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¡Pum, pum: estás muerta, señora concejala!

Alfons Cervera

Moncada es una ciudad de más o menos veinte mil habitantes. Cerca de València, en la comarca de l’Horta Nord. En el Ayuntamiento se está celebrando un pleno y uno de los puntos a debate es una moción contra la Ley de Amnistía presentada por el PP y Vox. Está hablando, contra esa moción, la concejala socialista Feliciana Bondia. Mientras tanto, la concejala de Vox, Queral Trigo, susurra varias veces por lo bajini: “Que te vote Txapote”. Y de repente, transforma su mano derecha en una pistola, la levanta hacia su propia sien y luego, como agarrando el arma con las dos manos, 'dispara' a la concejala socialista. Cuando éramos críos, por las calles de Gestalgar, jugábamos a la guerra. Nos escondíamos tras las esquinas, en los portales de las casas, en las sombras que dibujaban con apenas fuerza unas bombillas que hacían menos luz que un candil a la entrada de la cuadra. Veías venir a un enemigo, sonreías como un soldado fiel servidor de la patria y hacías con la boca: “pum, pum, muerto”. Era la guerra que aún duraba después de la otra de verdad que ganaron los de Franco. Nosotros no sabíamos nada de esa guerra, ni de Franco. Ahora, tantos años después, sabemos que aquella guerra aún dura en este país nuestro tan desmemoriado, tan volcado por miedo o lo que sea en el elogio del silencio. La concejala de Vox, Queral Trigo, lo sabe bien, sabe bien que aquella guerra que ganaron los suyos sigue en pie y quiere que los suyos la sigan ganando.

Dejémonos de tonterías y hablemos sin medias tintas: quien vota al fascismo es un fascista

Cuando me siento una miaja melancólico, me da por pensar que sí, que después de tantos años de democracia, aquella guerra la siguen ganando los mismos que entonces la ganaron. Y que por eso, con total, con absoluta impunidad, para dejar bien claro que la palabra no es nada, que la palabra, aunque estemos en democracia, desaparece bajo la violencia de un disparo que, por ahora, sólo es aquel disparo que sonaba por las esquinas en sombra de mi infancia: “pum, pum, muerta”. Las imágenes de ese disparo han inundado las redes. Yo no me muevo por las redes. Pero me llegan esas imágenes, y ver a esa mujer apuntando a otra mujer en una sesión plenaria de su Ayuntamiento pone los pelos de punta. Y la risa de esa mujer. La risa. Para ella y los de su partido la violencia es un juego. Macabro, pero un juego. Se la refanfinfla la democracia. Pum, pum, democracia muerta.

La Ley de Amnistía no mueve a PP y Vox a la violencia. Es una excusa. Gritan a las puertas de las sedes socialistas. Señalan a sus enemigos, como aquella letra escarlata que llevaban algunas mujeres en la espalda para sitiarlas con el odio de su vecindario, como aquellas cabezas rapadas de otras mujeres que eran el dibujo social del mismo odio tanto tiempo después pero desde la misma intransigencia. Sacan en las redes los nombres a abatir para que el miedo provoque el abandono del espacio que le toca a la política. Alargan la mano después de simular una pistola y disparan para que la palabra sea lo mismo que el silencio: pum, pum, palabra muerta.

No, no es la Ley de Amnistía lo que los mueve a la violencia. Lo que los mueve a esa expansión del odio a quienes no piensan como ellos es —lo hemos dicho muchas veces— el hecho de que no haya un gobierno del PP y Vox después de las elecciones del pasado 23 de julio. Y ya está bien de separar a esos dos partidos. Ya está bien. Cuando alguna vez parece que no piensan lo mismo es un simple y engañoso paripé. En el fondo (y cada vez más también en las formas) son lo mismo. Vienen los dos del mismo sitio, del tiempo aquel tan lejano (o no tanto) de las sombras, del culto a la violencia extrema contra quienes no van por el camino que ellos señalizan, de la expresa voluntad de que si no estás con sus consignas patrioteras te conviertas en el punto de mira al que se dirigía la mano de Queral Trigo hace unos días en el Ayuntamiento de su pueblo. El PP está en pie de guerra. Desde siempre que no ha gobernado. Pero cada vez es más un partido cuyas trazas están más por el fascismo que por la democracia. Cuenta con la ayuda de buena parte de la judicatura. De buena parte de la Iglesia. De la inmensa mayoría de la prensa. De esa parte de la ciudadanía que vota fascismo aunque diga que no es fascista, que no es racista, que no es homófoba, que vota a PP y Vox porque lo que no quiere es que se rompa España ni que España viva bajo una dictadura. Dejémonos de tonterías y hablemos sin medias tintas: quien vota al fascismo es un fascista.

En la ciudad valenciana de Moncada una concejala de Vox dispara a una concejala socialista con su mano derecha convertida en una pistola. Pum, pum, muerta. Más madera, que es la guerra. Pero digan lo que digan los de la algarabía en las calles y los disparos por ahora simulados, esta vez no la van a ganar. Para nada van a ganar la guerra que el PP y Vox han emprendido contra la legitimidad de un gobierno democrático y contra la misma democracia. Para nada la van a ganar. Para nada. 

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Alfons Cervera es escritor. Su último libro es Maquis (Edición 25 aniversario en Piel de Zapa).

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