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'Las doce vidas de Alfred Hitchcock'

Detalle de la portada de 'Las doce vidas de Alfred Hitchcock'

Edward White

Las doce vidas de Alfred Hitchcock, la nueva obra de Edward White, explora la figura del director de cine, productor y guionista británico a través de doce capítulos en los que ahonda sobre diferentes aspectos de su vida. Con ello, el autor pretende proporcionar una biografía enriquecida que se superpone o incluso puede contradecirse, pero que sin embargo, está dotada de sentidos y conexiones hasta ahora inexplorados. Con esta obra nos sumergiremos en su vida, desde su dura adolescencia en el Londres de la Gran Guerra, pasando por sus problemas con el peso o su compleja relación con las mujeres. Cada uno de los doce capítulos del libro revela algo fundamental sobre el hombre que había detrás del gran icono cultural del siglo XX. infoLibre publica un adelanto de esta biografía editado por Alianza editorial y que llegará a las librerías el próximo 29 de septiembre.

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Alfred Hitchcock empezó su carrera cinematográfica el verano de 1921. Unos meses antes, había leído que la productora estadounidense Famous Players-Lasky iba a abrir una sede en Londres, su ciudad natal, y que estaba buscando diseñadores de intertítulos, es decir, las tarjetas con los diálogos y la historia que aparecían en las películas mudas. Llevaba los dos últimos años diseñando anuncios impresos para la empresa W. T. Henley’s Telegraph Works Company, así que el veinteañero Hitchcock, un forofo del cine, tenía justo la experiencia necesaria para el puesto.

La primera producción de la compañía iba a ser la adaptación de una novela, The Sorrows of Satan. Hitchcock consiguió un ejemplar del libro y, con la ayuda de algunos de sus compañeros de publicidad, diseñó los intertítulos para la película propuesta. Tuvo un contratiempo de inmediato. Cuando envió los diseños le dijeron que habían desechado The Sorrows of Satan. Así que se fue… y volvió con los nuevos diseños para la producción que anunciaron en su lugar. Impresionados por el ingenio del chico, los jefes decidieron probarle de manera informal, como freelance. No pagaban mucho, así que hizo doblete, siguiendo con su trabajo habitual a la vez que hacía el de las películas, pasándole a su jefe una parte de sus ingresos extra a cambio de que hiciera la vista gorda. Hizo sus primeros encargos a satisfacción y Famous-Players Lasky finalmente le ofreció un contrato a jornada completa. Al parecer dejó Henley’s el 27 de abril de 19211. Fue una pérdida para el cable eléctrico y una adquisición para el cine. 

La historia, contada por el propio Hitchcock, es un buen ejemplo de lo que habría de venir en los sesenta años que duró su carrera en el cine. Ya puede verse ahí su gran ambición, su potente imaginación visual, su interés por contar historias con la mayor economía de palabras posible, y el recurso a textos originales, y de otro tipo, para conseguir un final Hitchcockiano. Quizá, al contar esa anécdota, Hitchcock estaba sobre todo retratándose como solía hacerlo: como un forastero que sorteaba los obstáculos con talento, celo y astucia.

Alfred antes de Hitchcock, el niño asustadizo que transformó sus miedos en arte

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A los seis años de empezar a trabajar en Famous Players-Lasky, el inquieto novato ya estaba forjando una leyenda. En 1927, Hitchcock causó sensación con el éxito de sus primeras tres películas, El jardín de la alegría, El águila de la montaña y El enemigo de las rubias*. Pero hacer películas era solo la mitad de su genialidad. Según Hitchcock, ese año, la mañana del día de Navidad varios de sus amigos y familiares abrieron un curioso regalo que les habían dejado en sus calcetines: un pequeño puzle de la silueta del niño prodigio. El autorretrato en nueve trazos —una exquisita floritura art decó— era típico de Hitchcock, igual que mandarlo como regalo de Navidad. De ahí en adelante, el propio físico de Hitchcock sería una herramienta promocional y una obra de arte, un logo andante y parlante de lo que los críticos en su día llamaron «el toque Hitchcock», pero que nosotros podríamos llamar «la marca Hitchcock», una fascinante fusión de su fama y mitología personales y los temas, la estética y el ambiente de sus películas. Durante el medio siglo siguiente la persona de Hitchcock fue el principio activo de las películas más famosas del total de cincuenta y tres que hizo**, del mismo modo que Oscar Wilde lo fue en sus obras de teatro y Andy Warhol en su arte. Hitchcock es un caso aparte en el canon hollywoodiense: un director cuya mitología eclipsa la agudeza de la infinidad de películas clásicas que hizo.

Hoy en día se menciona a Hitchcock como la figura representativa de su medio. Tal como dice la historiadora Paula Marantz Cohen, la carrera de Hitchcock ofrece «una forma económica de estudiar toda la historia del cine». Su trabajo abarca las épocas del cine mudo, el sonoro, el blanco y negro, el color y el 3D; el expresionismo, el cine negro y el realismo social; los thrillers, la comedia de enredo y el terror; el cine de la Alemania de Weimar, la edad dorada de Hollywood, el ascenso de la televisión y el fermento de los años sesenta y setenta que nos dio a Kubrick, Spielberg y Scorsese.

Pero la importancia de Hitchcock llega más allá del cine. En muchos sentidos, Hitchcock fue el artista emblemático del siglo XX; no necesariamente el de mayores dotes ni talento, sino el que tuvo una mayor influencia, cuya vida y trabajo en diversos medios y en pluralidad de géneros iluminan de forma gráfica temas esenciales de la cultura occidental, des-de los locos años veinte a los liberados sesenta. La historia de Hitchcock es también la historia del surgimiento de Estados Unidos como gigante cultural; del incesante ascenso del feminismo; del cambio de los roles del sexo, la violencia y la religión en la cultura popular; de la influencia generalizada del psicoanálisis; del crecimiento de la publicidad y el marketing como fuerzas culturales; y de la lamentable desaparición de la distinción entre arte y entretenimiento. Él y su obra son piedras de toque culturales, trascendentales para el cine, la televisión, el arte, la literatura y la publicidad, tan conocidas para los espectadores de Los Simpson como para los críticos de la Bienal de Venecia. La ansiedad, el miedo, la paranoia, la culpabilidad y la vergüenza son los motores emocionales de sus películas; la vigilancia, la conspiración, la desconfianza hacia la autoridad y la violencia sexual fueron los temas que le preocuparon constantemente. En todos esos aspectos, sus obras apelan de forma apremiante al público de hoy en día. En los años sesenta, sus películas pasaron a formar parte del mundo académico en forma de estudios cinematográficos; ahora, Hitchcock es objeto de estudio en diversas disciplinas: estudios de género, estudios queer, estudios urbanos, estudios de la obesidad, estudios religiosos, estudios de justicia criminal. En vida pudo parecer un hombre fuera de su tiempo, una reliquia victoriana en medio del siglo XX.  Pero décadas después de su muerte, esta singular persona vive entre nosotros bajo muchas formas. 

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