Todo lo que el rey olvidó en su discurso (y queríamos oír) Marta Jaenes
Desde la tramoya
¿De qué ha servido el chiste?
Observemos las consecuencias de la apertura de juicio oral contra el cómico David Suárez por el chiste que a estas horas conoce toda España.
Esa es la primera: que un chiste que habría quedado perdido en los numerosos mares de porquería de Twitter (que también los tiene de agua limpísima), se ha extendido como la pólvora. Desde antes de que existiera esa red (fundada en 2007), a eso se le llama Efecto Streisand, por la decisión de un juez de retirar de Internet las fotos de la mansión de Malibú de la cantante y actriz, cuyo efecto fue en realidad su viralización instantánea. Quizá en aquellos tiempos el juez estadounidense no lo supiera, pero los tribunales españoles de 2021, los denunciantes y el propio acusado deberían saber muy bien las consecuencias públicas de sus actos. Si ese chiste zafio y sin gracia era humillante para las afectadas por síndrome de Down, ahora la humillación —a través de las imágenes que suscita la ficción— se ha extendido por cada rincón de nuestro país.
Entonces, ¿por qué se denuncia al cómico, encendiendo la mecha del escándalo público? La Asociación promotora de la denuncia, Inclusión Social, se limitó en un principio a reclamar el bloqueo y la denuncia en Twitter. Pero luego llevó el asunto a los tribunales. El coste de hacerlo es extender el chiste, pero los beneficios para la organización denunciante son evidentes: suscita un debate que considera necesario y que se refiere a los manoseados “límites del humor” mientras multiplica el interés por la organización y ésta se constituye en voz autorizada en la materia.
Creo que tenemos muchas cosas más interesantes de las que hablar que la frontera de la sátira, que no debería existir, pero está claro que hay fiscales y jueces que parecen más bien sacerdotes
El Tribunal no siguió el juego en un principio y archivó el caso. Pero se presentó recurso y la Fiscalía se sumó cambiando su criterio. Y entonces se armó el lío: que veamos al joven sátiro sentado en el banquillo pendiendo sobre él una pena de prisión de un año y diez meses, inhabilitación (me pregunto cómo se concretaría esa sanción) y una multa de unos miles de euros, es una responsabilidad directa de la Fiscalía y del Tribunal. Yo particularmente creo que tenemos muchas cosas más interesantes de las que hablar que la frontera de la sátira, que no debería existir, pero está claro que hay fiscales y jueces que parecen más bien sacerdotes. Y aquí nos vemos de nuevo discutiendo si debería prohibirse la publicidad de los chistes sobre personas con discapacidad, sobre dios o la virgen, sobre gays, negros o judíos. La reacción censora ha predominado entre los moralistas habituales. Entre quienes tienen una visión del mundo en la que no encaja la sátira como no encaja tampoco la blasfemia. A ellos también les renta la controversia, porque solo con llevar al cómico al banquillo, ganan. Los chistosos se lo pensarán más a la hora de hablar.
A mí el chiste me ha producido una sensación parecida al asco, pero más vergüenza ajena que el chiste me provoca este espectáculo circense que ha promovido media decena de predicadores de la moral pública ávidos de publicidad. El resultado final del show es un paso más en la generación de un ambiente que cada vez censura más y que, precisamente por eso, incrementa la tensión del espacio público. Mientras, se eleva a categoría de líderes culturales a artistas de medio pelo y sátiros que son famosos más por su vulgaridad y su temeridad que por su capacidad artística o su creatividad. Sospecho que las sociedades más sanas son aquellas que se ofenden menos y que no se rasgan tanto las vestiduras. Flaco favor le hacemos a la igualdad y a la inclusión si éstas dependen de estrategias publicitarias y de sentencias judiciales a cuenta del humor y de sus supuestos límites.
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