HBO Max ofrece la primera temporada de una muy recomendable comedia de diez episodios de media hora. En la premisa inicial conocemos a una tenaz periodista en el Los Ángeles de los setenta, Joyce, empeñada en editar una revista divulgativa sobre el movimiento feminista.
Doug, el nada intelectual dueño de varias publicaciones de desnudos -femeninos, evidentemente- es el único que adivina potencial en la idea, en plena efervescencia del movimiento de liberación femenina. Propone combinar en una nueva cabecera los sesudos artículos con sexis cuerpos masculinos en posters desplegables.
A partir de aquí, un peculiar enfoque del feminismo se abre camino en un territorio desconocido. Aparecen personajes, atmósfera y un tono original. El tono es un ingrediente clave en cualquier historia. Un ingrediente mágico, no se puede envasar. Equivale al amor cuando se cocina.
Comedias que ponen de buen humor
Minx ha conseguido un gran tono. El de lo que los anglosajones denominan feel good. Esas películas o series que te hacen sentir bien, comedias en las que a lo mejor no te ríes pautadamente, pero son capaces de mejorarte el estado de ánimo.
A menudo, y en este caso también, colocando a sus personajes y a sus aspiraciones en un lugar en el que resulta fácil simpatizar con ellos. En Minx se forma un grupo inesperado que lucha contra los elementos y que cree en lo que hace. Por ridículo que les parezca a los demás en principio, entre ellos surge la solidaridad y el orgullo profesional.
Revistas feministas con desnudos
La creadora de la serie, Ellen Rapoport, se inspiró en un fenómeno real. Existió un nicho de revistas feministas en los años setenta que combinaban controvertidos análisis con fotografías eróticas para mujeres. La más conocida fue Playgirl.
Según su documentación, entre los desnudos se intercalaban artículos comprometidos sobre el aborto, la violación o el acoso sexual. De aquel fenómeno tomó algunos hechos verídicos que ha dosificado libremente.
Rapoport enseguida se vio atraída por las posibilidades cómicas de mezclar pornógrafos y feministas en un mismo ambiente laboral. Además, su protagonista, Joyce, una joven idealista, está muy lejos de ser una libertina.
Liberal y reprimida
Se trata de una idealista, una teórica infatigable y osada en la teoría, a la que le cuesta hablar en un lenguaje demasiado coloquial o explícito. Un clásico pez fuera del agua muy logrado. En este caso, una repipi entre penes y culos.
Los desnudos están incorporados con comicidad y naturalidad. Minx significa fresca, y es el espíritu con el que editan su revista. En la serie, los modelos y sus penes aparecen como parte de la caracterización de época.
El ideal masculino ha cambiado notablemente en unas décadas. Antes de que todo el mundo fuera experto en entrenamiento y nutrición había espacio para cuerpos peludos y diversos. Al menos en Minx.
Hacer revistas como rosquillas
La contraparte de Joyce, Doug, es un editor que se gana bien la vida en un sector menor. Rapoport lo explica en una entrevista con Slashfilm, se trata de quienes lo intentan con docenas de revistas de nicho que se ven en quioscos o gasolineras, hasta dar con la que toca la tecla en cada momento. Ya sea en el porno, en jardinería o en coches de segunda mano. No se habla aquí de productos elaborados con gran vocación y fe.
Alrededor de los dos protagonistas aparecen los demás participantes en la historia, una serie de secundarios entrañables tratados cada uno de ellos con mimo, en especial los compañeros de trabajo en la factoría de las revistas. Incluso los mafiosos con los que el negocio converge tangencialmente. No se trata de grandes capos sino de gánsteres de segunda y, a cambio, se les permite tener el corazón templado.
Secundarios con vida propia
Una división entre cualquier tipo de ficción, novela, película o serie podría hacerse en función de cómo se escriben los personajes secundarios. Hay quienes crean secundarios funcionales, que entran en la historia, hacen lo que tenían que hacer y salen.
O, por el otro lado, quienes aprovechan cada oportunidad que supone que alguien aparezca en escena, por breve que sea su intervención, para dar vida a un personaje característico. Alguien del que nos quedamos con ganas de saber más y de quien creemos que posee una existencia real. Este es uno de esos ejemplos de esta segunda categoría.
El reparto que da vida a estos personajes funciona perfectamente. Y lo hace tirando de atractivo personal, emocional, interpretativo. La belleza no entra en la ecuación, ni siquiera a pesar de la presencia de desnudos.
Sobresalen como es de esperar los dos protagonistas. La británica Ophelia Lovibond encara la misión más delicada, por la personalidad de su Joyce, y sale triunfadora. Jake Johnson ofrece una estupenda interpretación. La química laboral entre ambos funciona a la perfección.
La finolis y el pícaro
Componen una pareja clásica en televisión, la intelectual, o la finolis, y el pícaro. Como en Luz de luna, en Cheers, o más recientemente en Glow, serie a la que Minx se parece mucho en su estructura. Glow se situaba en los ochenta, también en Los Ángeles. En esa serie una aspirante actriz con ínfulas y cerebro se integra en un grupo de luchadoras televisivas y pone en jaque a su conformista director.
La creadora de Minx buscó como diseñadora de vestuario a Beth Morgan, que había realizado el mismo cometido en Glow. Rapoport considera la forma en la que Morgan viste a los personajes parte del guion, por lo que se explica de sus personalidades y de cómo se proyectan en cada momento.
Eso sí, a diferencia de las demás series, en el caso de Minx, por el momento no se juega la baza de la tensión sexual entre ellos. La dinámica que les une es la de compañeros a la fuerza, sin exceso de drama, y se ha conseguido que, sin añadir elementos extra, esta relación funcione como motor del argumento.
Espíritu colaborativo en el trabajo
Tanto Minx como Glow comparten también que se presentan con un cierto tono de cuento para adultos. Los personajes a los que se supone sordidez por el ambiente en el que se mueven, resultan ser mucho más vulnerables y nobles que la mayoría, capaces de crear auténtica camaradería.
Joyce, la protagonista, se toma muy en serio su feminismo, pero encontrará que mezclarlo con cuerpos desnudos le enfrenta con una parte importante del movimiento, por lo que también tiene que sufrir rechazo por parte de algunas intelectuales a las que tanto admira. Pero su éxito y su crecimiento personales le otorgan nuevas armas para enfrentarse al rechazo.
Por su parte, el personaje de Doug demuestra una envidiable apertura de miras al aceptar y celebrar las opciones comerciales del erotismo para mujeres.
La serie transmite un espíritu muy colaborativo en el trabajo, más estimulante que realista. Todos ceden y entienden que están al servicio de un buen producto, que no tiene que porqué reflejar enteramente su mirada, sino recoger sus aportaciones.
Un proyecto para muchas temporadas
La serie avanza con soltura durante los episodios y su creadora, Ellen Rapoport, intentará que siga haciéndolo por mucho tiempo. En su mejor hipótesis quiere llevar este relato de época hasta los ochenta estadounidenses, con Reagan y un nuevo conservadurismo. Eso supondría un montón de temporadas, teniendo en cuenta que el comienzo de la historia se sitúa en 1972.
Si lo consigue, el equipo lo saboreará especialmente, porque este ha sido un proyecto que ha rodado de despacho en despacho durante mucho tiempo antes de conseguir la luz verde por parte de HBO. Es difícil transmitir en una reunión la serie que un equipo creativo tiene en la cabeza. Se pueden contar los elementos principales, pero no es tan sencillo hacer sentir el tono que tendrá el resultado final.
HBO Max ofrece la primera temporada de una muy recomendable comedia de diez episodios de media hora. En la premisa inicial conocemos a una tenaz periodista en el Los Ángeles de los setenta, Joyce, empeñada en editar una revista divulgativa sobre el movimiento feminista.