Naciones Unidas
Dimite el trabajador de la ONU que filtró un informe confidencial sobre abusos sexuales a niños
Estamos ante un epílogo tristemente previsible en el seno de una organización que nunca ha hecho de la responsabilidad de sus dirigentes un valor cardinal. Anders Kompass, el que fuera director de operaciones para la oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, el mismo que denunció que soldados franceses y cascos azules de la ONU violaban a niños centroafricanos, presentó su dimisión el martes 7 de junio de 2016. Para despejar cualquier duda sobre las razones de su salida, expuso claramente las razones que lo llevaban a tomar tal decisión: “La total impunidad de los que han abusado de su autoridad, en diversos grados, unido a la falta de voluntad de la jerarquía por disculparse por el modo en que se me ha tratado, confirma, confirma lamentablemente el hábito de la ONU de no rendir cuentas nunca”.
El caso de Anders Kompass constituye efectivamente un buen ejemplo del disfuncionamiento que presenta el organismo internacional. Este funcionario, radicado en Ginebra, considerado íntegro y competente –aunque demasiado franco, para algunos de sus colegas y superiores– decidió en julio de 2014, remitir a las autoridades francesas, por la vía diplomática, un informe documentado sobre los numerosos abusos sexuales cometidas por soldados franceses, bajo mandado de la ONU. Lo hizo porque el informe, elaborado por funcionarios de la ONU desplazados a la zona, era una auténtica patata caliente que todos los grandes responsables de Naciones Unidas trataban de evitar o pretendían ignorar. A falta de reacción en el seno de su organización, Kompass decidió entonces alertar a Francia para que París abriese una investigación.
De modo que Anders Kompass actuó simple y llanamente como un denunciante. Pero al no respectar la cadena jerárquica ad hoc a la hora de remitir el informe cometió un error: no omitió los apellidos de los niños ni de los investigadores de Naciones Unidas, como se suele hacer en esos casos. Semejante error garrafal bastó para que estallase sobre él toda la furia de la ONU. Con lo que, varios altos responsables trataron de apartarlo y se le abrió una investigación. La verdadera razón del enfado, evidentemente no tenía su origen en la transmisión de los datos de las víctimas a una autoridad extranjera, sino el hecho de que Kompass hubiese hecho público un escándalo conocido por muchos en los pasillos de la ONU, pero que nadie quería que saliese a la luz y por el que nadie quería rendir cuentas.
Una investigación de Mediapart demostró que parte de la flor y nata de la ONU de la época tuvo en sus manos el informe de Kompass y decidió ignorarlo: la jefa del gabinete de secretario general, Susana Malcorra, el alto comisionado para los derechos humanos Zeid Ra'ad al-Hussein, la jefa de la oficina de los servicios de control interno de Naciones Unidas, Carman Lapointe, Hervé Ladsous y, probablemente, incluso el secretario general Bank i-moon. Personas que ocupaban puestos más bajos en el escalafón también miraron a otro lado. La número dos de derechos humanos, Flavia Pansieri, llegó a guardar el informe en un cajón de su despacho durante ocho meses sin leerlo, aseguró; lo mismo que dijo el general Babacar Gaye, responsable de los cascos azules en Centroáfrica.
De todo ese areópago, solo Babacar Gaye pagó los platos rotos, ya que fue despedido en 2015. Él y… Anders Kompass, a quien se sometió a una investigación interna durante largos meses. Aunque esta investigación le exoneró por completo y puso de relieve el “importante error institucional cometido” en el seno de la ONU, el funcionario fue apartado y se vio sometido al ostracismo cuando volvió a sus funciones. De ahí que haya decidido marcharse. Según las informaciones a las que ha tenido acceso este diario, es posible que su país, Suecia, le nombre embajador en algún país.
“Habrá un antes y un después del caso Kompass. Nunca en la historia de Naciones Unidas un miembro del personal sufrió una venganza así, un ensañamiento semejante”, contaban varios funcionarios de la organización, el pasado miércoles 8 de junio en la sede de la organización en Nueva York. “La mayoría de nosotros vinimos a trabajar a la ONU porque queríamos defender nuestros valores”, lamentaba una funcionaria adscrita a la secretaría general de Ban Ki-Moon. “Denunciar abusos sexuales a niños no debería ser castigado, sino recompensado. La maquinaria de la ONU ha dado la impresión de que era Kompass el que había cometido esos horrores”.
Pero lo peor de esta historia es que las violaciones, cometidas en la República Centroafricana por soldados encargados de mantener la paz, continúan. Numerosos testimonios del personal sanitario o humanitario sobre el terreno aseguran que los abusos siguen. Además, un informe de Human Rights Watch difundido el 7 de junio documenta el caso de militares de la República del Congo “que han matado a al menos 18 personas, incluidas mujeres y niños, entre diciembre de 2013 y junio de 2015, cuando trabajaban para las fuerzas de mantenimiento de la paz en la República Centroafricana”.
Si la ONG que trabaja en defensa de los derechos humanos denuncia, con razón, la inacción del Congo, también apunta a la responsabilidad de la ONU, conocedora como era del pasado violento de esos cascos azules. “Enviar tropas, conocidas por los graves abusos cometidos, para proteger a una población que se encuentra entre las más desesperadas en el mundo pone de manifiesto la incapacidad de la ONU a la hora de tomar medidas para prevenir los abusos antes de que comiencen”, denuncia Hillary Margolis, de Human Rights Watch.
A día de hoy, como siempre, la ONU se mantiene en sus treces y espera que pase la tormenta. Susana Malcorra, llamada a sustituir a su exjefe Ban Ki-moon a finales de 2016, declaraba el martes 7 ante miembros del cuerpo diplomático y de la sociedad civil. En respuesta a una pregunta formulada sobre la dimisión de Kompass defendió contra todo pronóstico que “el caso se había perdido en Ginebra”, pero que no esa no era razón para filtrarlo de la organización. En resumen, la misma línea de defensa de siempre.
Esta actitud desmoraliza a una parte importante del personal de la ONU. La organización conoce estos últimos años una ola de dimisiones más importantes que en el pasado. Muchos, en el staff de Nueva York, “están enfadados con la complacencia y la impunidad que reina en el seno de Naciones Unidas. Acusan a Ban Ki-moon, Susana Malcorra y a la camarilla que ha instalado, así como a Hervé Ladsous, de haber ensuciado la reputación de la ONU. Temen sobre todo que Malcorra pueda convertirse en la próxima secretaria general”, dice un buen conocedor de la organización.
Del lado francés, cuyos soldados siguen en el centro de las acusaciones, no se dice nada. En Nueva York como en París, donde hace ya más de un año que al menos se abrieron tres investigaciones con la intención de ir hasta el final en las acusaciones de violación. Como si Francia tuviese tan poca prisa como Naciones Unidas a la hora de esclarecer lo sucedido.
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Traducción: Mariola Moreno
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