Normalizar la beneficencia Gutmaro Gómez Bravo
Sobre la maternidad y otros paraísos
Aconsejo vivamente la lectura de La bajamar (Literatura Random House, 2022), la nueva novela de Aroa Moreno Durán. Y no sólo por su madurez literaria, su equilibrio complejo en la estructura y su precisión de estilo a la hora de definir a los personajes, sino porque madurez, complejidad y personajes nos llevan a mirar por dentro las historias que componen nuestra historia, el argumento social de nuestras vidas. Una intimidad es el lugar en el que se encarna un tiempo, una educación sentimental y una ideología.
Por pudor intelectual y militante, suelo detenerme a la hora de entrar en las polémicas que afectan al feminismo. Me limito a repetir mi apoyo a todas las políticas que defienden la igualdad y a mostrar mi orgullo patriótico por los avances en la democratización de nuestra vida cotidiana que han conseguido para España los movimientos feministas. El feminismo es también cosa de hombres. Pero soy prudente a la hora de entrar en algunos debates que tienen que ver, feminismo por medio, con las ofertas del mercado, las vanidades personales o los patrones ideológicos.
Uno de los asuntos que más me han inquietado se relaciona con el canto a la maternidad como ideal de vida que repiten otra vez algunos discursos. La paternidad o la maternidad, desde luego, son muy respetables como deseos y decisiones personales, faltaría más. Confieso, por ejemplo, que lo que ahora da sentido a mi vida son mis hijos. Pero conviene mucho preguntarse por el poder y sus estrategias cuando las decisiones personales se subliman y se elaboran como guías de vida. Para un profesor de literatura que ha explicado durante años a Moratín, Galdós, Pemán, Ana María Matute o Martín Gaite, es muy inquietante que se confunda otra vez la realización personal de una mujer con la condición sentimental de un ángel del hogar.
El mismo miedo que dan los que confunden la libertad con la ley del más fuerte, provocan los que defienden las glorias de la maternidad y la vida retirada en nombre del feminismo.
Por eso me ha gustado tanto la novela de Aroa. La historia de tres mujeres sitúa la maternidad en tres momentos de la sociedad española muy conflictivos: la guerra civil con su posguerra bélica, la transición con el terrorismo de ETA y la sociedad de consumo que da publicidad al bienestar para cubrir muchos malestares privados. Una conversación, un monólogo y una narración en tercera persona, el tú, el yo y el nosotros, hacen que las palabras vayan de la intimidad a la historia, facilitando así que las herencias y los retos del presente formen un tejido generacional de vidas.
El mismo miedo que dan los que confunden la libertad con la ley del más fuerte, provocan los que defienden las glorias de la maternidad y la vida retirada en nombre del feminismo
Supongo que el personaje más difícil de asumir a primera vista es el de Adirane, mujer joven que está dispuesta a que su hija se críe con su padre y sin ella. Por distintos motivos, en las vidas de la abuela y la madre estuvo ausente la figura del padre, algo que la tradición social y literaria asume con más facilidad que el alejamiento voluntario de una madre. No se trata sólo de una peculiaridad individual, porque el malestar de Adirane se mezcla con las tensiones de Adriana, una mujer nacida en los años 50 que tuvo que unir en el final de la dictadura y en la democracia su derecho a la libertad y a su trabajo con los cuidados de una hija. También está ahí la abuela Ruth, una niña de la guerra, a la que su madre subió en un barco rumbo a Bélgica para salvarla de unos bombardeos exterminadores.
Por La bajamar flota un secreto que tiene que ver con la maternidad. Ser madre no es un destino angélico, ni una realización sublime de la condición femenina, sino una responsabilidad compleja en la que se mezclan los sacrificios, los miedos, las renuncias, las asfixias y las determinaciones sociales. Por todo eso cobran mucho valor los cuidados. Por todo eso resulta a veces tan difícil conciliar el trabajo y las responsabilidades familiares. Por todo eso merece la pena seguir luchando por una historia que asegure la igualdad entre hombres y mujeres a la hora del trabajo y de los cuidados.
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