Reforma fiscal y el virtuosismo parlamentario Pilar Velasco
Administrar la escasez
No escarmientan. La tendencia se mantiene. Miro las candidaturas de 2023 al ayuntamiento de Barcelona y aparecen registradas 25. En 2019 eran 23 partidos los que competían para conseguir alguna concejalía. El fenómeno es general, en Madrid, 21; en Valencia 15 o en Bilbao 13. Me entretengo en dividirlas en tres grupos:
- Los que razonablemente pueden obtener un escaño: En el 2019 fueron seis partidos los que lo consiguieron. 672.091 votantes optaron por ellos. Cabe reseñar que la mayoría incluían varias siglas bajo una única candidatura, refugio que encaja con lo que luego se dice.
- Los que consiguieron un resultado digno de mención, aunque lejos de la obtención de un escaño: Cuatro partidos obtuvieron entre el 2,89 y el 0,84% de los votos. 72.647 votantes les dieron su confianza, insuficiente para conseguir un escaño, pero con cierto soporte ciudadano.
- Los que ni por asomo se acercaban ni tan siquiera al 1%: Catorce partidos se repartieron 6.632 votos, sobre un censo total de 1.142.444 de los que un 33,8% optó por la abstención. El más exitoso, 1.886 votos, el que menos, ¡57!
Mi reflexión se centrará en este último grupo, declarando ya desde ahora que todos los que se presentaron en 2019 y sus votantes, al igual que los del próximo 28 de mayo, cuentan con todo mi respeto, e incluso admiración por su esfuerzo, no por baldío menos oneroso, sean del color que sean (algunos ecos de extrema derecha se oían, afortunadamente, en la franja más baja). Ello no es óbice para que critique la actitud numantina que convertirá los votos en exvotos. He omitido los nombres y detalles para no molestar, aunque los hay de todo tipo y pelaje. De entrada, voy a las candidaturas para este 2023. De ellos, con el mismo nombre, repiten cuatro, mientras que los otros diez, o han cambiado de nombre o son nuevos en la plaza. Sobre muchos de los que se presentaron en el 2019, ni se sabe.
Y vamos a ello: El montar una candidatura es una tarea muy dura. Desde encontrar los candidatos necesarios (mucha gente es reticente a verse “marcada” con unas siglas, sin ninguna posibilidad de tener resonancia pública, pero sí eco en su entorno), hacer algún mitin, reuniones preparatorias para elaborar un programa, plasmarlo en un folleto, atender las redes sociales, etcétera, etcétera. Un montón de energía consumida: tiempo, dinero, conocimientos, ilusión, relaciones. ¿A cambio de qué?
En la actualidad, como dice Byung-Chul Han: “La atomización y narcisificación crecientes de la sociedad nos hace sordos a la voz del otro. Lleva a la pérdida de empatía… No es la personalización algorítmica de las redes, sino la desaparición del otro, la incapacidad de escuchar, lo que provoca la crisis de la democracia”. Así pues, en un mundo cada vez más autista, en el que los individuos se van aislando en burbujas generalmente hedónicas, sin ánimo de lucha por causas comunes, la labor de los colectivos sociales y políticos es cada vez más ardua. Son pocos sus miembros, y frecuentemente de cierta edad, surgidos en la época en que la lucha se recompensaba con un reconocimiento de su entorno, años ha. Hoy no. Y ante la precariedad, surge espontáneamente la pregunta: ¿dónde invertir lo poco que tengo? Imaginemos por un momento que las horas y los euros gastados en candidaturas minúsculas fueran empleados en ahondar y promover, día a día, la causa eje de su actividad, ya sea esta social, ambiental o política. Dije en mi último libro: “¡Cuánta lucha vecinal, cultural o asistencial habrá caído en crisis al dedicar muchos de sus miembros los limitados esfuerzos a ámbitos de objetivo irrealizable (conseguir un puesto de edil), en detrimento de logros duros pero asequibles!”. Pero no, siguen sin atender a la sentencia de Platón: Querer imitar al rico es la perdición del pobre”.
En un mundo cada vez más autista, en el que los individuos se van aislando en burbujas generalmente hedónicas, sin ánimo de lucha por causas comunes, la labor de los colectivos sociales y políticos es cada vez más ardua
Alguna razón habrá para que se emplee tanto esfuerzo en causas que se sabe sin recompensa, al menos bajo mi punto de vista. Es ardua la tarea de ver de qué pie cojean, y más aún quienes mueven el cotarro en cada uno de estos grupúsculos, pero algunas podrían ser:
- Personalismos: Algunos grupos surgen alrededor de un personaje con prestigio que arrastra a unas pocas decenas o cientos de admiradores de su obra. En su fuero interno, el líder se siente ya satisfecho con el reconocimiento de sus seguidores, los aplausos en algún mitin, la venta de alguno de sus libros, contando ya desde el principio que no se verá luego obligado a cumplir con las obligaciones de un hipotético nombramiento.
- Grupos con un objetivo concreto muy determinante: Defensores de un humedal, de una ideología histórica o reclamando una reivindicación concreta para un colectivo restringido, se presentan a unos comicios donde el elector valora las muy diversas soluciones a un sinnúmero de problemas. Además, se corre el riesgo de que poniendo el foco en un solo tema, se cuelen por los laterales planteamientos no siempre acordes con un espíritu democrático.
- Escisiones de grupos mayores: En desacuerdo con alguna de las iniciativas de su grupo de origen, o por rifirrafes entre personas, centran su esfuerzo en clonarlo, añadiendo algún matiz diferencial que ponga en evidencia la necesidad del abandono. Posiblemente, su objetivo se centre en degradar la imagen de su anterior colectivo, creando confusión en sus seguidores y dilapidando su ya escasa capacidad de influencia.
Y la pregunta sigue tercamente ahí: ¿No se podría emplear mejor esta energía siempre escasa?
El líder personalista podría aportar mucho desde su atalaya, influyendo en las fuerzas políticas con opción a acceder a la gestión pública, no durante unas semanas de campaña sino a lo largo de toda la legislatura, ayudado, eso sí, por sus incondicionales. Requeriría una dosis de humildad y realismo que, a menudo, escasea en quien ha probado las mieles de la admiración, o eso cree. El aprovechamiento de la energía generada enriquecería mucho más ampliamente a los colectivos en sintonía con su pensamiento, llevando su empuje al plano práctico.
En el caso de los monotemáticos, creo que hay una buena parte de culpa del despilfarro energético en los propios partidos mayoritarios. Encerrados en su día a día, en sus luchas políticas para mantener o derribar el poder, en la esgrima parlamentaria y los sobresaltos mediáticos, olvidan, o no tienen tiempo ni estructura para atender las reivindicaciones de grupos que, por monográficos, poseen una profunda motivación y un conocimiento superior de los temas. La falta de apertura al exterior de los “partidos de gobierno” (sean a nivel nacional, autonómico o municipal) desprecia unos activos de los que nadie va sobrado.
Algo parecido puede comentarse de las escisiones. Una parte de la energía de cualquier colectivo (y en especial los partidos) debiera emplearse en mantener la cohesión interna, lo que no significa uniformidad sino empatía, transparencia, comunicación y respeto. Casi nada.
Ahí coinciden los dos últimos grupos comentados: los partidos grandes debieran tener la agilidad mental suficiente para abrir sus reflexiones a los otros grupos de menor tamaño con inquietudes afines, sin ánimo de devorarlos, sino de escucharlos y, llegado el caso, incorporar sus reivindicaciones e incluso algún miembro. Esta práctica no solo mantendría activa su masa social, sino que, a pesar de la modestia del interlocutor, se recibirían algunos medios adicionales (en ideas, difusión, miembros, ¡hasta donativos!, etcétera) para la operativa diaria.
Tampoco los grupos restringidos están eximidos de aportar un mínimo de empatía y realismo. Ser pequeño no es sinónimo ni de pureza ni de acierto. Deberían tener el convencimiento de que su aportación es conveniente, pero no siempre asumible en su totalidad. La cerrazón por ambas partes implica tirar por la borda una posible sinergia, lo que siempre beneficia a los que se oponen a sus ideas. Es necesario que se convenzan de que entre el ruido existente hoy en las campañas electorales, sus vocecitas, digan o no la verdad, no serán oídas, mientras que su empecinamiento resta aportaciones a otras vías para difundir y consolidar su causa.
La convivencia no es fácil. La gestión política, que se otorga a una serie de personas mediante los comicios, tampoco. Requiere todos los medios posibles, insisto: siempre escasos. Malgastar la energía propia y renunciar a incorporar la ajena no solo redunda en una débil campaña electoral, sino también, y es peor, en una gestión del día a día empobrecida.
Y lanzo las preguntas que quizá tengan respuesta en algún comentario que leeré empáticamente: ¿Cuál es el propósito de las candidaturas residuales al presentarse a la búsqueda de unos centenares de votos? Y ya puestos en el despilfarro: ¿Qué coste tendrá el desencanto de los que en ellas hayan colaborado?
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Antoni Cisteró es sociólogo y escritor. Es autor de 'Participar hoy. Notas para una participación eficaz' y miembro de la Sociedad de Amigos de infoLibre.
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