía en el agua varias decenas de metros, se quitó temporalmente la mascarilla de respiración. Algún problema que, al parecer, nadie pudo nunca identificar correctamente, le llevó a tardar demasiado tiempo en volvérsela a poner y la falta de oxígeno le provocó una anoxia que le afectó al hipotálamo. Desde entonces Jenkin, uno de los más experimentados buzos profesionales que trabajaba para la empresa SubCom, había perdido la capacidad de acumular información. También había adquirido la costumbre de beber, según se decía porque el estado de euforia que a veces amenaza a los buzos cuando están sumergidos es una sensación cercana al que produce la ingesta de alcohol, y por tanto era el estado más cercano al que sintió en sus últimos momentos de memoria, cuando le sobrevino la narcosis que, accidente mediante, le había retirado de su oficio.

Xabier le había contado su verdadera historia. Hablar con Jenkin era como llenar un lavabo de agua y colocarle el tapón con la sensación de que va a preservar el líquido, aunque sabes que al día siguiente, indefectiblemente, el agua habrá caído lentamente por el sumidero. Y volver a empezar. Quizás por eso, era reparador para él. Por eso le relataba su vida, su paso por la cárcel, su presencia actual en Holanda para reiniciarla desde el anonimato, el desprecio que le hicieron sentir cuando volvió a su pueblo, tras cumplir condena. Incluso le hablaba de las galopadas de López Ufarte por la banda izquierda del viejo Atotxa y los remates de cabeza de Satrústegi. Curiosamente los recuerdos futbolísticos eran de las pocas cosas que Jenkin parecía retener de alguna manera. “Cruyff” le había dicho alguna vez cuando le veía aparecer desde el campamento de trabajadores que distaba apenas cuatrocientos metros de la cabaña en la que vivía.

La caseta de madera desvencijada de Jenkin formaba parte de la “obra social” de Flexhousing. Había trabajado durante muchos años como buzo en el proceso de extensión de fibra óptica a lo largo y ancho del mundo y sus mares. Y fue precisamente en las costas vascas, junto a Sopelana, donde sufrió el fallo respiratorio que le llevó a la vida en presente continuo.

Flexhousing había colocado un panel explicando la historia de “Jenkin el buzo”, y de su trabajo desde el “Dependable”, un buque cablero que había desplegado más de seis mil kilómetros de cable por todo el Atlántico. Por ese cable,  en la llamada ruta Grace Hopper, discurren ingentes cantidades de datos sobre las que reposa la interconectividad del mundo. “Sin ese cable, sin esa ruta, sin Jenkin… ni Tempoteam, ni Flexhousing, ni todo el Polígono 8, habrían tenido lugar”. Así estaba inscrito con letras a relieve en un panel protegido por metacrilato que leyeron el día que se le facilitó a Jenkin Van Aerle una cabaña para que pudiera vivir de su exigua pensión de jubilación, en las inmediaciones del Polígono 8 de Waalwijk, de donde era natural.

Jenkin no recuerda nada de eso.

ISABEL

-Isabel

-¿Isabel?

- Si, ISABEL. Es una plataforma informática que actúa como vínculo entre los cargos de coordinación con los flexworkers. Es un programa de software que permite establecer un único departamento de recursos humanos entre las diferentes empresas. Es decir, cualquiera de los empleados con funciones de gestión o coordinación como es mi caso, pertenezca a la empresa que pertenezca, puede y debe, en función de los privilegios accesos a su estatus, conocer en tiempo real la información registrada de cada trabajador. Pero, al mismo tiempo, debe registrar en él todas las decisiones que adopta para que éstas sean validadas por el algoritmo. De tal manera que, en última instancia es realmente éste el que dirige la acción del personal que coordina a los flexworkers.

Xabier habla con Adriana, una coordinadora que se ha puesto por primera vez en contacto con él, después de unos días en que empezaba a pensar que su estancia en Holanda llegaba a su fin por la falta de concreción de ningún trabajo. Adriana le dijo que había nacido en Malinas, pero sus padres eran españoles y habían emigrado a Bélgica a mediados de los años 60. Por alguna razón que Xabier no sabía, tenía algún tipo de relación con Osvaldo y el metomentodo compañero de pieza, había convencido a la coordinadora de que conociera al “vasco Javier”. Algo que no era muy ortodoxo en las normas de funcionamiento del conglomerado de empresas que operaba en el Polígono 8.

- Yo seré tu coordinadora y me puedo meter en tu perfil  o en el de cualquier persona como si fuera esa persona. Tengo una opción que pone “actuar como este trabajador”. Entonces yo me puedo meter por ejemplo en tu perfil y ver lo que tú estás viendo. Por ejemplo, hay gente que me dice: “Adriana, es que tengo tres días a la semana” y yo a lo mejor le digo “No, macho tienes cuatro que lo estoy viendo” O cosas así.

- ¿Y el programa te ayuda a cuadrar todo?

- Normalmente sí, porque el programa tiene todas las horas asignadas y si yo, por ejemplo, un día tengo que despedir a alguien, pues esas horas pasan a horas disponibles. Entonces cierro el perfil de esa persona… pero te quedas con esas horas y el programa propio te va diciendo la gente que tiene ese “skill” y la gente que tiene libre ese día y por tanto puede trabajar en ese turno.

- O sea que ¿estoy hablando con la persona que me puede despedir en cualquier momento y me va a ordenar el trabajo?

- Bueno… realmente no. De hecho, es ISABEL quien, en última instancia, hace los plannings. El sistema registra las horas de trabajo de cada operador, sus salarios acumulados, los no shows, sus ratios y evaluaciones individuales la antigüedad, las skills (o competencias), los lugares de residencia, los warnings…

- ¿Lo qué?

- Los warnings. Las faltas. Pueden estar motivadas por la falta de puntualidad o por déficits en la limpieza de las habitaciones en los bungalós y casas que pertenecen a las ETTs. Para ello cada flex lleva colgada una tarjeta personal, que no puede perder de vista en ningún momento, y que utiliza constantemente para indicar sus movimientos y las tareas que inicia y que termina.

Xabier sujetó la tarjeta que minutos antes le había entregado Adriana y ya llevaba colgada por el cuello.

- ¿El flex soy yo, verdad?

Adriana asintió con la cabeza.

- ISABEL produce los plannings semanales de los trabajadores de cada ETT, y conoce el número, los cronogramas y los historiales de todos trabajadores de las ETTs con las que trabaja. Es decir, de los trabajadores que tienen en espera y de los que lo hacen en otras empresas usuarias. Esta tarjeta, conocida como BATCH, toma el nombre, por un efecto metonímico, de ‘lote de trabajo’…

- No tengo ni idea de lo que es un efecto metonímico…

- Es igual. El caso es que el BATCH el trabajador comunica las horas que ha trabajado y la producción que ha realizado. Esta posibilidad de medir la productividad individual es, en primer lugar, un método taylorista clásico de intensificación del trabajo cuando se utiliza para normalizar estándares de trabajo, premiando a los operadores que más ítems por hora son capaces de recoger.

- ¿Un método qué…?

Xabier pensó que Adriana padecía de una incontinencia verbal añadida a cierta dificultad por percibir la capacidad de entendimiento real de su interlocutor. Se preguntó furtivamente quien dejaría con la palabra en la boca a quien, cuando se juntaban ella y Osvaldo. También pensó que quizás hablaba con esa contundencia y esa complejidad para abrumarle y trasladarle la sensación de que todo, absolutamente todo, estaba controlado por algún tipo de programa informático. Si esa era la intención de la coordinadora, desde luego lo había conseguido.

- Déjalo. Es igual. Te cuento lo de los tiempos de parada. Esto no te lo debiera decir, pero me ha gustado que te hayas hecho amigo de Jenkin. A mí también me da mucha pena el hombre...

Ten siempre en cuenta que siempre vamos a saber, bueno ISABEL va a saber, si has estado un tiempo sin trabajar o sin hacer nada. Si en 10 minutos no has trabajado, ya te vamos a preguntar a ver qué pasaba.

- ¿Y por qué sabéis que no he trabajado?

- Por el sistema.
Por el sistema, claro. Comprobando por usuario o por ID: tal persona ha estado en tal piso en la localización tal, y ha puesto tantos objetos de este código de barras.

- Y ahora –Adriana mutó ligeramente el tono de voz para hacerlo menos monótono y robotizado, como si fuera a comunicar algo de índole más informal o personal– han hecho una cosa muy chula: cada persona debía hacer cada hora, entre 100 y 120 productos. Y como han visto que esto se estaba cumpliendo, recortamos personal, subimos el ratio de cada persona y si en vez de con 20 trabajamos con 10 ya está, en vez de 100 productos les exigimos 180, y si no lo hacen nos quejamos, y ya está.

Adriana se enfundó una cazadora con el logo corporativo de la empresa tatuado en su espalda. Se disponía a marcharse.

- Solo una cosa más. No te extrañes de ver gente que va y viene, y tener siempre la sensación de que aquí hay mucha más gente de la que de verdad trabaja. No es una sensación. Es así. Hay lo que llamamos “un superávit consciente de trabajadores en los campings”, mediante la aparente incoherencia en la configuración de los plannings semanales. La extrema disponibilidad permite que cualquier operador, pueda ser llamado a su móvil un día cualquiera a cualquier hora para estar en su puesto dos horas más tarde sin aviso previo, consciente de que la empresa puede no volver a llamar si no acude.

- Ya. Pues espero que me eches una mano, porque vaya plan de vida. Aunque todo será mejor que esta espera. He perdido la cuenta de los días que llevo aquí y apenas me han dado horas de trabajo…

- Eso va a cambiar ya. Y de lo de echarte una mano, ya quisiera, pero no será fácil. Yo teóricamente soy tu flex coach y cuando estés adaptado al trabajo seré tu team leader. Si tienes algún problema con la asignación de carga de trabajo, o con los procedimientos de aprendizaje, en la aplicación tienes una forma de dirigirte a mí. Yo la tramitaré y quizás eso pueda cambiar alguna variable sobre las decisiones del algoritmo, no tengas duda de que lo haré, pero al final no decido. Es ISABEL la que determina todo. El algoritmo, ya sabes. Bueno Javier, encantada de conocerte. Dale recuerdos a Osvaldo. Y suerte en tus próximos días de trabajo.

- Que me llamo Xabier, hostias.

Manitos

El ambiente se estaba enrareciendo en la zona polaca. La última “Bull week” se había saldado con escasa carga de trabajo para buena parte del los habitantes de los “cubos”, que habían sido llamados de media únicamente unos tres días según le explicó Osvaldo a Xabier en uno de los ratos que compartieron.

Cuando Xabier salió de la habitación percibió más movimiento de lo habitual en los bungalós cercanos al motel. En efecto, allí había nuevos inquilinos que estaban tomando posesión de sus aposentos con mochilas y petates a la espalda, así como con algunas maletas de ruedas que arrastraban con dificultad por lo rugoso de la superficie del suelo.

Xabier enfiló el paso con premura en dirección contraria. Por primera vez en tres semanas el planning que tenía instalado en la aplicación estaba señalando un sábado con color amarillo. Esta es el color que identifica el día libre. Lo había solicitado para comprar algunos utensilios que necesitaba para la habitación, que estaba desvencijada y con una imperiosa necesidad de algo más que un lavado de cara. Por eso cuando ya se atisbaba a lo lejos el apeadero por el que pasaba la furgoneta que le trasladaría al centro de la ciudad y vio acercarse a Osvaldo, trató de escabullirse por la parte trasera de las edificaciones.

- Mi “camita”, ¡no se vaya! Espere…

- Osvaldo, tengo que coger la furgoneta para acercarme a la ciudad. Pago 70 euros al mes para poder usarla, y hasta ahora ha sido como tirar el dinero. Si se me escapa, se me jodió el día.

- Don Javier, le tengo que dar buenas noticias. No se apresure y escuche. ¿No ha visto el grupo de flexworkers que tenemos al lado? Son españoles. Más “manitos” para que no esté usted tan solo, que parece un alma en pena… Vienen a esos bungalós de aquí al lado. De Cádiz, de Valencia, de Barcelona… y es gente joven la mayoría. ¿No se alegra?

- Me voy, pierdo la furgoneta y tengo compras que hacer.

- No. No se vaya. La señorita Adriana quiere hacerle una propuesta. No me ha dicho cual es. Está allí en la oficina portátil que pusieron el otro día. Acérquese un momento, no sea chingón. No es muy habitual que la señorita hable con un flexworker, y menos que lo haga dos veces.

Xabier dudó. Iba a perder el único medio de transporte que podía disponer para hacer las compras que necesitaba. Finalmente cambió la trayectoria que le llevaba al apeadero y se dirigió a una oficina con aires rústicos que recordaba a la que en los cuentos de navidad refugia a Papá Noel. Osvaldo en cambio, giró sobre sus pasos y se dirigió donde estaba el grupo de españoles.

Stocks y flujos de trabajo vivo 

La lista de Spotify que sonaba en un pequeño Aiwa situado sobre una banqueta combinaba temas de Vetusta Morla y Leiva de forma aleatoria, mientras un grupo de personas estaban dispuestas alrededor de forma desordenada. En la pequeña explanada que perimetraban varios bungalós, algunas estaban sentadas, otras recostadas sobre las paredes, fumando, o simplemente dejándose acariciar por la agradable brisa que aquel día soplaba por el Polígono 8 y su zona residencial.

- ¿A 70 kilómetros?

- Pues sí. A esa distancia estábamos alojados. El alquiler por las habitaciones era más barato que aquí, pero cada día teníamos entre dos y tres horas de desplazamiento contando ida y vuelta, y finalmente nos han concedido el traspaso que habíamos pedido hace ya algunos meses.

Pese a su habitual resistencia a relacionarse con otras personas que no fueran Jenkin u Osvaldo, Xabier había terminado por establecer un diálogo con el grupo de españoles que se habían alojado cerca de su motel.

-Lo que tiene cojones es que nos traigan aquí y ahora llevemos cuatro días casi sin trabajo y estemos muertos de risa mano sobre mano. Te venden la moto de que vas a tener 40 horas semanales por lo menos algunas semanas, y tú haces tus cálculos, 40 por 10, todos los meses voy a sacar aunque sea 1000 o algo más. Aunque pague 400 por el bungaló me quedan 600-800. Y he ganado 1000 euros apenas un par de veces en 6 meses, pero al paso que hemos arrancado aquí, ni eso.

- Si lo que quieras, pero yo o salía de allí o reventaba. Y desde luego o esto es distinto o me vuelvo a España aunque sea corriendo. En el camping donde me alojaba, los supervisores tienen derecho a penetrar en los espacios privados de los trabajadores. Te pueden despedir si tu habitación no está recogida o si te encuentran algún tipo de droga aunque sea para consumo privado. Me río yo de la legalidad del cannabis en Holanda. Te tienen una semana mirando el techo y encima si te pillan con un canuto, te dan boleto…

- Bueno, y tú eres tío. Donde yo estaba había un movimiento de gente que flipas. Gente que entraba, que se iba, que se la echaba. Yo que sé… Yo el día que llegué serían eso de las 9 de la noche. Hacía un frío de cojones. Me estaba esperando un polaco con un mosqueo considerable porque había terminado su trabajo a las 6 y llevaba 3 horas esperando.

- ¿Pero otro trabajador o un supervisor?

-Ni lo sabía en aquel momento. Tenía que hacerse cargo de mí. Así que alguna jerarquía tendría, que sé yo… el caso es que me metió a empujones en un cuarto. Gritaban por la noche. Entraban absolutamente borrachos a mirar quién eras y a mirar mis cosas. Una cosa tremenda.

Xabier se revolvía en la silla en la que estaba sentado. Según escuchaba las conversaciones  en las que ocasionalmente participaba, le venía a la cabeza, la voz rítmica, fría y robótica de Adriana “Ello permite mantener los niveles mínimos de cada empleado y maximizar también la disponibilidad de la fuerza de trabajo para hacer frente a virtuales demandas de las empresas clientes con las que trabajamos. Esta elevada disponibilidad del ejército de reserva –¿te suena eso Xabier?– depende, por una parte, del número de personas desocupadas en cada momento y, por otra, de su necesidad de conseguir horas de trabajo.” Xabier nunca entendía literalmente lo que Adriana decía, pero era capaz de hacerse una composición de lugar de lo que su lenguaje alambicado exponía y finalmente se llegaba a una conclusión, simple, contundente e inequívoca. “Xabier, aunque formalmente seas un flexworker más, te estoy ofreciendo que seas un supervisor oculto de la zona en la que te alojas, que será paulatinamente reforzada con más españoles y latinos. Tus retribuciones aumentarán. De forma opaca para que nadie se entere. Tus condiciones y turnos de trabajo serán aun mejores que los actuales. En pocos días, solo si aceptas, se reformulará tu planning de trabajo.”

- Pues yo lo peor que he pasado ha sido cuando más he ascendido. Fue horroroso. Yo era mando intermedio de una ETT cuando se prohibió que las ETTs facilitaran directamente el trabajo de housing a los trabajadores. Pues lo que hicieron fue crear echando leches una empresa para gestionar el alojamiento de los trabajadores de puesta a disposición que ya tenía contratados  mi ETT.

- ¿Y te cambiaron de empresa?

- Si. Bueno, al principio formalmente no. Hacía las dos funciones. Pero luego si, me cambiaron de empresa. Me pusieron de encargada de la empresa de housing. Nos llevaron a la gente más joven allí, porque querían hacer una empresa dinámica. Y allí que fui, de gaditana por el mundo.

- ¿Pero estuviste mejor o peor?

La chica gaditana pareció asustarse ante lo repentino, brusco y directo de la pregunta de Xabier.

- Tienes algunas ventajas. No pagas camping y alojamiento y tal, pero claro, es un trabajo 24/7, porqué tú vives allí, estás resolviendo problemas y todo el mundo sabe dónde estás. Te buscan todo el rato, entran en el bungaló. Llegué a cambiar de empresa y la gente me seguía buscando, me paraban aunque trabajara otra vez en la ETT, y al final es hasta violento “joder que no trabajo allí, que ya no estoy allí”.

- Ganarías más…

- Si claro. Ganas más. Es que depende también como seas porque el trabajo es bastante frustrante. Recurren a ti para todo tipo de problemas y la gran mayoría no puedes hacer gran cosa para solucionarlos. Que si me han puesto dos días de planning, que si me he hecho una herida y necesito un médico, que si hacen falta 3 extras, que no sé quien no ha ido a trabajar y tienes que ir a buscar a no sé quien a su casa… que vete a saber si trabajó ayer o salió por ahí y está de resaca, porque la gente era bastante joven… en fin.

Xabier cambió la vista y miró al horizonte. Nada de eso les iba a ocurrir aquí porque pronto tendrían su tarjeta BATCH y todas esas contingencias se registrarían automáticamente. Sería ISABEL quien resolvería todos esos problemas de asignación. Su función únicamente era palpar el estado de ánimo de la pequeña colonia española cuya calculada inactividad parcial iba a modificar las condiciones de trabajo de otros colectivos “excesivamente instalados y acomodados” recordó en forma de voz rítmica, fría, y robótica.

Osvaldo

- Chabier, o como se diga esa “ese” tan rara, ¡nunca sé si es como Xabi Alonso o como “Chavi” Hernández! Llámese Javier y todo arreglado, carajo… Yo no es por asustarle. Pero anoche en el campamento polaco estaban algunos bien tomados de vodka. Y hablaron varias veces de usted. Les ha quitado varios turnos de trabajo buenos, que según ellos le han dado a usted, han tenido que hacer sustituciones de otros turnos que usted no asumía y les ha estropeado días de vacaciones. Dicen que las guardias sin retribuir que a ellos les tienen empantanados días enteros en el campamento, a usted no se las imponen nunca. Y sobre todo, que desde que llegó el último contingente de flexworkers españoles, todo les está yendo peor.

Xabier miró a Osvaldo y se encogió de hombros.

- No tengo ni idea de lo que dices. Yo lo único que hago es seguir lo que me marca la puta aplicación.

- Yo solo le digo que le ven como un problema, y creen que tiene algún trato de favor con la coordinadora por ser de ascendencia española y porque habló con usted, cosa que nunca hizo con ellos.

- ¿Y a mí qué me importa lo que crean? No conozco a ninguno, de hecho no sé porqué les conoces tú. ¿Hablas polaco?

- Señor Javier, yo me relaciono aquí con mucha gente. Soy el “camita” más antiguo de esta zona del campamento y conozco el paño. Los polacos como el resto de grupos aquí, son como una copa rota. Cuando está entera parece una cosa inofensiva, cuando se rompe cada cristalito corta y es peligroso y agresivo. Y esta gente es agresiva.

Xabier abrió su aplicación y recuperó las notas con las que le habían explicado el funcionamiento de su calendario semanal, con las horas del día plasmadas en diferentes colores. Se lo mostró a Osvaldo. Las notas estaban manuscritas y con una escritura un tanto confusa «Verde: disponibilidad, y aquí te dice, digamos, las horas que puedes estar disponible o no. El color te dice, disponible, disponible adicional, planificado, sin planificar. Disponible significa que te podrían llamar. El verde significa la espera, una guardia sin retribuir en la que el trabajador es penalizado si te llaman y no contesta o contesta que no puede acudir. El verde es el color preestablecido, sobre él se señalan en amarillo las horas planificadas, en rojo las bajas por enfermedad (que en cualquier caso sólo aparecen tres horas después de haber informado a la empresa, pues los trabajadores deben avisar con tres horas de antelación que no pueden ir a trabajar). En amarillo más oscuro aparecen los permisos solicitados concedidos, es decir, cuando el trabajador pide a la empresa con antelación tener esas horas no disponibles y ésta se lo concede; lo que para cualquier otro trabajador es el tiempo libre».

- Esto fue lo que me dijeron más o menos, y a esta mierda es a lo único que hago caso ¿Dónde está el problema?

- Mire, “mi camita”, yo no digo que usted esté creando ningún problema. Le digo que usted tiene un problema. Y se llama Krzysztof Jasinski. Es el cabecilla de los polacos y consiguió, o eso creen ellos, que los suyos tuvieran buenas cargas de trabajo, plannings que se cumplen, polivalencia, les dejan seleccionarse más días libres sin penalización, les exigen ratios por persona que pueden cumplir y que son mucho más llevaderos que los de los moros... Yo no sé si es verdad. ISABEL no sé yo si entiende de polacos, ni de argelinos, ni de españoles… pero el caso es que ellos lo creen. Y dicen que desde que llegó a trabajar usted aquí, sus condiciones de trabajo son peores, mucho peores.

Krzysztof

Krzysztof Jasinski conserva aun la cojera que le quedó como secuela del largo viaje en la caja del camión en el que huyó de su país. Tras el cambio en la política migratoria de Polonia y Lituania respecto a las ingentes cantidades de kurdos, sirios, libios y afganos que llegaban a Bielorrusia, Krzysztof comprendió que había dejado de ser una figura cómoda en Minsk. Pronto la policía fronteriza de su país, que había sido colaboradora necesaria para facilitar la entrada de huidos de la guerra de Siria, trataría de neutralizarle. El conflicto diplomático subía de tono y el negocio se iba a venir abajo de forma abrupta. Jasinski valoró la idea de volver a Varsovia, pero por un lado sabía como se las gastaban las autoridades polacas con quienes dejaban de ser funcionales y pasaban a ser testigos incómodos, y, por otro, intuía que a sus propios secuaces les iba a costar renunciar al dinero fácil que obtenían gestionando la entrada de migrantes desde el aeropuerto de Minsk hasta detrás de la frontera polaca. El último día hizo acopio de todo el dinero que tenían escondido en distintos lugares, y huyó escondido en el camión de uno de los colaboradores habituales que en este caso hacía una ruta legal hasta los Países Bajos.

Una vez allí, llegó a Waalwijk, una pequeña ciudad donde había crecido un enorme polígono ligado al negocio de la paquetería y la logística. Él no tenía ninguna experiencia en esa actividad. Pero sabía que miles de compatriotas trabajaban allí. Y él sabía crear redes, generar dependencias, y utilizar métodos expeditivos para hacerse valer. Adriana le habló de ISABEL, pero sobre todo le habló de cómo convencer a los suyos, los polacos que vivían en los cubos prefabricados, de que podían trabajar en una situación de privilegio respecto a los marroquíes, los turcos, e incluso los españoles, por muy europeos que fueran.

Jenkin

La cabaña estaba destrozada y humeante. Habían actuado a conciencia y con saña. Los sombreros vaqueros que Jenkin solía colgar en alcayatas que sobresalían varios centímetros de la pared habían sido utilizados como antorchas.

El rumor llegó rápidamente al poblado, y cuando Xabier se dirigió a la cabaña, Osvaldo ya volvía de la misma con la cara desencajada. Un pequeño camión de bomberos con la sirena ululando, dotaba de un aire espectral a la zona cuando ya había oscurecido. La policía había acordonado el terreno y varios agentes caminaban con linternas por el camino de tierra que separaba la cabaña del canal que bordea el polígono 8 de Waalwijk.

No fue hasta la mañana, con el clareo del día cuando el cadáver del buzo apareció entre unos caños que situados en la orilla del Bergse Mass y conforman una especie de humedal tupido. Con el cuerpo deformado por la ingestión de agua y, parecía, señales de violencia.

Nadie era capaz de dotar de significado a una brutalidad así. Jenkin era parte del paisaje que circundaba el polígono y jamás protagonizó incidente alguno. Bebía, se emborrachaba habitualmente, pero vivía lo suficientemente alejado como para no molestar con ningún ruido. Además tenía un beber retrospectivo. Apenas se relacionaba con los trabajadores del campo y su pérdida de memoria le hacían un ser inofensivo. La policía no dio muchas explicaciones. Nadie las pidió en exceso.

Xabier apenas volvió dos días más hasta los restos de la caseta. Todo el andamiaje de traviesas de madera, los restos calcinados y la propia placa rememorando el pretérito accidente laboral del buzo, fueron derruidas rápidamente por una contrata enviada por Tempoteam. En apenas una semana no había resto ni rastro de Jenkin Van Aerle en el polígono Puerto 8 de Waalwijk.

Osvaldo

Vacía. Así estaba la habitación de Osvaldo. Con la cama hecha de manera precipitada, con la manta puesta de cualquier manera, y algunos cajones sin cerrar. Alguna botella de agua sin vaciar. Ni una nota, ni un aviso.

Osvaldo había estado esquivo desde la noche en que ardió la caseta de Jenkyl. Xabier pensó en utilizar la aplicación para dirigirse a Adriana y preguntar al respecto. Pero la app no permitía cualquier tipo de pregunta, sino únicamente unos ítems que aparecían en un desplegable que tenía que ir seleccionando. Y ninguna de las opciones hacía ninguna referencia a cuestionar por la desaparición de un compañero de alojamiento que se ha esfumado.

En la habitación no había ninguna señal de violencia, nada roto, nada forzado. Si parecía que se había vaciado de forma precipitada y sin preocupación alguna por dejar un cierto orden en armarios y cajones.

Xabier le envió un mensaje a través del teléfono. Comprobó que se activaba el doble check. Lo había leído pero no contestó. Pensó en llamar, pero finalmente no lo hizo. Intuía que Osvaldo había desaparecido voluntariamente. Había huido.

No pensó que echaría de menos a aquel hombre, cotorro y activo, pero al llegar a su habitación, con la noche ya apropiándose de las luces del campo, una sensación de inquietud atosigaba a Xabier. Pensó en volver a dirigirse a Adriana. Esta vez si, para utilizar una de las opciones del desplegable. La que solicitaba el cambio de alojamiento. El motel en el que se hospedaba desde que llegara a Waalwijk, ahora le parecía aislado, inhóspito y peligroso. Nadie entendía las razones que habían llevado al asesinato de Jenkin, salvo tal vez Osvaldo.

La app contestó. “Mañana intentaremos resolver la incidencia. En todo caso su asignación de alojamiento no se podrá modificar hasta la semana que viene”.

Xabier cerró la puerta de su habitación. Dio doble vuelta a la llave y colocó una pequeña butaca en la que habitualmente dejaba descuidadamente la ropa que se quitaba, como una barricada detrás de la puerta.

Esa noche apenas pudo dormir.

ISABEL

La aplicación permaneció en silencio en todo lo que tenía que ver con el cambio de alojamiento que Xabier había solicitado. Aquella semana intentó establecer contacto con algún otro trabajador, sobre todo algún español que viviese en otras zonas del polígono para solicitar allí el traslado. Llegó a pensar en trasladarse a vivir a la ciudad. A fin de cuentas ya pagaba 70 euros por poder acceder a la furgoneta de transporte, y con sus actuales retribuciones (que se habían incrementado notablemente), tal vez fuera posible alquilar una habitación fuera de aquel complejo. Pensó en bajar a la ciudad a hacer una visita prospectiva. No le fue fácil porque tuvo un gran actividad laboral. El planning volvió a rehacerse de forma imprevista, y la nueva distribución de tiempos de trabajo que apareció era incompatible con los horarios de la furgoneta que tenía como único medio posible de transporte para salir del polígono.

Eso sí, su valoración aumentaba diariamente porque el skill (las competencias) que acumulaba le permitían acceder a las distintas áreas de trabajo que hacía apenas unas semanas no hubiera sabido ni distinguir. Recibió un email con un encabezado Cross training. Cuando entró en el archivo adjunto le confirmó los niveles que le señalaba la aplicación. En efecto, había adquirido en un tiempo récord competencias para poder hacer frente a las distintas tareas (Picking, packing y receiving, figuraban en su calendario de la última semana) y esto le estaba procurando acceder a trabajos bastante bien remunerados y con horarios relativamente cómodos y previsibles. Desde luego que fuera a causa de Adriana o fuera ISABEL, él no podía tener queja de cómo le iban las cosas, sobre todo tras la segunda conversación con su team coach.

Vio otro archivo que le había pasado desapercibido. “Overbooking: flexworkers, campings y residencias”.

Apareció un listado de lugares a los que se podía trasladar. Pensó que necesitaría saber quien vivía allí. Prefería que fueran españoles o latinoamericanos. Sin duda cambiar de ubicación le iba a alejar de aquellos a los que tenía que supervisar secretamente. No quería convivir con magrebíes y desde la conversación con Osvaldo (de la que apenas habían pasado quince días, aunque le parecía que habían transcurrido quince meses) no quería ni ver a los polacos.

Debajo del listado de ubicaciones aparecía otro con al menos un par de decenas de nombres. Casi todos polacos. Con dos columnas con fechas situadas al lado. Todas las fechas de la segunda columna correspondían a los últimos días.

Adriana

Adriana aparece entre la penumbra. En el campo hoy se percibe un rumor poco habitual para ser un miércoles laborable. Más parece el murmullo de los días de menor actividad, cuando más flexworkers de los que han acumulado horas suficientes para no tener la ansiedad de tener que buscar más horas y así seguir trabajando, aprovechan su tiempo para jugar al basket, beber, o simplemente gritar y explayarse. En la zona polaca de los cubos se arremolina una creciente cantidad de personas.

Adriana permanece inmóvil, solo acompañada por una Tablet junto al motel de Xabi.

- No te quejarás, Xabier. En apenas un par de meses has adquirido un skill al que nadie en el polígono accedió tan rápido. Puedes estar satisfecho de ISABEL. Por alguna razón te ha premiado con los mejores turnos, el mejor acceso a la polivalencia, y ha valorado extraordinariamente tus resultados.

Xabier permanece callado. Algo extraño se desprende del tono de la conversación. Han desaparecido las complicidades que habían trabado en la última conversación en la que accedió a ocupar otro rol dentro del organigrama no oficial del conglomerado de empresas que allí operaba. Es decir, a actuar de chivato respecto al grupo de españoles recién llegados. Opta por cambiar de tema.

- ¿Dónde está Osvaldo? ¿Qué ha sido de él? ¿Sigue trabajando aquí?

- No. Se marchó. Se fue voluntariamente. Osvaldo maneja buena información en el campo. Sabía que tus resultados estaban cambiando umbrales en el algoritmo respecto a la exigencia de productividad a cientos de flexworkers. Y que estaba sacando de esos ratios de productividad a muchos. El grupo de españoles que vigilas también han influido. Forman parte de una subasta.

- ¿De una subasta?

- Si. En este semestre necesitábamos 1800 trabajadores. Esa demanda se subasta entre distintas ETTs que nos dan perfiles distintos de plantillas. Una parte que tú no conoces tiene un contrato indefinido con una ETT. Jornadas de 40 horas y son polivalentes. Prácticamente cómo tú ahora.

- ¿Por ejemplo los polacos?

- Por ejemplo. Pero no es una cuestión de nacionalidades. En otras partes del campo son de otros países. Algunos acaban adquiriendo esa situación de privilegio que motiva al esfuerzo de los demás. Que sean de la misma nacionalidad facilita durante un tiempo ese contagio por la idea de prosperar. Pero cuando adquieren ese status, se empiezan a relajar. Entonces hay que romperles los ratios de trabajo a los que se han acostumbrado.

- Algo de eso me dijo Osvaldo…

- Si, primero se rompen los ratios y se cambian objetivos. En la subasta, otros entran con menos horas de trabajo. Entre 25 y 32, para regular las fases de picos y valles entre los almacenes. Y luego están los flex-flex, sin garantía de horas, con contratos renovables semanalmente y con serios problemas para pagar los gastos fijos y de alojamiento. Los podemos enviar a 70 km. en función de picos de producción, y son una cuña maravillosa para deteriorar las condiciones de otros colectivos y trabajadores a los que nos interesa degradar. Las pasan tan putas que “necesidad obliga”. Ya has visto a tus “manitos” a los que tan eficazmente vigilas. Lo que cuentan es solo una parte de lo que han pasado. Acoso, explotación, incluso intentos de violación. ¿Te imaginas compartir bungaló con dos o tres hombres de otras nacionalidades a varias decenas de kilómetros de tu lugar de trabajo? Cuando consiguen llegar aquí, y además con otros de su país, se esfuerzan al máximo ¿Lo has entendido?

Xabier continua inmóvil. Es cierto. El grupo de españoles había accedido a sus primeras cargas de trabajo en pésimas condiciones. Recuerda la primera frase que recordaba de Osvaldo “Aquí el sueldo pasa a un segundo plano. Se trabaja para poder seguir trabajando”. También le llama la atención expresiones que por primera vez escucha a Adriana y que no concuerdan con su castellano monocorde y poco espontaneo habitual “¿Las pasan tan putas?”. La intranquilidad aumenta por momentos

-No lo sé aún si he entendido algo o no. He visto un listado con un montón de nombres en polaco y dos listas de fechas…

-Cierto. Buena observación. La primera es la fecha de ingreso. La segunda la de despido.

-Y eran todos polacos…

-Principalmente polacos. Insisto, no es una cuestión de nacionalidades. Ya no están en ratios aceptables para continuar aquí. Se van a la calle. Mira, García Arregi. ¿O prefieres Xabi?: Me preguntabas por Osvaldo. Osvaldo conoce bien a Krzysztof. Estaba convencido que quienes ahogaron a Jenkin, querían darte un susto a ti. Y que si tu relación con ISABEL no variaba, el siguiente sería él, porque le consideran amigo tuyo. Por eso huyó. Para dejar el camino libre. El panchito no tiene alma de mártir…

Xabier da un paso atrás hasta situarse bajo el quicio de la puerta de su habitación. El murmullo de personas arremolinadas en la zona polaca va en aumento y cada vez se nota con más nitidez y cercanía. Allí apenas a unos cientos de metros se acumula gente y empiezan a avanzar hacia el motel.

-¿Qué es esto, Adriana? ¿Qué pasa? ¿Qué van a hacer?

-ISABEL ha despedido a decenas de polacos que llevaban años trabajando aquí. Sus skills se han deteriorado, y la productividad de su trabajo ha caído por debajo de los umbrales de rentabilidad que el algoritmo tolera. Han sido despedidos. ¿Lo entiendes así?

Xabier gira la cabeza. Unas cuarenta personas están ya a menos de cien metros del motel. Se acercan aún otros cincuenta metros. Se paran. El que encabezaba la comitiva es un hombre muy alto que cojea ostensiblemente.

-Tranquilo. Mientras esté yo aquí no se acercarán más.

-¿Qué quieren? Por favor Adriana, no te vayas. Habla con ellos. Despídeme. Deteriora mis skills, méteme otra vez a hacer solamente picking. Yo no he hecho nada. No les he hecho nada.

-No, tú no, Xabier. Ha sido ISABEL. Yo solo hice lo que te prometí. Mejorar tus rendimientos, hacerte un trabajador modelo. Ofrecerte un ascenso. Fíjate qué consecuencias, ¿verdad?

Xabier está al punto de la histeria. No entiende el tono frío, burlón y con un toque de sadismo que denota la forma de hablar de su team leader.

-Pero ¿por qué dices eso, Adriana?

-Has tenido un trato de favor Xabier. ¿O te puedo llamar Patillas? Quizás porque seamos del mismo pueblo. De Lasarte, ¿verdad?. Por cierto, nunca me he llamado Adriana.

Xabier no entiende nada. Está a punto de salir corriendo pero el miedo y la perplejidad lo dejan congelado.

-¿Cómo… cómo que no te llamas Adriana? ¿Lasarte? ¿Quién eres tú?

-Ane, Xabier. Soy Ane. Ane Etxebarria. La hija de Cosme Etxebarria Pueyo*. El camionero que entró en la cárcel por tu puta culpa. Por tu puta culpa, traficante de mierda. Ama no lo pudo soportar. Recuerdas a Miren ¿verdad?. La viste en el juicio. Aquella señora situada en el primer banco de la sala de vistas de la Audiencia de Donosti. ¿No la recuerdas? No soportó la estancia de aita en Martutene. Agur Xabier, ondo izan.

Adriana, o Ane, o Isabel, se retira andando a paso muy ligero alejándose del motel. Xabier hace el ademán de ir hacia ella, pero el grupo de polacos encabezados por Krzysztof ya ha reiniciado el paso casi a la carrera. Xabi, ahora si, huye a todo velocidad. No sabe dónde ir. Cuando quiere ubicarse, ya se ha adentrado en el camino de tierra que lleva al lugar donde había estado erigida la cabaña de Jenkil. Sigue corriendo en dirección al río. No hay salida. Solo unos caños que, situados en la orilla del Bergse Mass, conforman una especie de humedal tupido. Luego, el agua.

Irrelevante para el sumario

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(Relato ficticio pero basado –en varios extractos literalmente– en el estudio de investigación publicado por la Fundación Primero de Mayo y titulado “Bienvenidos al norte. Explotación de la nueva emigración española en el corazón logístico de Europa”. Los autores del estudio son Pablo López Lacalle, José Ángel Calderón, Antonio J. Rodríguez Melgarejo, Ferando Sabin Galán, Sander Junte y Andrés Pedreño Cánovas. Se puede consultar aquí:  https://1mayo.ccoo.es/1e375d89aa2eb67704bbecb7b67f4c81000001.pdf#page201)

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Unai Sordo (Barakaldo, 1972) es secretario general de Comisiones Obreras.

Waalwijk

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