Cuentos de oficio
Irrelevante para el sumario
— ¿Pero cómo puede acordarse de los detalles de lo que hizo durante toda la tarde, y no recordar los hechos por los que está denunciado?
— No lo sé, agente. Tengo una nebulosa. No me acuerdo.
El agente de policía nacional se subió ligeramente las mangas de la camisa de su uniforme y puso de nuevo las manos sobre el teclado del ordenador. El interrogado se fijó en que llevaba una pulsera de silicona con los colores rojigualda de la bandera de España y una pequeña inscripción donde se leía “A por ellos, oeee”. Era una pulserita exactamente igual que la que él mismo tenía, aunque se la habían requisado antes de entrar a declarar en una sala de interrogatorios dentro de la comisaría de Entrevías.
— Vamos a ver. Voy a repasar lo que usted ha declarado, a ver si mantiene lo dicho y es capaz de completarlo porque yo no me creo que no se acuerde del final. Y a mí no me gusta que me tomen el pelo, y menos a estas horas.
El agente de policía se reclinó ligeramente sobre el ordenador y con una mano agarró el ratón mientras con otra se sujetaba el mentón, lo que dificultaba la movilidad de la mandíbula y la vocalización de lo que iba a decir. Comenzó a relatar lo expuesto por el hombre que tenía enfrente, y cada diez segundos aproximadamente levantaba la vista de la pantalla y fijaba la mirada en el declarante.
— Usted llegó a la casa de su hermano a eso de las cuatro y media de la tarde. Llegó tarde a la cita que tenía con él por problemas de tráfico, de manera que cuando accedió a...
— Llegué tarde porque salí tarde del trabajo. Tenía servicio de once a una, pero esto de las firmas de libros se va de las manos cuando el autor es un famoso como Iker Jiménez. Y hasta las dos y veinte no fuimos capaces de vaciar la librería de los últimos pesados que seguían queriéndose hacer un selfie.
— Pero usted me ha dicho que no trabaja en una librería ¿no es así?
— No. Soy guardia de seguridad y hoy he tenido que ir a una librería a vigilar la fila y que la gente no se apelotone para entrar. La pandemia, ya sabe. Si puedo meter unas horas en un sábado como hoy es la forma de ganarme un sueldo, sino no llego a fin de mes. Por eso llegué tarde donde mi hermano.
— Bueno, da igual, eso es irrelevante para este sumario, el caso es que llegó media hora tarde y su hermano ya no estaba en casa...
— No. Solo llegué 10 minutos tarde, lo que pasa que mi hermano ya se había marchado. Fue incapaz de esperarme diez minutos para que pudiera meter mi coche en su plaza de garaje, que él dejaba libre, y me tocó estar veinte minutos dando vueltas para poder aparcar. Tuvo los santos cojonazos de marcharse sin poder yo acceder al garaje.
El agente soltó el ratón y tecleó en el sumario corrigiendo la declaración previa del acusado.
— Mi hermano tiene un Škoda, no se vaya a pensar. Con todos los accesorios posibles y muy fantasma, pero un Škoda por muy largo que sea y mucho color de coche de ministro que tenga.
— A ver, eso es irrelevante para el sumario. El caso es que aparcó y llegó a su casa. ¿No es así? Calle Ensanche, número 73, portal 3, piso 4º derecha izquierda, ¿verdad?
— Sí. Bueno, primero me di una vuelta por el patio. Me acerqué al charco. A la piscina esa que tienen entre todos los que viven allí, que a mi me parece que con tanto niño tiene que ser un montón de pis caliente en verano, pero bueno, que a mí ni fú ni fa.
— ¿Hizo algo en la piscina?
— Nada. Estaba cerrada. Estamos ya en junio pero han retrasado la apertura hasta el día 15. Con la excusa de la pandemia dicen que hay que retrasar un poco la apertura hasta que esté más gente vacunada. Pero lo que no quieren es contratar al socorrista. Tuvieron una bronca en la reunión de la comunidad que no vea usted, señor agente. El caso es que la piscina estaba sin agua, sin limpiar y con el toldo puesto.
El agente se encogió de hombros.
— Eso es irrelevante para el sumario.
Dejó el teclado y volvió a tomar el ratón para continuar desgranando la declaración previa.
— El caso es que subió al piso de su hermano. Entró en el mismo y no se encontró nada extraño. Usted iba allí a cuidar al gato que comparten su hermano y su esposa, así como la hija de ambos que lógicamente es su sobrina, ¿cierto?
— Sí. El gato se pone nervioso cuando se queda solo y se come trozos que arranca del sofá o de las mantas. Hace poco tuvieron que llevarle al veterinario porque se le hizo bola en el estómago y le obstruía el intestino o no sé muy bien qué. A veces se lo llevan con ellos, pero hoy no. Hoy se han ido a un Spa y a darse una masaje a cuatro manos con una oferta de “Atrápalo”, ni más ni menos que a Pardillo del Cigüeñal, a 83 kilómetros de Madrid.
— Será Pardillo de las Cigüeñas ¿qué es eso del Cigüeñal?
— Eso, de las cigüeñas, yo es que fui mecánico antes que guardia de seguridad y he visto más cigüeñales que cigüeñas. Hasta que cerró el taller de Arsenio, y luego ya no hubo manera, ¿sabes? Te puedo tutear ¿no? Somos casi compañeros.
El agente de policía asintió y se desabrochó el botón de arriba de la camisa.
— Pero vamos a ver. ¿Qué tiene eso que ver con lo que nos ocupa? Es irrelevante al sumario.
— Nada, no sé. Pero si me preguntas pues contesto. Arsenio cerró el taller. Últimamente le iba fatal. La gente que tenía coches nuevos los llevaba a reparar y hacer el mantenimiento a la casa porque era la condición que les ponían en el concesionario para financiárselo barato. Cada vez había menos curro y los coches que traían al taller eran tartanas. Casi todos eran de la gente del barrio que andaba a dos velas, y aquello no salía a cuenta. Cuando llegó la edad de jubilación Arsenio no lo dudó. Le quedaba una mierda de pensión porque siempre cotizó poco, pero pensaba que vendiendo el taller, le daría para irse a vivir al pueblo. Y de repente la crisis. No había manera de vender el puto local. Y yo pendiente de si alguien ponía otro taller, para intentar currar allí, pero nada.
— Que no lo vendió... — el agente chasco la lengua “joder, qué comentario más idiota, irrelevante para el sumario”.
— Solo hubo una oferta de la inmobiliaria.
— ¿Para poner un taller?
— No. Para poner una tienda de Naturhouse, pero cuando vieron el local no les cuadraba, claro. De hecho cuando vino el comercial no habíamos limpiado la grasa. Hasta había aún posters de Samantha Fox. El de Naturhouse no duró allí ni diez minutos.
— Vamos a ver. Esto es completamente irrelevante para el sumario. Volvamos a donde estábamos.
— Al spa. Se van a un spa y a darse un masaje a cuatro manos a 83 kilómetros de Madrid. Todo por una oferta del Atrápalo con una rebaja del 40%, que, digo yo, que menos mal que la oferta no era en el Congo Belga...
— Pero vamos al caso. ¿Qué más da para qué se había ido su hermano? El caso es que usted estaba en su casa para cuidar del gato esa tarde, ¿no?
— Sí. Sin comer.
— ¿Cómo?
— Sin comer. Llegué a mi casa tarde porque como ya le he dicho tuve que meter hora y veinte de más hasta que vaciamos la librería de gente que venía a la firma de libros de Iker Jiménez, y no me dio tiempo a comer.
— Bueno, pues sin comer, me da igual. ¿Qué hizo?
— Abrir la nevera. Bueno, en realidad antes de abrirla encontré una nota sujeta con un imán con las instrucciones del día. Un imán de la Riviera Maya para más señas.
— ¿Pero se me quiere centrar? Instrucciones si, eso me ha dicho antes ¿de qué?
— De cómo cuidar al gato. Cómo funciona el difusor del agua, a qué hora le tengo que poner la comida, y cómo actuar en caso de que empiece a arañar fuera de su “zona de desfogue” donde tiene un tronco para afilar las uñas y contener el stress.
El policía por un momento estuvo a punto de perder la paciencia. Se dio cuenta de que había dejado de seguir lo relevante del sumario y era él quien estaba pendiente del relato del declarante, que repetía lo que ya había descrito con anterioridad, aportando nuevos detalles, la inmensa mayoría de ellos irrelevantes para el sumario.
— A ver. Déjeme continuar. Usted en efecto, lee las instrucciones sobre cómo actuar con el gato y supongo que actúa, pero aquí es donde, de repente, se olvida de lo que ocurre y que es lo que motiva la denuncia que su hermano...
— Bueno a ver. Primero abrí la nevera para buscar algo de comer. No había nada. Solo unas tónicas, Nordics eso sí, porque en la nota no solo aparecían las instrucciones para cuidar al gato.
— ¿Su hermano le había dejado más notas?
— Sí. Bueno no. En realidad no es mi hermano el de la nota. Es Victoria. Vicky. Su mujer. Aunque escribe las notas en mayúsculas para confundir, yo sé que esa letra es suya. De ella, quiero decir.
— Bueno, su hermano o su mujer habían escrito las instrucciones, da lo mismo ¿Y qué más le decían?
— Dos cosas. Una que si me quiero tomar un Gin Tonic tengo la tónica en la nevera, el Martin Miller en el mueble-bar, y el cardamomo en el mueble de las especias. Pero que no hay hielo, así que me tendría que bajar a comprarlo a la gasolinera pero que por favor, solo salga de casa a partir de las seis cuando ya le haya puesto la comida al gato, porque es el momento de menor riesgo para que tenga comportamientos autodestructivos.
— ¿Cómo?
— Y luego me ponía otra cosa. Que Laura, mi sobrina ha estado un mes sin poder acudir a extraescolares porque la asignación voluntaria que cada familia tiene que pagar al cole ha subido a 250 euros y van un poco justos con el ERTE de él -mi hermano- y la menor facturación de ella. Y que a ver si podía adelantarle a la niña el regalo de cumpleaños, que es en noviembre...
El agente de la policía nacional número 065 se levantó de la silla y se dirigió a la máquina del agua. Se llenó un vaso de plástico y tras dar un sonoro sorbo se puso detrás del interrogado.
— Rafael te llamas ¿no es así? Mira, me estás empezando a chinar un poco. ¿Quieres centrarte en las cosas importantes y llegar al quid de la cuestión? Tengo más cosas que hacer que estar escuchando tus películas, que son irrelevantes para el sumario.
— Yo le digo lo que me pregunta. Después de eso abrí la nevera como le he dicho. No había más que tónicas y una bandejita con la cena que me habían dejado: cinco trozos de sushi. Ya le he dicho que no había comido nada.
— Está bien. Continuemos. Y usted se dirige, según me ha dicho, a la ventana para comprobar si está el Telepizza abierto y pedir algo más sustancioso para comer. Es así, ¿verdad?
— No.
— ¿Pero cómo que no? ¡Si me ha declarado eso hace media hora!
— Es que me daba vergüenza decir la verdad. Yo ya sé de sobra que el Telepizza está abierto. En la nevera está el flyer de propaganda sujeto con un imán de Puerto Banús. No tenía más que llamar por teléfono.
— ¿Y entonces que hizo los siguientes diez minutos, antes de perder la memoria?
— Cagar.
— ¿Cómo?
— Cagar. Me metí al baño y me puse a cagar. ¿Usted no caga? Me entretuve con una revista de coches. De esas que hacen comparativas. En este caso entre berlinas. La de BMW, el A-4 y el A-5, la gama alta de Wolswagen, y algunas más. Pero no, al final fue el Škoda y el viaje a la Riviera. Con el crédito del piso, claro.
— O sea que hojeó la revista durante diez minutos y salió del baño ¿fue así, no?
— Sí. Bueno me quedé un rato pensando. En cuánto valdría un spa y un masaje a cuatro manos, cuanto había ganado yo con las horas extras de once de la mañana a dos y veinte de la tarde, y en los 250 euros de Laura en el colegio ese que cómo dice Vicky “si chico, es un esfuerzo al mes, pero así ni negros, ni moros, ni pobres. Imagínate a Laurita en el Miguel Hernández...”
— Pero Rafael, ¿qué tiene que ver eso? Es irrelevante al...
— ... al sumario. Ya, ya. No lo repita. Al colegio Miguel Hernández va mi hijo, ¿sabe agente?
El agente levantó la cabeza. Dejó el ratón y empezó a teclear. Intuyó en la voz helada de Rafael que iba a tener que incluir en el informe muchas de las cuestiones que hasta ahora le habían parecido irrelevantes para el sumario.
— Bueno, ¿y qué más recuerda?
— Salí del baño. Me había dejado la bandeja de sushi en la encimera. Y Gorby, el gato, había rasgado el plástico y estaba engullendo ya el tercer trozo del sushi ese.
— ¿Y...?
Martina y Martín
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— Le quité la bandeja y la metí con los dos trozos de sushi restantes en el microondas. Es un microondas muy grande porque también tiene grill ¿sabe? Cabe un gato adulto. Gorby entró siguiendo la bandeja. Es un gato bastante estúpido. Cerré. Diez minutos. Máxima potencia. Se encendió la luz interior y la bandeja empezó a girar. Ya no recuerdo más.
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Unai Sordo (Barakaldo, 1972) es secretario general de Comisiones Obreras.