Luces en la oscuridad

Mother Jones, la sindicalista que agitó EEUU contra el trabajo infantil

Mary Harris, inmortalizada como Mother Jones.

"En 1867, una epidemia de fiebre amarilla asoló Memphis [Tennessee, EEUU]. Sus víctimas fueron principalmente pobres y trabajadores. Los ricos y la gente acomodada huyó de la ciudad. Las escuelas y las iglesias se cerraron. (…) Los fallecidos nos rodeaban. Se les enterró de noche con rapidez y sin ceremonia. En mi casa podía escuchar llantos y gritos de delirio. Uno por uno, mis cuatro niños enfermaron y murieron. Lavé sus cuerpecitos y los preparé para el entierro. Mi marido cogió la fiebre y murió. Atravesé sola noches de dolor".

Con desgarro lacónico y un brío narrativo que la retrata, Mary Harris (1830-1930) reflejó así en su Autobiografía de Mother Jones el primer mazazo de su vida. Hoy, nos suena por analogía difusa con la pandemia del coronavirus el relato de aquella mujer a la que ni la tragedia logró gobernar en un siglo literal de existencia. Es ella quien en su Autobiografía fija su nacimiento en 1830 aunque algunos, como Wikipedia o la web de los National Archives estadounidenses, le restan siete años al afirmar que entró en el mundo en 1837.

Harris es la sindicalista de EEUU que ha pasado a la historia con el sobrenombre de Mother Jones –el apellido de su marido– y a quien un fiscal definió en 1902 durante un juicio como "la mujer más peligrosa del país" cuando ya había cumplido los 72. Organizadora nata del movimiento obrero, casi siempre focalizada en las reivindicaciones de los mineros, fue una oradora brillante y una valiente hasta la extenuación. Un día dijo una de esas cosas, también presente en su obra autobiográfica, que marcan la superficie con el buril de las grandes frases: "Reza por los muertos y lucha como el infierno por los vivos". La Enciclopedia Británica, gratis y aún más fiable que la siempre útil Wikipedia, asegura que fundó el Partido Socialdemócrata de América y que ayudó al establecimiento de la organización sindical Trabajadores Industriales del Mundo, cuyas siglas en inglés quedaron grabadas bajo las iniciales IWW.

Al año siguiente de aquel juicio de 1902 donde el fiscal se levantó catapultado por el resorte de los poderes establecidos, la señaló con el dedo en lo que su autobiografía dibuja como un gesto furibundo y la acusó de haber incitado a los mineros a la violencia, Mary Harris impulsó y lideró con 73 años la que se conoce como la Marcha de los Niños contra el trabajo infantil. Pertrechados de mochilas donde llevaban "un cuchillo y un tenedor, una taza y un plato", encabezados por chavales que en la industria textil habían quedado maltrechos o mutilados, algunos sin nudillos arrancados por las máquinas, cientos de menores recorrieron a pie los más de 150 kilómetros que separan Filadelfia de Nueva York.

El objetivo de Harris, que había estudiado para maestra mientras vivía de joven en la canadiense Toronto, se resume así: plantarse con los niños y todo lo que ello implicaba ante la residencia del presidente Theodore Roosevelt en Oyster Bay, un pueblo del Estado de Nueva York. Cuenta Mother Jones que un tambor y una pequeña flauta, un pífano con reminiscencias militares, formaban la minúscula banda cuya música guiaba a los pequeños. Pero aquello no era una nueva versión de un Hamelin de cuento sino algo con raíces varicosas, colapsadas de sangre infantil que la prensa se negaba a mostrar. En su Autobiografía, Mother Jones señala algo extrapolable al presente de países como Bangladesh y otros del llamado Tercer Mundo: "Les pregunté a los periodistas por qué no publicaban los hechos sobre el trabajo infantil en Pensilvania. Dijeron que no podían porque los dueños de las fábricas tenían acciones en los periódicos". "Bien —asegura ella misma que respondió–, yo tengo acciones en esos pequeños. Y arreglaré un poco de publicidad". O sea, que si alguien dudaba de lo que la ancianita Mary Harris podía hacer, desde luego que se equivocó.

“Llevábamos –sigue narrando en el capítulo que su obra autobiográfica dedica a la Marcha de los Niños– pancartas que decían esto: 'Queremos más escuelas y menos hospitales'. 'Queremos tiempo para jugar'. 'La prosperidad está aquí, ¿dónde está la nuestra?'".

Primo en quinto grado de aquel otro Roosevelt, Franklin Delano, que mediante las formidables inversiones públicas del New Deal combatió lustros más tarde la feroz Gran Depresión y contribuyó luego a la derrota del nazismo en la II Guerra Mundial, cuenta Mother Jones que Theodore Roosevelt  ni se molestó en escuchar a aquellos niños de 10, 12 años que se dejaban la vida entre telares mecánicos. "Marchamos —relata la activista en su Autobiografía— hacia Oyster Bay pero el presidente se negó a vernos y no quiso responder a mis cartas. Pero nuestra marcha había hecho su trabajo. Habíamos llamado la atención de la nación sobre el delito de trabajo infantil. Y mientras la huelga de los trabajadores textiles en Kensington [Filadelfia] se perdió y los niños regresaban al trabajo, no mucho después la legislatura de Pensilvania aprobó una ley de trabajo infantil que envió a miles de niños a casa desde las fábricas y evitó que miles de otros ingresaran en la fábrica hasta que tuvieran 14 años".

Así, en esa línea surcada por corcheas amargas como antesala de un chirrido turbio —por ejemplo, el de la prensa con accionistas que ordenan callar—, siguió viviendo la viuda para quien la muerte de su marido y sus hijos no había sido el único mazazo que la llevó a comprender a dónde conducen las tragedias privadas. Cuatro años después del desastre con que la fiebre amarilla clausuró las ventanas de su felicidad personal, el incendio de Chicago de 1871 le había asestado otro golpe inesperado que en Mary Harris multiplica la importancia de lo que hoy llamamos resiliencia. Aquel fuego le arrebató el taller de costura que la mantenía y a través del cual había descubierto la miseria de la gente que, sin trabajo, sin techo, sin protección, deambulaba junto al "helado lago" Michigan de Chicago mientras la alta sociedad para la que cosía disfrutaba de "la extravagancia de sus vidas".

La Mary Harris que pasó a la historia como Mother Jones continúa hoy siendo un referente para la izquierda norteamericana. En 2004, la cantante Lila Downs le dedicó una canción. En 1976, ya había dado nombre a la que es una prestigiosa publicación digital de EEUU, especializada en periodismo de investigación y análisis y a la que el gigante The New York Times considera correcto citar como fuente

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Nacida en Cork cuando Irlanda aún recordaba las Leyes Penales británicas por las que se había vetado a los católicos desde ser maestros o jueces a tener caballos de más de cinco libras, su familia emigró pronto a EEUU. Los Harris escaparon así de la Hambruna de la patata que en la década de 1840 diezmó Irlanda. Pese a la suerte de aquella fuga a tiempo, Mother Jones nunca olvidó sus orígenes. "Mi gente —hizo constar en su Autobiografía— era pobre. Durante generaciones habían luchado por la libertad de Irlanda. Muchos de mis amigos han muerto en esa lucha".

Pero a tenor de lo que Clarence Darrow, abogado y dirigente del movimiento estadounidense por las libertades civiles, escribió en 1925 en el prólogo a la primera edición de la Autobiografía de Mother Jones, el ideario y la estrategia de la sindicalista se mantuvieron siempre en el campo de la no violencia. "Una y otra vez —escribe Darrow— fue condenada por los tribunales; nunca huyó. Permaneció en prisión hasta que sus enemigos abrieron las puertas. Su personal no-resistencia era mucho más poderosa que cualquier llamamiento a la fuerza".

Su personal "no-resistencia" –quizás engarzada con la resiliencia o capacidad para surfear en el oleaje de las adversidades– le hizo sobrevivir a la muerte de sus cuatro hijos y su marido. Sobrevivir también a la pérdida posterior del negocio que seguramente le permitía flotar en un limbo gris pero aceptable. Y la llevó a descubrir un universo de pelea sostenida por auténticos castillos de ideales pragmáticos. Por ejemplo, que los niños fuesen a la escuela en lugar de quedarse sin la mitad de los pulgares en una fábrica textil. Es decir, aquello por lo que arrancó la Marcha Infantil que una sindicalista de 73 años hizo posible en 1903, cuando el concepto de longevidad laboriosa o juvejentudjuvejentud ni siquiera lo podíamos imaginar.

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