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Manual en tres fases para la generación de fango

Es casi gratuito. Si tienes pocos escrúpulos, unos cuantos contactos y mucha inquina personal (o te sientes implicado en una misión salvífica, religiosa o política), podrás amargar la existencia y provocar la caída en desgracia de tu enemigo preferido, sea éste ministro o familia de ministra, político, artista, empresario o periodista. Puede ser en realidad cualquiera, porque ¿quién no ha infringido alguna vez alguna norma, aunque solo fuera llevarse un paquete de folios de la oficina o cargar un producto de cosmética en la cuenta corporativa? Sigue estos sencillos tres pasos y podrás ser partícipe del ambiente pestilente que se está consolidando en España.

Primera fase: pon una querella. Lo dicho: hay un catálogo generoso de delitos que pueden ajustarse a tu objetivo: calumnias, injurias, odio, amenazas, ofensa al sentimiento religioso… O malversación, corrupción, administración desleal, intrusismo, apropiación indebida, plagio, amenazas… Necesitas poca base para registrar la querella. Aunque hay jurisprudencia que limita esa posibilidad, hay jueces muy proclives a admitir a trámite acusaciones poco o nada fundadas, incluso aunque contradigan informes forenses exculpatorios. Basta con unos buenos “indicios”. Una abogada te redacta una querella sencilla por menos de 300 euros, pero es mejor que cuentes con organizaciones especializadas que harán el trabajo gratis, y mejor si tu víctima les merece el esfuerzo. Algunas bien financiadas están dispuestas a manchar de mierda sus limpias manos para ayudarte. No hace falta que tú hayas sido afectado por el supuesto delito. Puedes ejercer –esas organizaciones lo saben muy bien– como acusación popular aunque no te afecten en nada las supuestas tropelías de tu víctima. “La Justicia” se nos presenta en sociedad como una entidad sagrada, neutral y objetiva, y tú deberás mantener ese mito en tus acciones. Pero es bien sabido que la Justicia, con toda su mayúscula solemnidad, es en realidad un conjunto de jueces, fiscales y funcionarios con querencias, prejuicios y manías. La mayoría es respetabilísima y responsable y buena parte de su trabajo se dedica a delitos menores, cosas de tráfico de drogas y alcoholemia, disputas entre particulares sin repercusión pública… Sin embargo, buscando tú como buscas la mayor expansión del fango, confiarás en que tu querella caiga en manos de uno de los también abundantes jueces de instrucción que están empeñados en empurar a los representantes de las muy corruptas instituciones de España. La Justicia es lentísima para casi todo, pero por milagro se acelera en algunos momentos: como cuando se trata de admitir a trámite e iniciar una instrucción contra algún personaje público. Luego la instrucción puede ser larga. Esto es bueno, muy bueno: como el juez no tiene plazo para cerrarla, puede estar durante meses citando a tu víctima, que pasará a ser imputada (ahora se dice investigada, pero es lo mismo); y también a otras víctimas colaterales y a un número ilimitado de testigos. Podrá solicitar las pruebas que quiera, registrar domicilios, requisar teléfonos y ordenadores… Esto es muy productivo si lo combinas bien con la fase segunda.

Tan generosos mecanismos tiene la democracia que en sus propios procedimientos contiene la semilla de su propia destrucción

Segunda fase, filtra tu acusación a la prensa: También para esto hay una buena oferta en España. Hay medios y panfletos y activistas exitosos en las redes sociales, ansiosos por publicar exclusivas con víctimas como la tuya. Les protege el sacrosanto derecho a la información. Déjate llevar por tu reportero cómplice. Él sabe cómo se hace. Tu víctima puede pedir también la protección de su honor. Se han dado casos. Y es posible que, expandido el fango, finalmente tu víctima sea declarada inocente. Pero ya será demasiado tarde. Habrán pasado años y su reputación estará destruida para entonces y la rehabilitación será ya imposible o inútil. Como tu informador cómplice está obligado a proteger a su fuente, nadie podrá cuestionar el origen de su información. Por lo demás, las filtraciones están a la orden del día: los propios juzgados y las comisarías son pozos por los que escapan los documentos supuestamente reservados. Si tu cómplice periodista o activista tiene éxito, le llamarán de las televisiones y las radios para que cuente con ‘objetividad’ las maldades de tu víctima, que se sentirá ya angustiada por su incapacidad para responder a las acusaciones. El fango empieza así a extenderse. Tu cómplice irá dosificando la información acompasándola con las actuaciones judiciales. No hace falta que el juez y el periodista se conozcan ni concierten sus trabajos. Aplicando la nueva máxima del “quien pueda hacer que haga”, cada uno actuará según le corresponda y alargará el proceso para que se hable de tu víctima el tiempo necesario.

Tercera fase, politiza la causa. Necesitarás ahora a algún político que multiplique el fango en progresión geométrica. Un grupo que formule preguntas parlamentarias, portavoces que señalen a tu víctima sin pudor asociando su persecución a una causa mayor: el bien del país, el respeto a la Justicia, la limpieza de nuestras instituciones democráticas. Una vez politizada, la narración ya se expande sola y se alimenta, generando nuevas subtramas de manera orgánica: reacciones de la oposición, tertulianos que actúan como el coro en las tragedias griegas, conversaciones populares de sobremesa. Quizá notes deseos de vomitar en esta fase, pero no vas a ponerte exquisito ya a estas alturas, de modo que esas arcadas serán pasajeras. Porque notarás, en fin, lo agradable que es vivir en una democracia que ha puesto en tus manos tan prodigiosos y gratuitos instrumentos. Tan generosos mecanismos tiene la democracia que en sus propios procedimientos contiene la semilla de su propia destrucción. Qué paradoja.

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