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El carpintero que (casi) cambió la historia

Póster de la película '13 minutos para matar a Hitler'.

Es el argumento de más de un relato de ciencia ficción: viajar al pasado para matar a Hitler y evitar los millones de muertes que dejaron el Holocausto y la II Guerra Mundial. Revertir el trauma histórico que aún deja eco en la política internacional y que ha transformado las nociones de maldad y humanidad. Georg Elser pudo hacerlo. Este carpintero de la región de Suabia, que no militaba en ningún partido, organizó en solitario un atentado con bomba contra el Führer. Era 8 de noviembre de 1939, poco después de la invasión de Polonia. Fracasó. 13 minutos para matar a Hitler, de estreno este viernes y dirigida porOliver Hirschbiegel, retrata al hombre que estuvo a punto de evitar la muerte de 50 millones de personas. 

"Era un visionario. Veía lo que se avecinaba", asegura el cineasta (autor de El hundimiento, el filme sobre las últimas semanas de Hitler que le dio fama en 2004) a su paso por Madrid. Lo hacía cuando casi nadie en Alemania sospechaba aún de la oscuridad tras las ideas de supremacía racial, disciplina y violencia. En el filme, las imágenes muestran a Elser, ese artesano sencillo, seductor y pacifista, aislado de sus compatriotas. Lo que les diferencia no son solo esas camisas marrones que se convertirían en el símbolo de una falla en la historia reciente. Lo que les diferencia es el entusiasmo. Mientras sus contemporáneos alzan la mano en marciales "Heil, Hitler" o sonríen ante las imágenes del Führer, la expresión de Elser se vuelve cada vez más seria. "Alemania y el mundo entero se hundirán en un incendio", dijo el carpintero a sus captores. 

Elser había votado al Partido Comunista y había formado parte del Frente Rojo, una organización paramilitar de izquierdas equivalente a los camisas pardas... aunque lo que más le interesaba era tocar en su orquesta. En 1939, la única organización a la que pertenecía era el Sindicato de Carpinteros. Sin embargo, su progresiva preocupación por el clima de represión le hizo tomar una decisión drástica. Este trabajador prácticamente despolitizado trabajó durante meses en una bomba casera confeccionada con materiales que robaba de la fábrica en la que trabajaba y de una cantera cercana. A lo largo de varias noches, se coló en la Bürgerbräukeller de Munich para colocar el artefacto. Allí se produjo el Putsch de 1923 y allí daba Hitler un discurso anual, siempre a la misma hora, para conmemorar el golpe. Ese vez, Hitler abandonó la cervecería 13 minutos antes de lo previsto. 13 minutos antes de la explosión que mató a ocho personas. Elser fue detenido en la frontera suiza. 

Su acto le convierte en uno de los pocos ejemplos de oposición en la Alemania nazi. "En 1938 no existía prácticamente la resistencia. Todos los que estaban en contra del régimen se habían marchado del país o se callaban", recuerda Hirschbiegel amargamente, "En Alemania no hay heridas. Alemania combatía contra todos, derramó la sangre de todos e intentamos vivir con esa culpa. Pero no había resistencia". Los grupos opositores estaban aislados por una masa de simpatizantes. Quizás por eso los intentos de asesinar a Hitler organizados por alemanes fueron relativamente frecuentes, y una de las expresiones más claras de descontento. Elser fue uno de los primeros y de los que estuvo más cerca de lograr su objetivo. Su nombre, sin embargo, no ha tenido tanta trascendencia como, por ejemplo, el de Claus von Stauffenberg, cabecilla de la Operación Valkiria que Bryan Singer llevó al cine en 2008. 

Es inevitable preguntarse qué habría pasado si Hitler hubiera sido sepultado aquel 8 de noviembre bajo los escombros de la cervecería. La fantasía de Hirschbiegel es optimista solo hasta cierto punto: "El movimiento entonces era tan fuerte como el carisma de su líder. Además, todos los cabecillas estaban allí. Sin él, el movimiento hubiera avanzado quizás hasta ser una dictadura militar, pero definitivamente no hubiera sucedido el Holocausto". Hirschbiegel parece seguro en un tema al que ha decidido regresar tras un acercamiento a Hollywood (Invasión) y algunas producciones europeas (Diana, Cinco minutos de gloria) sin mucho éxito. 

El filme no pretende, de todas formas, centrarse en el Führer, al que se nombra —en su deseo de saber para quién trabajaba Elser, lo que hace pasar al carpintero por una tortura infructuosa— pero que no aparece en el metraje. Nada de evocar a aquel enfurecido Bruno Ganz de El hundimiento. El director pretende reflejar el ascenso del nazismo como otros antes que él, pero esta vez desde el mundo rural. "El nazismo se apropió del imaginario de los pueblos", dice Hirschbiegel, mitificando la vida rural, haciendo de sus habitantes héroes culturales y convirtiendo en suyas las celebraciones populares.

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Mientras, Elser va sufriendo su particular despertar en etapas similares a las del conocido poema de Martin Niemöller: "Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,/ guardé silencio,/ porque yo no era comunista...". Elser no es comunista, como sus amigos a los que envían a un campo de concentración. No es judío, como a la chica a la que vejan en la plaza del pueblo. No vive en Guernica, como los que murieron en el bombardeo que escucha a través de Radio Moscú. Podría haber sobrevivido, como hicieron otros. Pero acabó apresado en Dachau y ajusticiado de un tiro dos semanas antes de que el campo fuera liberado. 

"He sido un hombre libre. Hay que hacer lo correcto. Si el hombre no es libre, todo muere", dice el carpintero durante los interrogatorios. Una historia de resistencia del individuo ante el sistema que el director ve hoy en casos como el de Edward Snowden: "Dicen: 'No puedo vivir sabiendo que se está engañando al pueblo, tengo que hacerlo público aunque esto signifique que mi vida se acaba aquí". Elser lo hace a costa de sus propias creencias: un pacifista que se ve obligado a combatir la violencia con violencia. Apenas se habla en el filme, sin embargo, de las víctimas, del posible peso que tuvieran sobre su conciencia. No hay cuestionamiento sobre si es lícito un acto de terrorismo en ciertos casos, sobre si la vida está por encima de la idea al modo de Camus en Los justos. Se da por sentado que la muerte de Hitler está justificada.  

Su intento no solo tuvo consecuencias en su propia vida. Tras el atentado, explica Hirschbiegel, todos los hombres de su pueblo, en la región de Wurtemberg, fueron enviados al frente. "Allí no hay nadie que no tenga familiares que hayan muerto. Hay una parte de la familia de Elser que se niega a que se la relacione con él. Hay otros que están dispuestos a hablar de él, como su sobrino, o su hija", dice. Contaron con ambos para construir su relato, aunque la mayoría de los testigos han fallecido. Quizás el filme sirva para conservar su memoria.  

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