Ignacio Ellacuría, teólogo y filósofo de la liberación Juan José Tamayo
El papa y los ricos
¡Extra, extra! Francisco expulsa a los mercaderes del templo. "Si ese porcentaje tan pequeño de billonarios que acapara la mayor parte de la riqueza del planeta se animara a compartirla… Pido a los privilegiados de este mundo que se animen a dar este paso. Van a ser mucho más felices y seremos más hermanos todavía». Durísimas palabras, tremendo Savonarola.
En una religión tan aficionada a los anatemas, sorprende el tacto. Si ustedes pudieran, qué bonito sería. Anímense, ¿qué les cuesta? Uno se figura al santo padre apretujando el solideo entre las manos y, como un personaje de Dickens, rogando a un señorón con chistera y monóculo: maese, por caridad, por la fraternidad universal. Increíble delicadeza para una iglesia tan partidaria espada flamígera. ¿Divorciado? Sin sacramentos. ¿Arrejuntado sin pasar por la vicaría? Apartado de la comunión. ¿Homosexual? ¡Tu pecado clama venganza delante de Dios! Y si discutes, te atizan con el evangelio. Créanme, siempre hay un versículo en el que atrincherarse. "Los sodomitas y los adúlteros no entrarán en el reino de Dios". Oiga, que lo mismo conviene revisar las categorías culturales desde las que se dijo eso, optar por una hermenéutica menos cerril… ¡no! ¡Hereje, malandrín, sindicalista!
Entonces, uno se aclara la voz y recita ante los doctores: "Antes entrará un camello por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos". El auditorio carraspea, los santos varones se aflojan el alzacuello. Bueno, verás, hay que entender los matices. De repente, cuantísimas aristas. Monseñor, dígame usted a cuántos millonarios se les ha negado el entierro en sagrado y luego hablamos. Y, si quieren, otro día, con tiempo, hacemos una lista de ricos agraciados con la nulidad matrimonial (el santo divorcio) tras concebir media docena de chiquillos y verás qué risas.
A estas alturas de la película, pocas sorpresas con su argentina santidad: bandazos sobre la inclusión del colectivo LGTBI en la iglesia (discursito amable seguido, siempre, de un varapalo magisterial), cuarto y mitad de monsergas sinodales mientras se recentraliza el poder en Roma y otras lindezas del inmovilismo amable y la mirada del deeply concerned. Aún recuerdo con estupor aquella merendilla que le preparó Évole con una rebujina de zagales. "—Soy Celia, y soy una persona no binaria, y quería preguntarle si ve un espacio en la iglesia para las personas trans. —Toda persona es hija de Dios y yo no tengo derecho a echar a nadie". Qué humilde es el guardián de las llaves: teniendo el poder para atar y desatar así en la tierra como en el cielo, prefiere el perfil bajo.
Qué humilde es el guardián de las llaves: teniendo el poder para atar y desatar 'así en la tierra como en el cielo', prefiere el perfil bajo
Para no caer en el ridículo, bastaría aplicar el mismo rigor a los poderosos que a los débiles. En castizo, o todos moros o todos cristianos. Entonces, por lo menos, iríamos de cara. ¿Un gobierno que expulsa a migrantes? "Alejaos, malditos, porque fui huésped y no me acogisteis". Los rentistas y los banqueros, al pozo de los usureros; ¿los tertulianos?, breados por atreverse a lanzar la primera piedra. Y todos los pijazos de la guitarrita y las canciones cursis (Hakuna, te miro a ti), que vendan sus riquezas y se las repartan entre los pobres antes de pronunciar el siguiente "o sea, es que Jesús es lo más". Así, por lo menos, los sodomitas y los adúlteros se sentirán acompañados en su desgracia. Porque fuera de la iglesia no habrá salvación, pero dentro… qué difícil nos lo ponen.
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