Todo lo que el rey olvidó en su discurso (y queríamos oír) Marta Jaenes
El olvido de la memoria
Se debate una ley de memoria histórica que para unos queda corta y para los otros es innecesaria. Sin embargo, la memoria es imprescindible para los seres humanos. Si no recordamos la piedra donde tropezamos ayer, mañana nos podemos romper, de nuevo, la crisma. Algunas veces, en los múltiples debates que el tema suscita, se olvida este aspecto “práctico” de la memoria. Honor para las víctimas, por descontado; rechazo total de los verdugos, de justicia. Está bien que se quite el nombre de Queipo de Llano de una calle, es perfecto que se lo den a las Trece rosas. Pero no nos quedemos ahí. Por mucho que llenemos páginas, celebremos debates y cavemos fosas, puede no ser suficiente para alcanzar la necesaria rectificación de trayectorias. Se olvida algo: es preciso tener en cuenta también a los instigadores de tales desmanes. Las sociedades democráticas no quieren volver a ver serpientes ondeando por sus escaños, no quieren ver más víctimas de su mordedura, pero hay que saber reconocer los huevos de la víbora y poner en evidencia a quien los incuba. Y eso, a mi entender, está por hacer. Se impone tal tarea para evitar que la secuencia huevo-serpiente-mordedura se repita de nuevo. Porque en ello están. Solo una visión de conjunto, global, nos permitirá salir del bucle en el que a cada vuelta nos damos con los mismos cantos. Debemos poner de manifiesto la mano que mece la rueda de esta historia.
Casi cuatro años antes del golpe de estado de 1936, atendiendo a una carta del exiliado rey Alfonso XIII llevada por Juan Antonio Ansaldo Vejarano, muchos oligarcas contribuyeron a cubrir el coste de degradar la situación de la II República mediante conspiraciones de todo tipo. La lista que aportó los primeros 20 millones de pesetas de la época, encabezados por los dos de Juan March, estaba llena de condes y marqueses; muchos otros contribuyeron con el mismo propósito mediante suscripciones elevadísimas para la época (500 pesetas mensuales) a la revista monárquica Acción Española. Incluso antes, ya el mismo día de la proclamación de la II República, en una reunión en casa del conde de Guadalhorce, se decidió la constitución de una “escuela de pensamiento contrarrevolucionario” para derrocar “por todos los medios” a la nueva República. Por descontado ninguno de los presentes ni los contribuyentes pensaron ni por un momento en batirla en las urnas, ni tan siquiera cuando, en noviembre de 1933, ganaron las derechas. Insaciables, querían más y más. O menos y menos democracia, según se mire.
Hoy, en el 2021, noventa años después, ¿podríamos encontrar algún paralelismo entre aquellas listas y las ofrecidas por Wikileaks de los contribuyentes a entidades y grupos antidemocráticos, como Hazte Oír, o Citizen Go?, ¿se puede considerar a la FAES una “escuela de pensamiento contrarrevolucionario” ? ¿Hasta dónde llegan los tentáculos de QAnon en España?
Si seguimos el olor del dinero, podremos verificar que más de cuatro décadas después, las más rutilantes familias que frecuentaban el palacio de El Pardo siguen ocupando un lugar destacado en el mundo financiero español.
Y no se trata solo del dinero, también las palabras incuban. Que parejas van las palabras de muchos púlpitos de los años treinta con algunas barrabasadas actuales de la curia. Que cerca están las diatribas de Gil Robles de las peroratas de Abascal o Casado. Parecen de hoy las palabras: “De un lado están los que aman a España y anhelan restaurarla, así en su riqueza como en su unidad y en sus más íntimas esencias espirituales; del otro, lo que diciendo amar a España, han puesto, sin embargo, sus palabras como sus actos, al servicio de la continuada y pertinaz tarea de arruinarla, fraccionarla y destruirla […] Todos nuestros esfuerzos irán destinados a impedir que la política anticatólica, antieconómica y antinacional, representada por el socialismo y sus subalternos auxiliares, más o menos descubiertos o subrepticios, prevalezca o siquiera influya como hasta ahora en la gobernación del Estado”. Pero no, no fueron pronunciadas en la bancada de la derecha moderna, sino firmadas en 1933 por Gil Robles, Calvo Sotelo o el conde de Santa Engracia. No anunciaban el golpe de estado, pero eran pasos hacia él. Y, claro, el eco se oye, se oye y resuena en los pasillos de los centros de enseñanza que controlan, en los consejos de administración, en las tertulias de medios conservadores. ¡Calorcillo al huevo!
Si seguimos el olor del dinero, podremos verificar la frase del historiador Mariano Sánchez Soler cuando dice: “Más de cuatro décadas después, las más rutilantes familias que frecuentaban el palacio de El Pardo siguen ocupando un lugar destacado en el mundo financiero español”. Y aunque algunas han ido haciendo mutis por el foro, fruto de la biología o de su poca habilidad empresarial, la nómina sigue siendo muy importante al integrar a dos grupos beneficiarios del franquismo, y que por dicha razón ponen el hombro, o el bolsillo, o sus influencias, para ir deshaciendo el camino que con tanto esfuerzo ha ido recorriendo el pueblo español: Unos, los veteranos, en gran parte ostentando los mismos títulos de la lista citada, son los descendientes de los que ya en su momento consiguieron que sus esbirros acabaran con la democrática República; los otros, ellos o sus descendientes, los que luego se beneficiaron a manos llenas de su servil apoyo al Régimen, aquellos que, como dice Sánchez Soler, tienen “apellidos de presuntos emprendedores, de esos que la prensa define como hechos a sí mismos, y cuyas fortunas familiares se forjaron al calor de la dictadura franquista y cuyo pasado parece haber desaparecido en medio del espíritu de la Transición que confundió reconciliación con amnesia”. El apoyo incondicional al Régimen daba pingües beneficios, a pesar de que, en un alarde de cinismo, el propio Franco dijera en su Plan de la Obra Nacional Corporativa, que “el Estado Corporativo dictará las normas eficaces para concluir con el imperio de las oligarquías bancarias y financieras”
Estas grandes empresas, que nos iluminan, comunican o cobijan, algunas privatizadas por el PP, en las que deambulan sin sonrojarse orinales chinos de diversos partidos, cubren su expediente con algún convenio laboral digno, con ayudas para el cáncer u otras causas, pero muchas de ellas siguen dando calor al huevo de la serpiente, pensando que cuando crezca les será fiel y colaborará en la inacabable tarea de engrosar su balance. Sin su apoyo económico, relacional y mediático, la víbora quedaría en lagartija.
La memoria histórica debería ir acompañada por acciones y leyes que impidieran los errores del pasado. Entre ellos, y no es el menor, la financiación y el soporte dado por grandes fortunas a los movimientos y líderes que intentan degradar y envilecer la democracia hasta niveles que pensábamos ya olvidados.
Quizá no se pueda hacer nada a estas alturas. Bastante astutos son, simulando donaciones y contratos subsidiarios que cubren la legalidad de su apoyo. Pero al menos no debiéramos perderlos de vista. En un mundo globalizado, de economía digital y grandes fortunas cobijadas en paraísos fiscales, es más necesario que nunca mantener el ojo avizor. Los primeros silbidos de la serpiente pueden ser banales, pueden parecer incluso divertidos, pero serpiente es y serpiente se queda y va adquiriendo fuerza y veneno gracias a sus cuidadores. ¡Que no nos pique de nuevo!
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