Esta última semana una modesta miniserie de ocho episodios se ha alzado al primer puesto de lo más visto en Netflix en el mundo, logrando casi el doble de horas de seguimiento que la siguiente en la lista, la serie española Berlín.
Este nuevo título, Engaños, no cuenta con reclamos publicitarios, se presenta sin una estrella de primer nivel detrás ni un sello aparente que lo avale, como sí tiene Berlín, desgajada de La casa de papel.
Constantes sorpresas en el argumento
Engaños desentraña un crimen, que pronto se ve que son dos, con un ritmo endiablado y cerca del récord de giros argumentales posibles. Se suceden los “¡Ahí vá!”, los “tachán”, los “ah, no era lo que parecía” que mantienen una intriga superficial pero suficientísima para querer ver unos minutos más y luego otros.
Lo hace a través de una protagonista muy atractiva en perpetuo primer plano, interpretada por Michelle Keegan, casi al estilo de las previsibles películas hechas para televisión que se emiten después de comer y acompañan tantas siestas los fines de semana.
El motivo de su éxito, además de sus méritos propios, es que sí responde a un patrón detectado por la plataforma que se ha configurado como una nueva línea de producción de grandes resultados.
Nuevos productos para nuestra forma actual de ver ficción
Las crecientes oportunidades tecnológicas han cambiado la forma de ver ficción audiovisual de varias maneras a la vez. El cine se resiente de la mejora y el abaratamiento de los televisores de gran calidad que convierten los cuartos de estar en potentes salas. Por otro lado, mucha gente ha pasado a ver series en el móvil en salas de espera, transportes públicos, pausas laborales…
A diferencia de otros operadores, Netflix opta por subir todos los episodios de sus series o de sus nuevas temporadas a la vez salvo excepciones. Eso permite a su audiencia tanto los atracones como parar la acción donde se quiera y retomarla cuando vuelva a apetecer.
Actualización de un género literario muy popular
Para estos tipos de consumo, las miniseries de intriga son ideales. Se multiplican, en todas las plataformas, no solo en esta, las investigaciones de un crimen en varios episodios. Ofrecen la actualización de un género literario muy comercial que se adecua mucho mejor a las series cortas que a las películas.
En una sala de cine esta estructura parece demasiado previsible. En televisión respira mejor a lo largo de varias entregas la presentación de un entorno en el que un crimen rompe el equilibrio. Aparecen investigadores, sospechosos, desvelamiento de secretos durante las pesquisas y el cierre. Este, por triste que sea, lleva acarreada la satisfacción de que se hace justicia y se ha resuelto el misterio.
Cómo encontrar las mejores intrigas para la televisión
El problema para un operador de trabajar en esta prolífica veta es andar buscando cada gema, cada historia con mimbres para funcionar. Netflix apostó en 2018 por un diamante en bruto, el novelista estadounidense Harlan Coben. El autor firmó un espectacular contrato con la plataforma americana para desarrollar nada menos que 14 de sus novelas como miniseries. Y después lo ha ampliado.
En la dirección de Netflix detectaron que el exitoso autor escribía con un estilo que engancha y un ritmo muy adecuado para su conversión en televisión. Y con más de treinta obras ya en su haber. Dos novelas de Coben se habían adaptado en Francia con un buen rendimiento cuando la cadena se puso en contacto con el autor.
Deslocalización del talento
El formato de este contrato sería el de desarrollar series auto conclusivas del número de episodios que el escritor considerase en cada caso y que se producirían en diferentes países.
Engaños se ha convertido en el séptimo estreno de este acuerdo que incluye la serie de gran éxito que se produjo en España, El inocente, de 2021, con Mario Casas interpretando al protagonista. Oriol Paulo dirigió los ocho episodios con el aplauso del creador de la historia.
Coben participa en todas las adaptaciones, pero se involucra hasta donde quiere en los proyectos, que se han desarrollado ya en Polonia, en Francia, en nuestro país y en el caso de Engaños en el Reino Unido.
Un autor con muchos éxitos posibles por delante
Al tiempo, Coben sigue escribiendo nuevas novelas y disfruta de sus éxitos en papel y en imagen. En una entrevista con Deadline parece sugerir que tiene amplio recorrido por delante: “No tengo otra vida. (…) Una vez me preguntaron que sería si no fuera escritor. Un amigo contestó que senador de Estados Unidos. Yo sería una funda de edredón. No tengo nada más”.
En la televisión de Estados Unidos de hace unas décadas nada era más cotizado que un o una responsable de una serie que fuera capaz de mantener la producción a buen nivel durante cien episodios.
Este lote se vendía a las cadenas sindicadas en las que la serie se repetía indefinidamente y por lo menos llenaba un trimestre emitiéndose diariamente en lugar de una vez a la semana en su primer pase.
En busca del éxito consistente
Los tiempos han cambiado pero la regularidad sigue siendo el bien supremo que se persigue, como es lógico. Nadie quiere crear un éxito y que se evapore teniendo que empezar de cero. Novelistas muy de género están viviendo un esplendor porque su obra nutre a nichos que sabrán encontrarla.
Si su estilo es consistente se convierten en una de esas cotizadas propiedades intelectuales, IPs en inglés, que ofrecen continuidad a lo que busca una parte del público.
Entretenidas pero estandarizadas
Hay algo muy entretenido en estas series acerca de crímenes, muy adecuado, bien compuesto y algo irritante. Se anula el sabor local y se localizan en lugares estandarizados. Frio urbano, con edificios de cristal y cemento, que podría ser Nueva York o Bilbao. O alta sociedad de suburbio con mansiones y hermosos jardines, o pueblo pintoresco no se sabe muy bien si en las afueras de Birmingham o en Alsacia.
Algo parecido pasa con los personajes, que aparecen como vehículos perfectos para desarrollar la acción, pero no llegan a reflejar la complejidad de los seres humanos reales ni lo pretenden.
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El ritmo lo tapa todo. Y la claridad, que se entienda bien. Que la historia parezca compleja, pero sea muy obvia y fácil de seguir. Esos espectadores que ven series en el móvil quieren primeros planos cortos de intérpretes atractivos y argumentos que tengan su punto pero que no requieran una atención litúrgica.
Estas historias proporcionan un atractivo común denominador tanto a quienes ven series a tirones como a quienes cogen una tarde libre y se ven la temporada de una o dos sentadas.
No dejan huella profunda, ni buscan ni logran el impacto cultural, conforman una oferta de puro entretenimiento y como las redes sociales nos conocen mejor que nosotros mismos y saben que vamos a ver solo un ratito más. Y luego otro.
Esta última semana una modesta miniserie de ocho episodios se ha alzado al primer puesto de lo más visto en Netflix en el mundo, logrando casi el doble de horas de seguimiento que la siguiente en la lista, la serie española Berlín.