Todo lo que el rey olvidó en su discurso (y queríamos oír) Marta Jaenes
Los esbirros necesarios
Aún groggy por el alud de golpes bajos en la cámara alta, acudo al diccionario de la RAE y veo diversas acepciones de la palabra esbirro, que aquí resumo: Persona que ejecuta servilmente las órdenes de otra, por dinero o interés. Antes bajaban del castillo para exprimir al vulgo con diezmos que entregaban al señor feudal, hoy despiden por whatsapp, o laminan derechos democráticos, mientras las manos de la “otra” siguen aparentemente impolutas.
Y de pronto los veo a ellos allí, en la tele, en prime time, circunspectos, apuntando una leve sonrisa de autocomplacencia, no excesiva, son sesudos, con toda la pompa y sin nada de gloria. Y pienso: ¿cómo han llegado hasta aquí?
Nota: no hablo en general. La judicatura, los políticos, hasta los jefes de recursos humanos merecen a priori mi respeto. Hablo de los que, por ejemplo, se mantienen años en un cargo caducado y tienen el cuajo de seguir mirando a los ojos a sus compañeros de profesión y actuando en provecho de un actor político. No todos son esbirros, pero haberlos haylos.
¿Cómo es que han llegado a mantener y no enmendar una posición caducada (o sea, no apta para el consumo) durante años, con un efecto dañino a todas luces, porque degrada no solo su figura, sino por extensión a toda su profesión y, peor aún, la calidad de la democracia de nuestro país?
La figura existe en todos los niveles de la gestión, aunque cuando aparece en niveles tan altos y de exposición pública, adquiere tonos dramáticos. Pero, por otra parte, es una figura que desde arriba se necesita desesperadamente. Ya sea por imagen pública, ya por conocimientos, ya por posición, hay trabajos sucios que solo se pueden hacer en puestos concretos de la organización.
¿Qué factores influyen en la toma de decisión de alguien, a priori de nivel intelectual elevado, para que ponga en riesgo (o no, como veremos) su imagen pública, su prestigio y su carrera? Resumiendo, creo que se trata de un tema de “burbuja”. Dentro de su hábitat, su imagen se verá reforzada, los golpecitos en la espalda abundarán y siempre encontrará rincones donde cobijarse profesionalmente. Incluso su sacrificio de hoy puede redundar en mayores honores en el futuro, siempre y cuando el círculo al que pertenece ostente el poder. Para evitar crisis de conciencia, cabe mantenerse en el ámbito de confort, apuntalado por sus semejantes, a salvo de replanteamientos críticos, lo que permite autoconvencerse de que se está actuando en conciencia, aunque sea una conciencia pétrea e inamovible.
Es lo que se está buscando: conseguir la combinación (letal a mi entender) de acción conjunta de una élite judicial y un gobierno sin miramientos, al servicio de un poder económico, mediático y religioso
Es esta atmósfera concreta, este aire melifluo que se respira en ella, la que da razón de ser al juego de los esbirros, que actúan fuera de ella para, una vez alcanzado el objetivo, volver al redil. Si analizáramos la biografía de casi todos los componentes de esta élite judicial, encontraríamos cantidad de puntos comunes: formación elitista, relaciones sociales dentro de un marco homogéneo, práctica religiosa, etcétera, etcétera, precisamente lo que intentan conservar. Sus leyes, o las leyes influidas por ellos, intentarán mantener una educación para privilegiados (aunque financiada en parte por el erario), una sanidad privada (que favorecen desmantelando la pública, empujando a quien puede a engrosar las filas de sus clientes), unas normas inspiradas por la religión más rancia, etcétera, etcétera… Un status quo gestado por unos cuantos, que una honesta práctica democrática puede poner en peligro, al pinchar la burbuja donde están instalados y desde donde intentan manejar el cotarro.
Si el origen está en mantener el flujo de esbirros convencidos entre las nuevas generaciones, la culminación también es obra de este círculo, no sé si vicioso pero sí viciado. Con el tiempo, a medida que se van dando pasos, la figura del servidor para trabajos sucios se va degradando. Si la presión social es fuerte, si los resultados no son suficientes, su futuro profesional podría peligrar. Pero de nuevo la cofradía le salvará, no faltarán puestos donde ubicar al “quemado”, siempre y cuando se mantenga fiel a los principios que mamó ya desde niño, o niña. Incluso, si es preciso, colocados como comentaristas de fútbol. Porque sí, también los políticos, presidentes incluso, son, o pueden ser a su vez, esbirros de instancias superiores.
Leyendo un artículo sobre la derecha ultramontana estadounidense, encuentro esta cita: “En el fondo de sus decisiones (en este caso sobre el aborto) yace la convicción de que el poder del gobierno puede y debe ser usado para imponer una cierta moral y visión religiosa a todo el conjunto de la sociedad”. Al final del artículo, recalca: “Este tribunal supremo ya ha dejado en claro con qué rapidez nuestra judicatura nacionalista cristiana cambiará la ley para adaptarla a esta visión de una sociedad gobernada por una élite reaccionaria, una sociedad con una religión preferida y un código prescrito de comportamiento sexual, todo respaldado por el poder coercitivo del Estado”.
Es lo que se está buscando: conseguir la combinación (letal a mi entender) de acción conjunta de una élite judicial y un gobierno sin miramientos, al servicio de un poder económico, mediático y religioso dispuesto a sacrificar a los esbirros que haga falta para alcanzar sus fines, imponerlos a la sociedad en general y permanecer en ellos por los siglos de los siglos.
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Antoni Cisteró es sociólogo y escritor. Es autor de 'Participar hoy. Notas para una participación eficaz' y miembro de la Sociedad de Amigos de infoLibre.
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