Las santas, madres y reinas de la Navidad Cristina García Casado
Réquiem por Pascual
Después de muerto Pascual, le llevan el orinal. Ya es tarde, cada vez más tarde, pero: ¿cómo murió Pascual?
La convulsa situación política actual hunde sus raíces en años, décadas, de desidia, de cortoplacismo, de miedo cerval a perder la poltrona. En estos días en que se habla tanto de la Constitución, uno se pregunta: ¿pueden ser válidas las mismas reglas del juego en la época de la Inteligencia Artificial que cuando los teléfonos eran un armatoste de baquelita?
Hoy, el país se tambalea, y también muchas comunidades autónomas, en las que un sistema pensado para el bipartidismo ha pasado a tener múltiples actores, donde incluso los minoritarios tienen a veces la llave. Hasta aquí nada censurable, puede ser un reflejo de un mayor acercamiento y modulación del querer de la población. Pero no cabe duda de que no solo la Constitución, sino también la Ley electoral, y tantas otras, acusan su inmovilismo frente a la frenética evolución social.
Hubo gobiernos con mayorías absolutas, mandatos que duraron lustros, pero que ni así tuvieron los arrestos o la conciencia cívica de modernizar algunos de los soportes de la convivencia política. La mohosa, rancia y polvorienta imagen que da el sistema judicial, por ejemplo. Se hubiera podido, progresivamente, adecuar las estructuras al paso de los tiempos, pero no se hizo. Y ahora que algunos nos damos cuenta y otros se aprovechan, parece que ya no se está a tiempo, puesto que para un aggiornamento serían precisos consensos hoy por hoy inimaginables.
Ni los González, ni los Aznar, como tampoco los Pujol, con un poder suficiente y a menudo arrogante, quisieron servir al país con medidas razonables de modernización. En Cataluña, después de casi cincuenta años de autonomía, aún no hemos sido capaces de consensuar una ley electoral propia. El evidente interés en seguir con la ley española para favorecer los caciquismos locales merecía una respuesta por parte de todas las fuerzas políticas que nunca existió.
Entretanto, la derecha más extrema (¡ojo a la suma de votos de ambos partidos!) va aprovechando la situación para fortalecerse en el territorio y a pie de calle. Desde la orilla, ve cómo tirios y troyanos se agitan y debaten en unas arenas movedizas que nadie quiso estabilizar cuando se pudo. Como decía Tito Livio (XXI, 7) "mientras en Roma discuten, se ha tomado Sagunto", y varias comunidades así como numerosos ayuntamientos. ¿Tendríamos la misma situación, en la nación y en las comunidades autónomas, con una ley electoral más ajustada a la realidad, una Constitución acorde con los tiempos, o un CGPJ renovado obligatoriamente?
Dudo que por muchos boca a boca que puedan hacerse entre minorías reanimen a Pascual. No solo porque, mientras están en ello, la derecha ha llenado ya la casa de caspa. También porque entre los vecinos no existe la necesaria y suficiente reacción. Atónita, anestesiada, la ciudadanía contempla las luchas de gallos desde el tendido, más atenta al ruido que a las nueces, espera sentada el resultado para pronunciarse, mientras no se expande la necesidad de una modernización de las estructuras que sostienen el tinglado. Así, poco falta para que el zorro se coma a todos los gallos, como ya pasó, y duró cuatro décadas.
Atónita, anestesiada, la ciudadanía contempla las luchas de gallos desde el tendido, más atenta al ruido que a las nueces, espera sentada el resultado para pronunciarse
Se está planteando una hipotética futura legislatura en clave de modernización. Pero ha faltado el trabajo previo de concienciación ciudadana para ello. Solo cuando interioricemos mayoritariamente la necesidad de ponerse las pilas, podrá ser efectiva tal puesta al día. Reconozco que hay infinidad de iniciativas: asociaciones, fórums, clubs de debate y reflexión que ahondan en este sentido. Pero son pocas y cerradas en sí mismas (cuando no dirigidas entre bambalinas por los partidos o grupos de presión), por lo que no llegan al hombre y la mujer de la calle, ese y esa que, faltos de reflexión y sosiego, a caballo de un populismo de manual, han votado a los dos partidos de la derecha extrema y que, aunque no llegue a mandar Feijóo, ahí están y estarán. Si añadimos a los abstencionistas, el reto está servido.
Ignacio Morgado nos dice (Emociones e inteligencia emocional. Barcelona, Ariel. 2010. Pág. 13): "Un planteamiento racional puede acabar con un determinado sentimiento aunque es improbable que lo logre si no consigue crear otro sentimiento más fuerte e incompatible con el que se quiere eliminar". La derecha populista ha generado un sentimiento de falsa libertad, que debe ser rebatido por el de una verdadera solidaridad, que la razón nos brinda pero que solo el sentimiento popular podrá instaurar.
Por su parte, Daniel Innerarity (Política para perplejos. Barcelona, Galaxia Gutemberg, 2018. Página 51) aporta: "Las guerras, la economía, la sociedad son cada vez más asuntos primordialmente emocionales, espacios sentimentales donde se despliega la ansiedad, la ira o la confianza. Esos estados de ánimo, menos encuadrados que nunca en entramados institucionales estables o tradiciones poderosas, son ahora, al mismo tiempo, fuentes de conflicto y vectores de construcción social" . ¿Dejaremos que sea la derecha extrema la que construya estos estados de ánimo? ¿Adónde nos llevarán sus vectores?
No basta con tener razón, hay que popularizarla emotivamente. Crear una ola de opinión, como sucedió en la generación del 98 o posteriormente con la II República. Quizá ahora tendremos la suerte de que el contexto internacional evite que, una vez más, quieran frenarla a tiros.
¿Abrimos una reflexión emotiva, amplia, popular, sobre el país que podemos ser en el futuro? Yo me apunto, incluso antes de que terminen los responsos por el finado, aquel demócrata de toda la vida llamado Pascual.
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Antoni Cisteró es sociólogo y escritor. Es autor de 'Participar hoy. Notas para una participación eficaz' y miembro de la Sociedad de Amigos de infoLibre.
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