Desde la tramoya

¿Qué carajo hacía ahí Margallo?

Antes de empezar el debate con Junqueras, Margallo ya lo había perdido. Porque ver ahí sentado al ministro de Asuntos Exteriores de España, frente al número dos de la Generalitat catalana, en total igualdad de condiciones, daba carta de naturaleza al relato separatista. Calaluña hablaba cara a cara a España. De tú a tú. No eran Mas y Rajoy, pero casi.

El espectador, consciente o inconscientemente, asumía con el símbolo de los dos señores sentados frente a frente, con simetría total, el dramatismo de dos entidades iguales en juego de suma cero: o gana una o gana la otra. Un regalo para los indepes. La cesión del Gobierno al caramelo envenenado de 8TV demuestra la poca altura y la nula visión de Rajoy. El presidente ha dejado durante cuatro años que el asunto creciera y creciera. Él suponía que el suflé bajaría, pero se ha convertido en un plum cake de esos grandes largos de tragar. Años antes ya había actuado con la prepotencia sabida, cuando en la Plaza Mayor de Chinchón, Madrid, como en cientos de otras plazas, el PP recogía firmas contra el nuevo Estatut. O cuando se les decía a los catalanes en un vídeo que son buena gente porque "hacen cosas".

Después de los agravios vino el desdén. Rajoy recibía a Mas en Moncloa después de la Diada sólo para decirle que no, y para permitirle a él que se hiciera la víctima. Todo el pueblo catalán llamando a la puerta del Estado para negociar y se nos da portazo. Esa era la historia y Rajoy bien que se empeñó en hacerla creer.

Y después del desdén, sin embargo, el apocalipsis. Juncker, Obama, la banca, la patronal, la Comisión Europea, el Ministerio de Hacienda, el ministro de Interior, el de Justicia, ahora el de Exteriores... Todos ellos advirtiendo del desastre de la separación de manera tan inverosímil como las fotos de las cajetillas de tabaco. Los fumadores vemos esas bocas negras y desdentadas, o esos cigarrillos con forma de pene flácido, y nos decimos: "Ya será menos. Ni mi boca está tan mal, ni lo otro tampoco". Es una conocida táctica de las tabaqueras que aún las autoridades no han sabido desactivar.

Una vez sentados ambos con el siempre servicial Josep Cuní en el centro, un interesante "debate de altura," como tituló La Vanguardia. Interesante puede, pero inútil también. Porque tanto uno como otro tiraban de argumentos tan contradictorios, que resultaba imposible saber quién decía la verdad. Eran dos jugadores de tenis echando cada uno bolas a la pared de atrás. ¿Es verdad que una Cataluña independiente estaría a la altura de Palestina, como defendió Margallo? ¿Es verdad que una Cataluña independiente resolvería su pertenencia a la Unión Europea tan fácilmente como las antiguas repúblicas soviéticas, como afirmó Junqueras?

Ninguno decía verdad porque la verdad de lo que pasará no la sabe nadie. Su verdad, la de Junqueras y la de Margallo, es decir, la de Mas y la de Rajoy, depende de actores y circunstancias que ellos no controlan. Lo que suceda, como siempre pasa en la Historia, depende de factores que los actores no pueden medir con precisión. A estas alturas, Mas ni siquiera sabe si sus socios le dejarán ser presidente después del resultado del domingo.

Diálogo de sordos entre Margallo y Junqueras

Diálogo de sordos entre Margallo y Junqueras

Esa es, en mi opinión, la verdadera irresponsabilidad de Mas: que se ha puesto a jugar sin estudiar las consecuencias reales de su juego. Y que luego ya no ha podido parar. Tres elecciones en cinco años, un lío monumental, pataletas impostadas de niño chico ante la supuesta incomprensión de Madrid, emociones desbocadas en actos públicos reivindicativos que elevaron la tensión y la apuesta en la ruleta...

Por no hablar de la vergüenza que nos provoca Rajoy: incapaz de contener el desafío, frío como un témpano de hielo ante la sensación de agravio que cunde entre los catalanes, torpe en los movimientos, insensible ante las emociones. Con lo fácil que habría sido exaltar desde el Estado las ventajas de la unión, celebrar los vínculos históricos y culturales, reformar la financiación autonómica que a nadie contenta, cambiar la Constitución...

El resultado ahí está: dos líderes ensimismados, Más y Rajoy (o Margallo y Junqueras), en conversación incomprensible por disparatadamente contradictoria. Dos maquinistas borrachos que ya ni quieren ni pueden echar el freno que evite el choque de sus respectivos trenes.

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