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Santiago Tejedor: “Ahora es cuando más pedagogía del viaje tenemos que hacer para perder el miedo y recuperar la confianza en el otro"

Samuel Martínez

The New York Times cerró su sección de crónica y reportaje viajero el mismo día en que el periodista Santiago Tejedor empezaba con las entrevistas que conformarán su nuevo libro Periodismo y viajes. Manual para ir, mirar y contar. La cabecera norteamericana reemplazó esa sección —y la de deportes— por otra que se llamó At home y que les sirvió para relatar algunos lances de la vida durante el confinamiento. Tejedor no lo podía comprender. “Aquellos momentos en los que estuvimos recluidos en casa”, tercia desde su despacho en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), “fueron en los que más necesitábamos leer historias y transportarnos a otros lugares”. No obstante, él no se aburrió durante los días más aciagos —por el momento— de la pandemia. Acostumbrado a moverse constantemente de aquí para allá al ritmo que marcan las historias que quiere contar, invirtió el tiempo de confinamiento en mantener más de treinta conversaciones telemáticas para su nuevo libro, que todavía está terminando de escribir. Con él espera seguir contribuyendo en la reinvención del viaje. En la reinvención del periodismo viajero.

No es fácil su tarea. De la mano de grandes figuras como Martín Caparrós, Agus Morales o Leila Guerriero, forma parte de una corriente de periodistas que apuestan por las historias viajeras, por dedicarles tiempo, por el reporterismo, por el periodismo narrativo y por la mirada crítica. No es fácil porque los tiempos que corren son duros para esa concepción de la profesión. “Yo siempre recomiendo invertir todo el tiempo posible para contar una historia”, advierte, “pero sé que, en muchas ocasiones, es un consejo gratuito”. Es consciente de que en los medios de comunicación todo va “demasiado rápido”, pero no por eso renuncia a predicar con el ejemplo. En los procesos de investigación para la quincena de libros que ya ha publicado, se ha sumergido en culturas como las de los pueblos Kikapú o Rarámuri, en México; la cubana o la dominicana. Eso sí, siempre lo ha hecho, como reza el título de uno de sus libros, “más allá del resort”, lejos de las guías de viaje, improvisando y colándose por las rendijas de las culturas.

En su faceta de profesor universitario, Tejedor ejerce el papel de mentor y siembra en sus alumnos la curiosidad por el viaje y la devoción por las buenas historias, sea lo que sea eso. Pero, ¿qué ingredientes tiene que tener una buena historia? Él mismo reconoce que esa es la pregunta del millón. “Quizás una buena historia sea”, apunta convencido, “aquella que desde lo más local permite extraer reflexiones globales”. Y a pesar de lo complicado de las circunstancias actuales, cuando las restricciones en la movilidad alejan más y más los posibles destinos, el reportero insiste: “Ahora es cuando más pedagogía del viaje tenemos que hacer para perder el miedo y recuperar la confianza en el otro”. Tejedor cree que todo el trabajo que se había llevado a cabo para acercar las culturas y para “fijarnos más en las semejanzas que en las diferencias” corre peligro en estos tiempos, cuando todo —y todos— puede resultar una amenaza.

Las banderas en Instagram

“Estoy en la otra orilla”, resuelve Santiago Tejedor. Se declara en la otra orilla de todos aquellos que tienen las redes sociales repletas de banderas y de nombres de lugares que han pisado, pero que no han conocido”. Asegura que para conocer un territorio, un país, una región o un pueblo es necesario mucho más que visitar los principales monumentos. “Ahí está la diferencia entre el turista y el viajero”, subraya. “El ‘ver’ es algo físico, pero ‘mirar’ es una acción exigente, crítica, cualitativa”. Por eso la periodista Laila Guerriero dice que “un reportero tiene que ver lo que otros no ven para contar lo que otros no han contado” y por eso Tejedor hace hincapié en que esos viajes de agencia “en los que te dicen qué tienes que ver” no son, en realidad, útiles para conocer ni para descubrir. “Lo que hay que hacer es improvisar y mezclarse con la gente”, exclama, “y, sobre todo, intentar volver”. Él mismo ha visitado en más de una veintena de ocasiones la República Dominicana y se declara, todavía, absoluto desconocedor de ella.

En estas, aparece el problema del tiempo, algo que casi siempre juega en contra de los reporteros. Tejedor sabe que “un etnógrafo puede pasar años viviendo con un pueblo determinado, pero que un periodista casi nunca tiene —en el mejor de los casos— más de unas semanas”. Por no hablar de lo difícil que es “volver” a un lugar lejano. Sin embargo, nada de eso ha de desanimar a nadie. “Tenemos que aprender a asumir que hay cosas que no podremos o que no sabremos contar”, sonríe, “pero sin dejar nunca de buscar”. Para él, la búsqueda es algo intrínseco al viaje… Y el viaje algo intrínseco al ser humano: “La historia del viaje es la historia de la humanidad”.

Soledad y un paseo con el hermano de GABO

Tejedor está seguro de que se pueden seguir contando historias sobre ciudades como Nueva York, Roma, Venecia o Barcelona. Por muchas veces que se hayan descrito sus calles o retratado sus gentes, “cada uno se aproxima a ellas de una forma distinta y lo contará de una forma diferente”. Además, avisa, “muchas veces confundimos la crónica viajera con los viajes de larga distancia”, pero la mejor historia, a veces, la podemos encontrar debajo de casa, hablando con el vecino, tomando el pulso al barrio, aproximándonos a él “con verdad”. Y eso es más o menos lo que le dijo Jaime García Márquez, el hermano de Gabriel García Márquez, una vez que Santiago le preguntó qué era para Gabo una crónica o un reportaje. Ante tal interrogante, relata Tejedor, su interlocutor respondió: “Mira, Santi, para Gabo, para mi hermano, una crónica era como un cuento, pero de verdad”. Esa es la senda que trata de recorrer Tejedor en todos sus viajes, aunque muchas veces tenga que hacerlo solo.

Pero eso no es algo malo: “La soledad es una gran aliada del reportero y no hay que tenerle miedo”. En algunos de sus libros incide en que gran parte del viaje transcurre en soledad y que hasta el mismo inicio de la aventura, “que puede comenzar, por ejemplo, con una lectura que te evoca un lugar o unas sensaciones”, ocurre en soledad. Durante el confinamiento, muchos han tenido que aprender a estar solos a marchas forzadas y él sugiere romper con la concepción negativa de la soledad, aprovecharla y disfrutarla. “Echo de menos la sensación de llegar a una ciudad desconocida y estar literalmente solo en la habitación de un hotel o un albergue”, reflexiona: “En esa soledad empieza la aventura”.

Todo el periodismo es periodismo de viajes

Durante muchas de sus cenas, el periodista Martín Caparrós y él mismo mantienen una discusión recurrente. Mientras Caparrós insiste en que “el periodismo de viajes no existe”, Tejedor sostiene que “quizás todo el periodismo sea periodismo de viajes”. En el fondo, los dos hablan de lo mismo: cualquier tipo de periodismo requiere de un mínimo de viaje. “Una final de la Champions se retransmite desde un país extranjero, el periodismo económico solo se entiende en un contexto global, el cultural lo mismo, y así con todo”. Quizás sea cierto que todo el periodismo es periodismo de viajes, o quizás sea verdad que no exista, habida cuenta de que los viajes están presentes en todos los géneros y, por lo tanto, puede que no debieran constituir uno en sí mismo.

Sea como fuere, y más allá del guiño, lo que sí que existe es la crónica viajera y Tejedor quiere defenderla a capa y espada antes de terminar la entrevista: “Basta de periodismo patrocinado y basta de periodismo turístico”. A la profesión le pide mirada crítica, menos publicidad y más piel. Al fin y al cabo, “los lugares son las personas que los habitan”.

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