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'Almuerzo sobre la hierba', el 'cuadro de los horrores' que cambió el rumbo de la Historia del Arte
Es un cuadro sin historia y, al mismo tiempo, contiene en él todo el peso de la Historia del Arte. Édouard Manet pintó Le Déjeuner sur l'Herbe (Almuerzo sobre la hierba) coincidiendo con el Salón de París de 1883. Manet era, ya por aquel entonces, un pintor de renombre y lo que nunca nadie podría haber llegado a imaginar era que un cuadro suyo —que, por cierto, pasaría a la historia como su obra más conocida y una de las más importantes de todos los tiempos— generaría tal rechazo en sus colegas artistas que sería desterrado del espacio principal de la exposición y relegado al Salón de los Rechazados, también conocido como El Salón de los Horrores.
Almuerzo sobre la hierba no tiene ningún sentido. Eso debieron de pensar en su día los entendidos en arte del París de finales del siglo XIX. Por su parte, los más jóvenes y modernos —muchos de cuyos cuadros también se expusieron en ese salón de la vergüenza— tomaron el trabajo de Manet como el principio de una nueva era, una suerte de cuadro-talismán que rompía con todo lo establecido y apuntaba con el dedo a lo que estaba por venir. 150 años después, desentrañamos todos los misterios del lienzo, expuesto —con honores algo tardíos, pero ya indiscutibles— en el Museo de Orsay de la capital francesa.
Quizás sea empezar por el final, pero si hay algo que incomodó a todos los académicos del París de aquellos tiempos fue reconocer en la mujer desnuda nada más y nada menos que a la famosísima modelo y pintora Victorine Meurent. Que un artista del siglo XXI se lanzara a pintar a una celebritie desnuda despertaría, incluso en nuestros días, comentarios de todo tipo e incluso críticas; ni que decir tiene el impacto que tuvo la ocurrencia por aquel entonces. Sin duda, al dibujar la cara mirando frontalmente al espectador, Manet desafió a todo el que se atreviera a mirar el cuadro. Los otros tres personajes también son figuras conocidas. Sentados a lado y lado de Laurent, se trata de Gustave Manet (su hermano) y Ferdinand Leenhoff, un escultor holandés que, más tarde, se convertirá en su cuñado. “Los dos están manteniendo una conversación”, subraya la historiadora del arte Sara Rubayo, “pero ninguno de los dos mira al otro”. En cuanto a la bañista, es Alexandrine-Gabrielle Meley, también modelo y futura esposa del escritor Émile Zola. Con todo, parece claro que el bueno de Manet compró todas las papeletas para que lo metieran en el ‘Salón de los Rechazados’
“No puedo adivinar qué puede haber hecho escoger a un artista tan inteligente y distinguido una composición tan absurda y no haber acabado sus fondos”. Así se las gastó Théophile Thore cuando le preguntaron por el cuadro. Sin embargo, las caras conocidas no fueron lo único que incomodó al establishment artístico francés de la época. Volviendo a Maurent, Manet no trabajó en su cuerpo un desnudo que tuviera por objetivo mostrar la perfección del cuerpo femenino, como dictaba el dogma del momento. “Aquí de Venus nada”, espeta Rubayo. “El artista pinta a una mujer muy real”, aunque hay un detalle que vuelve a dejar pasmado a todo el mundo. Como si de una avanzadilla de la censura de Instagram se tratara, la mujer no tiene pezón o, más bien, Manet lo omitió. El movimiento #freethenipple no existía todavía en aquel lejano 1883.
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Pero, ¿por qué Sara Rubayo asegura que se trata de un cuadro sin historia? “Manet sabía que lo que la gente quiere ver y entender cuando observa una obra es precisamente eso, la historia”, apunta. “El pintor quiso presentar una pintura que desafiase toda lógica”. Y lo hizo. Almuerzo sobre la hierba es un cuadro que muestra tres escenas distintas totalmente inconexas entre ellas y, además, “el título es lo primero que carece de explicación”, apuntilla Rubayo. Efectivamente, a pesar de llamarse Almuerzo, ninguno de los personajes de la escena central —ni de ninguna otra— está comiendo. A lo sumo, solo el bodegón abandonado en el margen inferior izquierdo del lienzo recuerda a un eventual ‘almuerzo’. El caso es que el primer nombre que recibió el cuadro no fue el definitivo. “Manet le puso, al principio, El baño, en referencia a Alexandrine-Gabrielle Meley, la mujer que aparece en el lago”, pero cambió. En ese personaje, por cierto, estriba una de las mayores provocaciones que Manet incluyó en la obra. “La composición, a simple vista, es una clásica composición piramidal”, explica, “pero al ir a buscar el punto de fuga, encontramos a esa mujer bañándose, con una proporción más grande de lo habitual y sin sombra”. Esos dos detalles confieren a la pintura un aire extraño: parece que los personajes están flotando.
Los futuros impresionistas no lo dudaron ni un segundo. Había que seguir la estela de Manet, que rápidamente se convirtió en una de las máximas influencias de los Renoir, Degas, Sisley o Pissarro. Aquella noche de 1893, después de la inauguración del Salón de los Horrores, las rotativas parisinas debieron de echar humo. Por la mañana, las críticas vertidas sobre los cuadros expuestos en el espacio fueron feroces; en el mejor de los casos, burlescas. Poco importaba que Manet declarara que lo que buscaba trabajar en Almuerzo sobre la hierba fuera el concepto de la luz. Daba igual. La obra no encajaba en ninguno de los esquemas de la Academia y por eso debía ser repudiada. No sabían que, al cabo de los años, la pintura descartada de Édouard Manet pasaría por delante de todas las que sí se expusieron en el salón principal y se consideraría el punto de partida del arte que venía.