¿Todavía a vueltas con el amor? Manuel Cruz
La edad de las madres
El domingo Instagram era un álbum colectivo de madres e hijos. Me encanta fijarme en esas fotos. Todas nuestras madres eran más guapas que nosotros. Todas nuestras madres parecían más mayores que nosotros con esa edad. El pintor de la portada de El Madrileño de C. Tangana, Iván Floro, cuenta que recurre a las imágenes de los 90 por gusto estético: “Ves fotos en un archivo familiar y dices esta foto que no tenía ninguna intención artística acaba teniendo una gracia, ya sea por la cámara o lo que sea”.
Las fotos que compartimos el domingo tienen mucha más gracia que las que, tan esforzadamente y por miles, nos hacemos ahora con nuestros hijos. Aunque recurramos a filtros o paguemos por cámaras que intentan emular aquellas imperfecciones, ese color, cierta ternura. Diría que nos refugiamos en los 90 (vuelve hasta el Grand Prix) porque fue la última década en la que vivimos sin que nuestra existencia física compitiera con una realidad paralela llena de luces de neón llamada internet. Podías estar sólo a una cosa a la vez. La concentración, como el roce, también hace el cariño. El sábado me quedé 10 horas sin cargador y leí casi del tirón una novela de 400 páginas. Me sentí muy bien, me sentí casi en los noventa.
El sábado me quedé 10 horas sin cargador y leí casi del tirón una novela de 400 páginas. Me sentí muy bien, me sentí casi en los noventa
Un día viendo álbumes, mi esposo me dijo que en una foto era igual que mi madre. Hace poco me acordé de eso fisgando en los armarios impecables de mi abuela y me topé con el vestido que llevaba. Me lo puse y las amigas me dijeron que qué bonito. Al hacer las cuentas para datarlo, caí en que la prenda tenía 25 años; en que yo tengo ahora exactamente la misma edad que mi madre en esa imagen familiar, los cuatro, en La Manga del Mar Menor, Murcia, 1998. A mi madre la veo una señora en esa foto y a mí me veo pues haciendo lo que puedo.
Me pasa algo similar en los entornos en que hay concentración de madres: la puerta del cole, el parque, los espectáculos infantiles, la pediatra. No me siento entre iguales, aunque técnicamente tuve a mi hijo a la edad media exacta de la mujer española: los 33 años. Miro a mi alrededor y me parece que son las madres de los 90 que rodeaban a mi madre. Me impresiona esa capacidad para sostener conversaciones sobre espesor y frecuencia del moco con apariencia de interés. Yo no te duro ni medio minuto. La gente piensa que cuando eres madre dejas necesariamente de ser quien eras. Adoro a mi hijo, pero no me pidas que te describa su caca porque yo no soy esa y, sinceramente, ¿cómo podría importarte?
Tengo conocidas y amigas madres a las que sí me siento contemporánea. Las reconocerás por el moño, las deportivas un poco sucias, la bolsita de tela, la mochila como caparazón, el brote de energía necesario para continuar la vida propia y vivir la que comienza cuando tienes un hijo. Las verás siempre corriendo, pero a veces plácidas. No tener la alfombra aspirada ni la cama perfectamente hecha no nos quita el sueño. Amamos a nuestros hijos como la que más, pero necesitamos seguir existiendo fuera de ellos y el nuevo entorno no elegido en el que nos introducen. Alguna vez no quisimos ser madres porque temimos convertirnos en señoras, en lo que significaba eso, y desaparecer. Ahora sabemos, debemos saber, que no es inevitable.
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