Pífanos y carne de cañón

¿La patria? De tiros largos. «Mañana tengo el coñazo del desfile, un plan apasionante», dijo el poeta. Con el mundo de esta guisa, da gusto ver a un montón de soldaditos pateando el Paseo del Prado. Lo admito, nunca me pierdo la festichola en homenaje a Tristan Tzara. ¡Dadá, todo hombre debe gritar! No le falta un perejil: una paracaidista acercando la rojigualda desde el aeroplano, perros policía luciendo tipito en el capó de un cuatro por cuatro y un carricoche arrastrando una lancha neumática llena de tentetiesos. ¿Por mí? Un submarino con ruedines.

«Homenaje a la bandera». Los banderines, emocionados, envían cartas de agradecimiento. A continuación: el tributo a los caídos, ¡que siga la fiesta! El capitán general de los ejércitos deposita, protegido por mil quinientos escoltas, una corona de laurel en honor a los que arriesgaron su vida por España. Los militares se arrancan por bulerías: la muerte no es el final, arsa y olé. En las partituras pone: cántese como si fueran un orfeón de beodos. «Ya le has devueeeeeltoooooooo a la viiidaaaa, ya le has llevaaaadooooo a la luuuuuuuuz».

A don Felipe le sigue la recluta Leonor, digievolucionada en dama cadete. Dicen los periódicos que papi le va a conceder la orden del Carlos III, regalito del Gobierno socialcomunista. Con trece el toisón, con dieciocho un gran collar: los yonquis de la meritocracia aplauden el valor del esfuerzo, tracatrá. La princesa hace bonito en las fotos, con eso le basta. Embelesada, una piara de patriotas berrea hacia la tribuna de autoridades. «Que te vote Txapote». El rey responde por lo bajini: ¿Ves? Ese problema me lo ahorro. El estruendo de los cazabombarderos acalla las protestas. Los detractores del Falcon aplauden entusiasmados. «Échamelo encima», grita una señora envuelta en una cruz de Borgoña al paso de la Patrulla Águila. La boina de contaminación desdibuja la humareda, así que los pilotos se ven obligados a dar varias pasadas. «No es una boina, es la gorra de chulapo», bromea Almeida mientras la concurrencia se desmaya a su alrededor.

Una piara de patriotas berrea hacia la tribuna de autoridades. «Que te vote Txapote». El estruendo de los cazabombarderos acalla las protestas. Los detractores del Falcon aplauden entusiasmados

Al ritmo de una musiquilla estúpida (si el chiquillo te sale músico militar tendrás que quererlo igualmente, ¿no?), un batallón de regulares menea la capa y el gorrito colorado. El peor traje de superhéroe de la historia. Caramba: otro año más, la legión olvida lavar los uniformes en frío. Caminan rápido y llevan la camisa a medio abotonar: el respetable, que se contenta con poco, aplaude enfervorecido.

Termina la pantomima y cada mochuelo a su olivo. Un guateque súper contemporáneo, los rojos se quejan de vicio. Los españoles de bien regresan a sus haciendas embozados en una bandera made in China. ¡Atentos! El locutor de la televisión pública amenaza con más diversión: hay un besamanos en el Palacio de Oriente. Las autoridades suben al minibús constitucionalista y guardan cola para estrechar la mano de las reales personas. «Dos mil apretones», recalca el periodista. «Su majestad tiene que hacer paradas para darse trombocid». En los campos de Castilla, un labrador, admirado por el regio sacrificio, suelta la azada y derrama una lágrima de compasión.

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