Su miedo a mi libertad
Lo que realmente les molesta es la libertad. La libertad de los demás, por supuesto. Y sobre todo la libertad de algunos y algunas. La paradoja de las derechas es siempre la misma: mientras dicen defender la libertad individual frente al Estado, exigen que el Estado se convierta en un aparato represor de los grupos o colectivos que les molestan. Esa es la contradicción irresoluble de las derechas: la libertad entendida siempre en oposición a la igualdad.
Quizás por eso a las derechas les molesta, y parece que mucho, mi libertad de ir en bicicleta por la ciudad. Hay muchas razones por la que algunas personas nos movemos en bicicleta por la ciudad. La mayoría de nosotras podríamos decir, sin pensarlo mucho, una lista de las que tenemos. Y podemos hacerlo porque es una pregunta recurrente a la que hemos tenido que contestar demasiadas veces. Al igual que, por ejemplo, los y las vegetarianas, o cualquier otro colectivo no hegemónico, estamos acostumbradas al interrogatorio sobre nuestros "motivos-para-ir-en-bici". Si no se entiende esto a la primera, hagámonos la siguiente pregunta: ¿Alguien ha tenido que explicar, alguna vez en toda su vida, por qué ha ido en coche a comerse un chuletón a un asador? Pues eso.
Quizás quien no se haya subido nunca a una bicicleta para moverse por la ciudad, como forma habitual de desplazarse, no entenderá por qué a algunas nos gusta tanto ir en bici. Como siempre, cada cual tiene sus razones y sus excusas, pero apuesto a que estarán entre alguno de estos tópicos: ecología, flexibilidad, economía, rapidez, eficiencia… Sin embargo, intuyo, que la razón real, inconsciente si se prefiere, la razón última que nos lleva a utilizar este medio de transporte no tiene, en el fondo, nada que ver con todo eso. Creo que tiene más que ver con la indefinida sensación de libertad que nos produce ir en bici por la ciudad. Y por el mismo motivo, aunque no tengo ninguna prueba, tampoco tengo ninguna duda de que a muchos conductores de automóviles, compulsivos y agresivos, esta pulsión de libertad de la bici les ofende metafísica, moral y políticamente.
Porque creo que, lo que realmente les molesta de los ciclistas urbanos, lo que provoca que algunos conductores nos piten, nos acosen o nos adelanten poniendo en riesgo nuestra propia seguridad, es la libertad que exhibimos. Esa es la dimensión política de la bicicleta.
Puede ser que nuestra sola presencia les recuerde que, la libertad que les vendieron —desde el primer anuncio de coches que vieron en televisión, hasta el día que salieron con él por la puerta del concesionario—, era una mentira más de la sociedad de consumo. Que eso que pensaron que compraban como libertad, como su libertad, ese coche que les hacía "más libres", era otra trampa, una más, en la que cayeron por ingenuos. Así que se sienten engañados. Y por eso, cada vez que se reduce la calzada, se elimina una plaza de aparcamiento para ampliar las aceras o poner un carril-bici, lo sufren como una agresión a sus valores, a su "forma de entender el mundo", a su Weltanschauung. Por eso piensan que las bicicletas son su enemigo, porque se sienten amenazados.
Y es que los privilegios, de los que ha disfrutado el coche en nuestras ciudades durante los últimos 50 años, se han convertido, para muchos conductores, en "derechos adquiridos". Y ahora, cuando ven peligrar esos privilegios, sienten como si les arrebatasen un derecho fundamental. Por eso perciben nuestro derecho a compartir el espacio público como un ataque a su libertad individual, cuando, en realidad, simplemente, se trata de avanzar en igualdad.
Lo que realmente les molesta de los ciclistas urbanos, lo que provoca que algunos conductores nos piten, nos acosen o nos adelanten poniendo en riesgo nuestra propia seguridad, es la libertad que exhibimos
Pero este sentimiento de pérdida de libertad individual no tiene que ver solo con las bicicletas, es una percepción más general de quienes han disfrutado de sus privilegios durante mucho tiempo. Porque siempre pasa igual, quienes confunden un privilegio con un derecho sienten que se comete una injusticia contra ellos cuando se elimina ese privilegio. Y eso las derechas lo saben y lo utilizan.
Así es como funciona el discurso de las derechas, de la derechita cobarde y de la derechona gritona, sobre las bicicletas y los carriles bici en las ciudades. Ya sabemos que la segunda dice lo que la primera piensa, y viceversa; la segunda actúa como la primera piensa. Y es que, en la guerra de las derechas contra el uso de la bicicleta en las ciudades, hay más de estrategia política de lo que pueda parecer a simple vista. Lo que el discurso de las derechas, la ultra y la soft, moviliza en la campaña contra el carril bici es esa irracional emoción de "pérdida de libertad" que sienten algunos conductores cuando nos ven ir en bicicleta.
No es casualidad que las derechas hayan hecho la misma campaña contra el carril bici en ciudades de todo el mundo. Un metro y medio de calzada, reconvertido en carril bici, les ha servido para alimentar toda una guerra cultural, convirtiéndose en objeto central de las batallas electorales locales. Lo ha sido en las elecciones municipales españolas, donde la derecha al completo sentenció los nuevos carriles bicis de muchas ciudades como "una imposición de la ideología de izquierdas contra la libertad". Lo fue en la progresista y anárquica Berlín, donde "el derecho al atasco matutino" se vendió como ejemplo de modernidad por la derecha conservadora tradicional (también Ayuso hizo, casualmente, el mismo discurso sobre los atascos de Madrid). Y así se vende de cara a las próximas elecciones municipales en Argentina, donde la derecha de toda la vida, y la ultraderecha neurótica del telepredicador Milei, prometen eliminar los nuevos carriles bici de Buenos Aires. Y no nos engañemos, se utilizarán los mismos mecanismos de confrontación en las campañas de París y Londres, frente a los intentos desesperados de los gobiernos de ambas capitales por hacer sus ciudades más habitables. Incluso en Ámsterdam, donde la bicicleta forma parte de la propia identidad nacional, la derecha se moviliza contra la restricción del tráfico de automóviles en algunas de las calles más céntricas.
Así que sí, la cuestión de los carriles bici es una cuestión política. La extrema-derecha lo ha colocado, en su Agenda Global, dentro del marco de disputa por el relato sobre a libertad individual. La derechita cobarde, posiblemente asustada por las encuestas, les ha comprado el discurso y la guerra cultural ha comenzado a extenderse, desde Berlín hasta Buenos Aires, pillando por sorpresa a las izquierdas.
Y ahora, en este marco de confrontación impuesto por la extrema-derecha, lo que podría parecer una simple cuestión de preferencias, de cómo cada cual prefiere moverse en la ciudad, se ha convertido en una batalla política por la libertad. Una batalla por mi libertad, esa que tanto parece asustarles. Una libertad que, ahora es evidente, se ha transformado en una batalla por la igualdad.
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Raquel Romero Alonso es periodista y ex-consejera de Igualdad del Gobierno de La Rioja (2019-2023).