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Los cuerpos comentados

Es casi 2025, una cifra que suena futurista, y aquí estamos: pasando el bochorno de asistir a un debate nacional sobre el cuerpo de una cómica que va a presentar las campanadas de la televisión pública. Esta conversación no dice nada sobre Lalachus, una genia que vuela muy por encima de estas miserias, y dice cosas terribles y tristísimas sobre la sociedad que la juzga. La pequeñez de una persona es directamente proporcional a su imperiosa necesidad de comentar los cuerpos ajenos.

Hay una regla muy práctica que al parecer es un código secreto que tanta gente aún desconoce: no se señala nada que no pueda ser cambiado en los siguientes cinco minutos. Es decir: tienes algo en los dientes, sí; te veo muy demacrada hoy, no. No es tampoco una ciencia inaccesible. También está, en general, callarse. Callarse si no vas a decir nada bueno, nada que a ti te gustara que te dijeran, nada que no quede hiriendo como cristal roto dentro de alguien en los días o años siguientes. Hay personas de las que lo único que se recuerda es algo que dijeron sobre nuestro cuerpo.

La obsesión por el peso ajeno es casi un rasgo de personalidad en algunos individuos. Estás embarazada y te preguntan antes si has cogido mucho peso que si está todo bien. Te ven cinco minutos una vez cada dos años y no pueden resistirse a emplearlos en emitir su diagnóstico de báscula humana. No sabes ni su nombre y tienen el valor de acercarse en una comida comunitaria para felicitarte porque “eres la mitad” y aprovechar para explayarse en “cómo estabas antes” y, lo peor, esa lástima fingida, condescendiente, tan irritante. 

No hay que defender a Lalachus de nada, no ha hecho nada de lo que haya que defenderla. Lo que se ha dicho de ella no son “críticas”, porque el cuerpo de un ser humano no es un objeto criticable

Yo siento mucha vergüenza por mi reacción inmediata a ese tipo de asaltos: les acabas dando explicaciones absurdas, justificándote y, si te descuidas, hasta dándoles las gracias por el cumplido. Cuando ya no me miran esos ojos escrutadores de la patrulla del peso, siento cierta paz por el pensamiento al que siempre llego después: a mí me has hecho pasar un instante incómodo, pero tú tienes que vivir en esa cabeza y con esa mirada todos los días. Que es lo que, sin decirlo, me pareció que transmitía Lalachus el otro día. Ella está viviendo el momento más increíble de su vida profesional, cabalga mientras otros sólo ladran en una frecuencia que ni la alcanza.

En el lado supuestamente opuesto están quienes salen a “defender” a Lalachus, quienes nos dicen que su presencia en las campanadas es una lección, quienes, intentando quizás lo contrario, la reducen también a su peso, le ponen una bandera que, por cierto, hasta donde yo he seguido su creación, ella no ha blandido nunca. Lalachus no es activista ni es una chica de una talla determinada, es una cómica brillante que baila de manera hipnótica y hacer reír a carcajadas en el sentido más estricto y sano de la expresión. Lalachus tampoco hace comedia política, para los que creen que es una nueva emisaria de Pedro Sánchez, otra obsesión convertida en rasgo de personalidad contemporáneo.

He leído discursos “defensores” de Lalachus que son desagradables de atravesar. Porque cualquier cosa que no sea decir que su cuerpo no es objeto de comentario es sumarse al comentario. Entre un “está gorda” y un “me encanta que no tengan que poner ahí a la 'supermodel' divina”, casi que me quedo con lo primero. No hay que defender a Lalachus de nada, no ha hecho nada de lo que haya que defenderla. Lo que se ha dicho de ella no son “críticas”, porque el cuerpo de un ser humano no es un objeto criticable. En mi casa siempre se ha puesto la Primera para las campanadas. Y este año hay un aliciente, sí, pero no es que Lalachus lleve un mensaje con su presencia, sino que por fin tendremos la oportunidad de empezar el año riéndonos con alguien que sí tiene muchísima gracia.

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