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Manuel Vicent: "Hay que sacar la espina infectada que son los presos del 'procés'"

Manuel Vicent (1936) nació en Villavieja, un pueblo de Castellón, cuatro meses antes del comienzo de la Guerra Civil Española. Publicó su primer libro a los treinta años, en 1966. Lo tituló Pascua y naranjas y le valió para ganar el Premio Alfaguara de Novela. No ha parado de publicar —y de recibir galardones— desde entonces. Hace pocas semanas, más de medio siglo después del primer reconocimiento, le entregaron el VI Premio de Opinión Raúl del Pozo. En paralelo a su carrera como novelista, ha sido y es una de las firmas más respetadas del periodismo político español.

La lucidez de Manuel Vicent se ha mantenido imperturbable y puntiaguda hasta la actualidad, como demuestra su visión del patriotismo, del sector público, de la izquierda en España, de la oposición al Gobierno o del adiós de Pablo Iglesias.

El patriotismo

"Patriotismo es la gente que trabaja, la gente que paga impuestos, la gente que cumple con su deber solamente por ser su deber, la gente solidaria, la gente que te echa una mano, y la gente que se siente orgullosa del país donde está y hace lo que tenga que hacer por cumplir con su deber. Lo demás es todo flato, puro flato. Nada más que flato".

El mundo pospandemia

"La pregunta que uno se hace es si de esta pandemia vamos a salir mejores o peores. Si vamos a aprender algo o no. Y yo soy muy pesimista porque, desde el inicio de la historia, la sensibilidad humana ha avanzado muy poco —apenas un escalón—, frente a la técnica y al desarrollo tecnológico. Prácticamente, la sensibilidad de Píndaro, de Anacreonte, de todos los presocráticos no ha sido superada. Vivimos todavía de la moral de Sócrates, de la filosofía de Platón. Sin embargo, somos capaces de mandar un artefacto a Marte. El desarrollo de la sensibilidad humana es muy lento. Bien es verdad que en la Vía Apia, por ejemplo, iban Virgilio y Horacio hablando de hexámetros exquisitos, mientras en cada esquina había una persona crucificada. Pues esa capacidad de no percibir la miseria y la tragedia humanas alrededor de la belleza sigue, permanentemente, entre nosotros. Es posible que en esta pandemia, el mundo virtual —el mundo digital— le haya doblado, definitivamente, el codo al mundo analógico. En cuanto a la solidaridad, es compatible el gran heroísmo de los sanitarios, por ejemplo, con la irresponsabilidad de muchos grupos de jóvenes, que se creen más allá de la pandemia".

La vacuna, como una eucaristía científica

"A la hora de recibir la vacuna, me chocaba mucho cómo los viejos hacían como un remedo de aquella alegría, cuando de niños recibían la Primera Comunión, solo que la sagrada forma consagrada entraba por la boca o la lengua y, ahora, entra por el hombro. Pero la alegría del viejo es exactamente como la Primera Comunión. Solamente faltaba que nos dieran una tarta y los regalos. Esto también es contradictorio. Estos días coinciden las primeras comuniones con la vacunación masiva. Se da una especie de choque entre la ciencia y la fe. ¿Qué es más importante, la sagrada forma, que se supone que es Dios, que entra en tu cuerpo, o ese preparado de la vacuna por el hombro? ¿Dónde se encontraban dentro del cuerpo? ¿En qué parte del cuerpo se encontraba ese supuesto Dios, que, en el fondo, es todopoderoso y puede, también, acabar, si quiere, con la pandemia en una fracción de segundo con ese desarrollo humano que ha trabajado para conseguir un remedio a la vacuna? Dentro del cuerpo de las personas, ese combate entre la fe y la razón es casi espectacular".

Defensa de lo público

"En la pandemia se ha demostrado que lo público, en este caso la sanidad, es imprescindible. España, por ejemplo, ha dado una respuesta muy positiva. Evidentemente, alejando un poco el foco, el capitalismo está hecho para crear riqueza y el socialismo, para repartirla. El conjunto de los dos es la socialdemocracia y esa forma de repartir la riqueza que crea el capitalismo y que, en teoría, reparte el socialismo, es a través de lo público: la enseñanza pública, la sanidad pública, etc. En la pandemia, está claro, se ha puesto a prueba la necesidad de lo público. Sin lo público no somos nada".

La oposición al Gobierno durante la pandemia

"La oposición ha actuado mal porque parte del hecho de que el Gobierno es ilegal o ilegítimo y de que, con la moción de censura, robaron el poder en una jugada de póquer. Encima, en la política española ya no hay adversarios, sino enemigos, y el odio es la cápsula fundamental, el veneno fundamental que rige la vida pública. Valerse de una pandemia —de un mal general—, para derrocar al gobierno… Con eso está todo dicho. Es una deslealtad porque, en el fondo, creo que la derecha clásica española se cree la dueña del cortijo y considera a la izquierda como una especie de aparcero. Les permiten cuidar la finca, ser honestos y esas cosas, pero, a la mínima, tienen que irse. Por otra parte, la izquierda tampoco acaba de quitarse de encima el complejo de okupa. Es como si no estuviera segura de que los votos le otorgan tanto derecho como a la derecha para gobernar".

Crisis migratoria

"España necesita cinco millones de inmigrantes. Necesita gente joven, gente que venga a trabajar, a pagar impuestos. Este es un país envejecido. Europa, por su parte, necesita cincuenta millones de inmigrantes porque también es una comunidad totalmente envejecida. Ahora bien, hay que ordenar ese flujo migratorio, que es fundamental y esencial desde el inicio de la historia. La historia la han hecho los inmigrantes. La esencia de la evolución humana es la inmigración. La dificultad reside en cómo combinar el flujo migratorio con un ordenamiento. No es fácil porque, en este momento, la globalización y la facilidad de transportes hace que haya un corrimiento de carga. Yo me imagino que es como si toda África se levantara y cayera, como un corrimiento de carga en una estiba de un buque, sobre España y sobre Europa. A la vez, se trata de un destino aciago y es un desafío ordenarlo, aunque para eso están los políticos, por supuesto.

Hasta ahora, los negreros españoles, holandeses o franceses iban por la selva cazando negros, metiéndolos en un cepo y llevándoselos en un barco. Si estaban enfermos, a la mínima los arrojaban al mar. Los azotaban. Los convertían en esclavos. En nuestros días, esos negros vienen aquí, naufragando, en pateras, y vienen a ser nuestros esclavos, a limpiar nuestros retretes. Es un espectáculo dantesco lo que se está produciendo, por ejemplo, en el Mediterráneo, que es ya un mar muerto, pero lo es por todos los cadáveres de gente que vienen a ser nuestros esclavos y terminan en el fondo del mar. Es una cosa terrorífica y una tragedia, pero, cuando una tragedia se codifica, deja de ser una tragedia".

Indultos a los presos independentistas

"Si la derecha quiere que dentro de diez años haya el 80% de independentistas catalanes, que siga con esto, que siga con esta política judicial, en vez de hacer política de verdad. El independentismo vive del agravio. Una veleta no se eleva si no es contra el aire. Si uno le mete aire en contra, la veleta se eleva. Evidentemente, el soberanismo, el independentismo y el nacionalismo son una fiebre. El que la tiene, la tiene y el que no la tiene, no la tiene. Unos tienen una fiebre de treinta y siete y medio, otros de treinta y ocho, otros de treinta y nueve, otros de cuarenta y dos grados. Esos son los que ya se quieren ir. Un buen gobierno de España consiste en mantener esa fiebre inevitable en treinta y siete o treinta y ocho. Ahora, si haces todo lo posible para que esa fiebre llegue a los cuarenta y dos grados, te expones a que el día menos pensado, sin darte cuenta, todos los catalanes, o la inmensa mayoría, se conviertan en independentistas. Hay que sacar esa espina infectada que son los líderes que están en la cárcel porque es una fábrica de independentistas. Si Adolfo Suárez no hubiera tenido el coraje de legalizar al Partido Comunista, que entonces fue casi el motor del golpe de estado, si hoy siguiera estando prohibido, seríamos todos comunistas. El Partido Comunista no sabía que el día que lo legalizaron, lo sentenciaron a muerte. De hecho, la legalización del Partido Comunista fue la causa de su desactivación y, prácticamente, de su desaparición".

La equidistancia entre la vida y la política

"La equidistancia y la moderación son un esfuerzo enorme. En cambio, ser fanático es fácil, basta que tengas el gen del fanatismo dentro. Pero ser moderado, ser equidistante, ver siempre la razón que pueda tener el otro, ponerse siempre en el lugar del otro, eso es una facultad del espíritu que solo tienen algunas personas y, por supuesto, son las más vilipendiadas. Si eres equidistante te dan por las dos partes: te llaman alma blanca, te llaman tonto útil, etc. En arquitectura, por ejemplo, no se podría hacer ningún edificio sin la equidistancia. En nuestras vidas concretas, la equidistancia es el equilibrio de la existencia, pero en política la ejerce muy poca gente, sobre todo en España".

Estado actual de la izquierda política

"La izquierda está con una crisis de valores increíble. La derecha, por su parte, es distinta. Cuando se siente en peligro, al toque de corneta, se une enseguida, pero la izquierda no. La izquierda es discursiva, es crítica y es como un sueño de igualdad, de libertad y de fraternidad. Cuando un solo concejal de izquierdas se corrompe, en realidad se corrompe todo el sueño. Y el virus de la crítica, que es casi sustancial a la izquierda, también es autodestructivo. Además, en la actualidad, casi no se sabe lo que es la izquierda y la derecha. Por eso hay una crisis de valores. Hoy, la derecha europea es prácticamente socialdemócrata. La revolución de los valores es una descarga casi irracional a la que nos estamos enfrentando. Y si, encima, la izquierda tiene el virus de la crítica en su propio seno, está ya todo claro".

El ‘adiós’ de Pablo Iglesias

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"Pablo Iglesias es un agitador y no ha aportado nada. Es un genio en el debate, era un buen parlamentario y es un buen polemista, pero su idea es revolucionaria. Su idea es de agitación. Donde ha ido, ha agitado. Lo sabe hacer. Sabe provocar y agitar. Por otra parte, está metido en un bucle de narcisismo inverosímil. Mientras estaba en el Gobierno, agitaba dentro del Gobierno. Después, cuando se presentó a la Comunidad, agitaba en la Comunidad y ahora agitará, probablemente, desde alguna red o desde alguna emisora. Yo no lo sé. Además, el que solo sabe de política porque la ha aprendido en los libros —como muchos de los de Podemos, que han sido profesores de universidad o ayudantes— no sabe de política de verdad porque la política no se aprende. La política es un instinto del bien común; de dirigir, según tu ideología, al bien común. Creo que eso Pablo Iglesias no lo tiene. Ahora bien, es un agitador de primer orden, por supuesto".

La caída de Ciudadanos

"Nadie se puede sentar entre dos sillas. Ciudadanos nació de una especie de grupo de amigos un poco cachondos. Su germen de nacimiento era contestatario, alegre y confiado, pero fue creciendo. Pudo haber sido el germen de esa derecha que todo el mundo deseamos: una derecha inteligente, pactista, que pueda estar dando un brazo a la izquierda y otro a la derecha, que sirva de bisagra. En pocas palabras, lo que es una derecha normal y corriente en los demás países. Aquí, sin embargo, se desarrolló mal. La desaparición de Ciudadanos es el pecado de haberse presentado desnudo —como hizo Rivera en sus comienzos—, pero tapándose lo único que la gente quiere ver: que seas un buen gobernante".

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