MAR y su dificultad para contar la verdad Pilar Velasco
Pedro Sánchez: el día después
Una decisión se valora por sus efectos, y no solo los inmediatos. En esta semana subsiguiente a los cinco días en que Pedro Sánchez mantuvo al país en vilo, se ha ido imponiendo una sensación de decepción, como de burbuja desinflada. Más allá de argumentos dirigidos a la coyuntura más próxima, como la influencia de este gesto en las elecciones catalanas, debemos preguntar cuál es el espacio que se abre ahora. Como ha señalado Santiago Alba Rico, la tensión literaria de un gesto de estas características tenía que desembocar necesariamente en decepción literaria, por mucho que sea el alivio político que sintamos porque no haya caído el Gobierno. Además, es cierto que los momentos inmediatamente posteriores, como bien se vio en la entrevista de la noche del lunes, no daban pie a nada que no fueran páginas más o menos empalagosas de la saga literaria.
El principal resultado del gesto de Sánchez es una vara de medir para su propio Gobierno: hacerse cargo de los problemas que habían permanecido más o menos implícitos hasta que él los convirtió en el centro
Ahora bien. Pasado ese margen, comienza el tiempo de pronunciamientos políticos para problemas acuciantes. Y aquí también ha habido unanimidad. Esos problemas tienen nombres propios muy concretos: renovación del CGPJ, derogación de la Ley Mordaza, desinformación y bulos en los medios, medidas sociales y de vivienda. Esto significa solo una cosa. Haga lo que haga después, ya solo con este gesto Pedro Sánchez ha marcado un camino que no se puede deshacer, ni para él mismo ni para los demás. Haga lo que haga ahora, Pedro Sánchez no puede borrar el protagonismo que han cobrado esos problemas. Haga lo que haga ahora, Pedro Sánchez no puede desentenderse del lugar donde él mismo ha apuntado con el foco de la luz pública. Ha sido él quien ha señalado los problemas de una esfera pública deteriorada cuyos efectos él mismo ha sufrido. Nada de lo que haga ahora puede cambiar esto. Es decir, con Sánchez o sin él, los problemas son ahora los ya dichos: democratización de la justicia, pluralidad y garantías en los medios, medidas sociales. Sánchez tenía dos vías para abordar estos problemas. Una, dimitir y convertirse en mártir contra una derecha tóxica desbocada que secuestra y daña las instituciones, generando un impulso épico en el que encabalgar una renovación de un PSOE crecientemente legitimado. Dos, no dimitir y tomar él mismo esas medidas. Ha optado por no dimitir. Pero en ambos casos estas medidas deben tomarse. Había varios caminos para abordar estos problemas, pero ninguno pasa por obviar los problemas mismos.
El principal resultado del gesto de Sánchez, por lo tanto, no será si Sánchez sigue al frente del PSOE, qué pasa con las catalanas o qué pasa con Sumar. El principal resultado del gesto de Sánchez es una vara de medir para su propio Gobierno: hacerse cargo de los problemas que habían permanecido más o menos implícitos hasta que él los convirtió en el centro de la vida pública. Sea con mayor o menor vista puesta en citas electorales, sea, parece, con el mayor impulso de Sumar, solo hay un camino. Si Sánchez no aborda las medidas mencionadas, que se le piden con consenso desde todo el espacio progresista, comienza el verdadero peligro de la victoria de una derecha dispuesta a todo.
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Clara Ramas San Miguel es filósofa, política y profesora en la Universidad Complutense de Madrid. Estos días llega a las librerías su nuevo ensayo, 'El tiempo perdido. Contra la Edad Dorada. Una crítica del fantasma de la melancolía en política y filosofía', editado por Arpa.
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