¿Todavía a vueltas con el amor? Manuel Cruz
¿La última coronación del siglo XXI?
Cuando usted esté leyendo esto yo ya estaré en suelo británico contando desde hace unas horas qué está pasando allí, en vísperas de la coronación de Carlos III. Y sé que lo estaré contando desde la más absoluta sorpresa porque, como a muchos otros, lo que allí vea y viva seguramente será algo insólito para mí. Una coronación a estas alturas suena a un pasado muy pasado, a una tradición que casa poco con los tiempos de ahora y menos con las economías de tantos intentando ajustarse para llegar a fin de mes.
Tanto boato, tanta pompa, tanto despliegue de joyas, orbes, cetros, coronas, carrozas… Son imágenes que parecen sacadas del Nodo más rancio o de un documental de Netflix y traídas con calzador en este mundo en el que consumimos vídeos de forma rápida, que lo vemos todo deslizando un dedo y que pocas cosas nos dejan pegados al televisor.
Pero la corona británica no quiere ni puede prescindir de este momento, de una coronación que Carlos lleva esperando y preparando años. Que ha ensayado muchas veces, que ha planificado al más mínimo detalle, con la lista de música incluida para que ese día tenga su propia banda sonora (si quieren y les interesa la pueden descargar de Spotify). Carlos ha intentado hacer un equilibrio entre la tradición más antigua de su familia y el mundo que le ha tocado vivir. Y eso es lo que veremos este sábado. Una ceremonia, sobre todo y por encima de todo, religiosa. Porque de eso se trata la coronación: de un acto entre el rey y Dios en el que el primero es ungido con aceite consagrado, algo que, por cierto, es tan sumamente sagrado que ni siquiera veremos. En ese momento, se tapa al rey con una pantalla, se llama la “Pantalla de unción”, para que nadie, más que él y el arzobispo de Canterbury, puedan ser testigos de algo tan íntimo.
Explicar esto a quienes cuestionan lo necesario y útil que es mantener una familia real es complicado. Y en Buckingham lo saben. Las encuestas que los medios han ido publicando en las últimas semanas han demostrado que el apoyo a la monarquía se va desinflando, sobre todo entre los más jóvenes. La mayoría cree de entrada que todo lo que veamos este sábado y todo el despliegue de seguridad no debería pagarlo el Estado. Sólo en procurar que mañana Londres sea una ciudad segura, con más de 100 jefes de Estado y más de 2 mil invitados, va a costar 250 millones de libras. El coste de la ceremonia no se ha hecho oficial, pero superará el millón de euros. Son 3 días de festejos, 3 días en los que se pide al pueblo británico que se entusiasme con la coronación de una persona que tiene 74 años, que ha vivido únicamente para este momento y que, en muchos aspectos, ha demostrado estar desconectado de la realidad de la gente. Pedir que los británicos, que tienen miles de problemas con el Brexit y con la inflación disparada, se entusiasmen o festejen esto es quizás pedir demasiado.
Las encuestas que los medios han ido publicando en las últimas semanas han demostrado que el apoyo a la monarquía se va desinflando, sobre todo entre los más jóvenes
Carlos III necesita darle la vuelta a esas encuestas, y sobre todo, necesita que la gente joven crea realmente que su figura, su institución, su papel siguen siendo necesarios para el país. ¿Cómo? Se me escapa. Y admito que lo tiene muy difícil, sobre todo con todos los escándalos que rodean a la familia. Mañana habrá cierto morbo por ver cuáles son los gestos, las miradas, la proximidad entre él y su hermano. Habrá también cierto morbo por ver el papel de Camila, la eterna amante que mañana será también coronada y que, a pesar de todo, sigue teniendo unos bajísimos datos de aceptación. Para ella, la sombra de Diana sigue siendo muy alargada.
Y todo esto en medio de coronas, diamantes, joyas, que son tan exclusivas que muchas ni siquiera se han atrevido a sacar, no vaya a ser que enfaden a algún país amigo. Todavía duele la procedencia de algunos de esos diamantes y esmeraldas, el pasado colonial de Reino Unido es el que es.
Así que este sábado contaremos un momento de esos históricos que, puede ser, cierre una época. Veremos.
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