Cinco años después de 2020 Cristina García Casado
PP desenfocado
No podrá negarse que hay nitidez en la oferta neofascista de Vox. Sus alianzas internacionales más destacadas se han hecho públicas en solo cuatro meses. Santiago Abascal ha confraternizado sin tapujos ni complejos ni matices con Donald Trump y, en pleno conflicto diplomático de España con sus respectivos países, con el argentino Javier Milei y con el israelí Benjamín Netanyahu, acusado como criminal de guerra por el fiscal jefe de la Corte Penal Internacional. El español que decida apoyar a los fascistas españoles ya sabe adónde va su voto.
Pero el PP está desenfocado.
En la genial metáfora de Woody Allen (Desmontando a Harry, 1997), Mel (Robin Williams) amanece un día literalmente borroso. Quienes le rodean, su familia, sus compañeras de trabajo, lo ven todo claro y nítido, pero a él no. En la propia película el personaje aparece, solo él, desenfocado. Mel va con su esposa y sus hijos al doctor y éste solo puede ofrecer a la familia unas gafas para que vean bien al padre. La familia no quiere usarlas. Más tarde es un psicoanalista quien tercia: “Usted espera que el mundo se adapte a su distorsión…”.
El PP está desenfocado, sí. A que lo supiéramos han ayudado precisamente Milei y Netanyahu, enfrentándose al presidente del Gobierno español. Si el PSOE hubiera encargado ideas para su propia campaña electoral para las elecciones europeas, esa habría sido la mejor propuesta: hacerse atacar por el de la motosierra y por quien está ordenando una brutal matanza de niños en Gaza, para que el PP tuviera que tomar posición.
Hay un peligro real para el PP en esta deriva, el que corrieron ya sus hermanos democratacristianos italianos: que los ultras se conviertan en líderes de la oposición o incluso del Gobierno y que ellos sigan ahí, menguando, fuera de foco
En lugar de responder con moderación, el Partido Popular ha decidido quedarse en tierra de nadie y sin nitidez. Para evitar reconocer que el país anda razonablemente bien, que la economía sonríe, que hay paz social, que las pulsiones independentistas bajan y Cataluña está más tranquila, que somos un país tolerante, feminista y avanzado, que rechazamos la muerte de esas criaturas y las canciones ridículas del presidente argentino nos parecen patéticas, el PP pretende que nos pongamos todos gafas.
Y así, “Moncloa está asediada por la corrupción”, posicionarse contra las barbaridades militares de Israel es apoyar el terrorismo de Hamás y, ayer mismo, aprobar la Ley de Amnistía es un acto de traición y de “corrupción política” de la mano de los albaceas de ETA.
Será vano el intento: la mayoría de la población española no cree que el apocalipsis esté cerca, ni que la corrupción en España campe a sus anchas como en otros tiempos, ni que esté en peligro la unidad de España, ni que el terrorismo vasco esté activo.
Feijóo no ajusta bien el foco, como no supo hacerlo Pablo Casado. Y su electorado más radical se marcha con quienes sí afinan: los duros, devotos y “patriotas” de la extrema derecha, que al menos lo tienen claro: con sus motosierras y sus soflamas y sus bombas. Hay un peligro real para el PP en esta deriva, el que corrieron ya sus hermanos demócratacristianos italianos: que los ultras se conviertan en líderes de la oposición o incluso del Gobierno y que ellos sigan ahí, menguando, fuera de foco.
Cuando en la comedia el psicoanalista recrimina al paciente que no puede pedir que los demás se adapten a sus distorsiones, y Woody Allen expresa su angustia y su impotencia, el terapeuta, dando el caso por perdido, se limita a decirle que se acabó su tiempo de consulta y a desearle una buena tarde. Para Feijóo el tiempo también corre.
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