Todos los años se repite, de manera más o menos fiel, la misma concatenación de acontecimientos: llega mayo y yo empiezo a quejarme del calor. Ante mis cíclicos lamentos, la buena gente de mi entorno tiene a bien lanzarme una advertencia: "Anda que no te queda". Pues sí, durante los meses sucesivos una asiste a un aumento paulatino de la temperatura. Es el preludio de lo que vendrá: vueltas en la cama, cansancio crónico y sofocos. No es el covid (¡ni la menopausia, si todavía soy insultantemente joven!), es este calor. Recuerdo la primera vez que no di crédito al 36 que se perfilaba en la pantalla de mi móvil. Es verano, estamos en Madrid y hace calor. Vaya cosa. Pero yo soy del norte, así que no deja de asfixiarme y –reconozco– sorprenderme.
El caso es que el único remedio que encuentro a esta inesquivable y probablemente cada vez más abrumadora ola de calor tiene un nombre: café con hielo. Es un no parar. Café con hielo a primera hora del día, después de comer, por la tarde y a medianoche, cualquier momento es bueno. Cada taza lleva asociada una banda sonora, porque de eso va la historia. La sección para la que escribo brinda, además, una invitación a bailar. Así que aquí van algunas propuestas: subid el volumen y preparaos ese brebaje de los dioses.
1. She's kerosene, The Interrupters She's kerosene
Suena el despertador y ya hace calor. Me levanto y voy directa a la cocina a por el primer café con hielo del día. Lo que suene a estas horas será determinante para el resto de la jornada. Las mañanas se han convertido en mi pequeño reducto de tiempo libre, así que nada de procés, ni de crisis del coronavirus, ni de la enésima distracción de ese partido de extrema derecha del que usted me habla. Está decidido: vamos a empezar el día bailando ska. En los altavoces, suena la mejor alternativa para mover los pies: The Interrupters, una banda californiana que llegó a mis oídos por casualidades de la vida hace un par de años. La fuerza de su vocalista haría temblar cualquier escenario. Y como son pura gasolina, os dejo con She’s kerosene.
2. Blau sang, vermell cel, CrimBlau sang, vermell cel
Dicen los nostálgicos que hace no tanto tiempo las redacciones estaban presididas por una nube de humo y alguna bebida espirituosa. Desconozco cuánto de mitología tendrá la evocación, pero en cualquier caso me quedo con el café. En los alrededores de nuestra nueva sede, quienes regentan las cafeterías más próximas se han hecho ya con nuestras caras. "Te pongo tres de hielo, hoy hace mucho calor". Este va en vaso de plástico y en bandeja de cartón para llevar. Llega algo mareado, sacudido por el bamboleo de las prisas: hay que acortar todo lo posible los dos minutos de trayecto entre la cafetería y la redacción para mitigar los efectos del sol abrasador sobre el hielo. Mientras me lo tomo, me pongo los auriculares, subo el volumen y aporreo el teclado. La energía la ponen unos chavalitos de voz grave y guitarras afiladas. Son Crim y hoy suena Blau sang, vermell cell.
3. Ellos dicen mierda, La Polla RecordsEllos dicen mierda
Cuando me instalé en Vallecas sólo llegué a tiempo de ir tres o cuatro noches a la sala Hebe. Pocas veces me he sentido tan a gusto en un garito como aquellas madrugadas pateando el suelo pegajoso y jugando –perdiendo– al futbolín. El caso es que llegué al barrio y al poco cerró aquel oasis de punkis beodos, todo un símbolo para sus vecinos. Pero todavía quedan algunos retales de la sala: en las cooperativas, en los centros sociales, en las tiendas de rock, en los bares y en las casas bajas, con las puertas siempre abiertas en verano y de donde a menudo se escapa el sonido de alguna maqueta mal grabada de los noventa. El café con hielo vallecano, al lado del puente o con vistas al estadio del Rayo, suena a eso: a punk guarro. En nuestra última Karmela, la batalla naval que cada año se celebra en el orgulloso puerto de marpuerto de mar y que lleva ya dos años dormida, cantábamos, no podía ser de otra manera, Ellos dicen mierda, de La Polla.
4. Maravillas, Berri TxarrakMaravillas
No tanto por escapar del calor, sino por la inercia que nos lleva siempre a querer volver a casa, por fin llega el momento de hacer las maletas. Con la pandemia dejé de subirme a un tren cada dos meses para ir a ver a mi madre, dejé de pasar las noches en el asiento incómodo de un autobús para escaparme algún fin de semana. Ahora ya casi nunca viajo sola y me he acostumbrado a poner el despertador a las cinco de la mañana para coger el coche cuando todavía no ha salido el sol. Y justo antes, el ritual de seleccionar los discos que acompañarán en el viaje. Berri Txarrak no puede faltar. Los de Lekunberri suenan también en el café con hielo del área de descanso que hace más llevaderas las seis horas de camino hasta casa. Se me hace realmente complicado escoger una canción de la banda, así que ahí va una auténtica joya. Cuenta la historia de Maravillas Lamberto, violada y asesinada por sicarios franquistas al inicio de la Guerra Civil. En la playlist que pone el broche a esta pieza está la versión original, pero aquí queda de regalo otra en acústico. Porque los punkis también lloramos.
5. Ben peinados, TerbutalinaBen peinados
Ver másRock y orquesta para acabar el verano
Y por fin estamos en casa: A Coruña. Aquí, reconozco, la meteorología no siempre acompaña y lo de pedir cubitos de agua congelada puede parecer –seguramente lo sea– una osadía. Es curioso lo distinto que sabe el café en vacaciones y en otra ciudad, ajena al frenesí de la capital: pocas veces se sirve en vaso, casi siempre lo acompaña una tapa de tortilla, empanada o bica, pero además, sobre todo, sabe a un paseo, a mar, a parar, a chaqueta para el frío y a paraguas por lo que pueda pasar. No sabe a asfalto, ni a prisas, ni a productividad. Este agosto me sabe a Terbutalina: canciones rápidas, menos de dos minutos, esas que se bailan agitando las extremidades de manera pretendidamente arrítmica, pero siempre con mucho glamur.
6. Same old story, The Baboon ShowSame old story
Esta parada era obligada, aunque es más una ensoñación que una realidad a corto plazo. La respuesta es sí: también hay café en los festivales, aunque sólo es válido para los valientes, los verdaderamente transgresores. Lo confieso: el hielo que usan mis amigos para otro tipo de bebidas –sí, sí, para el kalimotxo–, yo lo robo a hurtadillas para llenar mi vaso de café. Una de nuestras mejores decisiones fue precisamente hacernos con un camping gas y una cafetera italiana para llevar con nosotros a nuestro último (¡por ahora!) festival, hace casi dos años. Me pasé los días y las noches abrazada al pequeño electrodoméstico. Allí asistimos boquiabiertos a los bailes absolutamente hipnóticos y a la voz desgarradora de la única diosa a la que rezo: Cecilia Boström. Ella es la vocalista de los suecos The Baboon Show, un completo huracán sobre el escenario. Tenéis sus directos a golpe de Youtube, para todo el que quiera comprobarlo. Entretanto, aquí queda este himno.
Todos los años se repite, de manera más o menos fiel, la misma concatenación de acontecimientos: llega mayo y yo empiezo a quejarme del calor. Ante mis cíclicos lamentos, la buena gente de mi entorno tiene a bien lanzarme una advertencia: "Anda que no te queda". Pues sí, durante los meses sucesivos una asiste a un aumento paulatino de la temperatura. Es el preludio de lo que vendrá: vueltas en la cama, cansancio crónico y sofocos. No es el covid (¡ni la menopausia, si todavía soy insultantemente joven!), es este calor. Recuerdo la primera vez que no di crédito al 36 que se perfilaba en la pantalla de mi móvil. Es verano, estamos en Madrid y hace calor. Vaya cosa. Pero yo soy del norte, así que no deja de asfixiarme y –reconozco– sorprenderme.