Librepensadores
La Gran Vía, le Moulin Rouge
Muy fan... de la Gran Vía madrileña, con permiso de Raquel Martos, de sus aceras ampliadas, de sus bancos de diseño, de los árboles chinos, de sus semáforos vintage. ¿Y de sus luminarias y la contaminación lumínica?
No conozco a ningún alcalde/sa que no se sienta orgulloso y no presuma de su ciudad, aunque a entusiasmo llegando a la osadía ninguno como el alcalde de Vigo, Abel Caballero. Que se pongan a la cola y mueran de envidia, ha venido a decir, Londres, Tokio, New York, París y Berlín, que devienen pequeñitas comparadas con Vigo. ¡¡¡Nueve millones de lámparas led alumbrando y adornando 300 calles de la ciudad en estas Navidades!!! ¿Quién da más?
En esta carrera por ser la primera y ganar el maratón, no podía faltar la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena. “Estamos posibilitando que la Gran Vía brille como nunca”, declaró hace días en Telemadrid. Ese presente continuo ya es una realidad. Ha inaugurado la nueva Gran Vía y con un poco más de humildad ha declarado que Madrid “sigue creciendo” y está “más cerca de todas las capitales del mundo”.
Desde luego que la Gran Vía brilla, brilla demasiado. No hace falta que los madrileños, turistas y visitantes miren al firmamento, porque no verán estrellas, las han bajado todas a la Gran Vía y casi las podemos tocar con los dedos, es el “cielo estrellado” con el que nos brindan estas Navidades.
Hace unos días Pepe Galindo publicó en su blog de infolibre un artículo con el siguiente título: Examen ¿es tu ciudad sostenible?, donde se podía leer“¿Qué podemos y debemos hacer los habitantes de las ciudades ante los problemas ambientales que nos amenazan?”. Y nos invitaba a poner nota a la ciudad de cero a diez en cada uno de los diez puntos que nos ponía para examinar nuestras ciudades.
Me voy a referir al punto séptimo sobre “Ciudades que ahorran electricidad y recursos”. Madrid es la ciudad de los semáforos, creo recordar que es la ciudad del mundo con más semáforos en proporción a su dimensión. De los nuevos semáforos de la Gran Vía, ya hay opiniones para todos los gustos. Dice Galindo: “Antes de poner farolas, hay que pensar en cuántas poner, cómo ponerlas y cuándo encenderlas” (y se refiere a Málaga como un ejemplo de contaminación lumínica, que yo confirmo, porque me quedé aterrado de la iluminación y contaminación de la calle Larios).
La Gran Vía reformada es un ejemplo más de la contaminación lumínica que tienen otras muchas ciudades. He observado estos días pasados que los transeúntes caminan deprisa, alegres, charlan sin parar, se hacen fotos, se sienten contentos, compran, se divierten, luego su ciudad les mola.
Las farolas de la Gran Vía se han colocado a una altura, no exagerada, exageradísima, tanto las que dan a la calzada como las que dan a la acera, como si la Gran Vía fuera una autovía, donde, por cierto, en algunas se han sustituido las farolas en altura por luminosos a ras de suelo que se encienden solo cuando detectan el paso de vehículos. Es una forma de no despilfarrar electricidad y recursos.
Unidas las muchas farolas colocadas junto a los luminosos de los escaparates, a los de algunos anuncios luminosos de hoteles en vertical, a los neones, las grandes pantallas luminosas de los musicales, que participaron en la inauguración (entre ellos el Rialto, con el mago pop en cartelera se lleva la palma), los propios cambios de colores de los semáforos y de los taxis que en hileras recorren abajo y arriba, conforman la Gran Vía como una calle despilfarradora de energía y de gran contaminación lumínica, Le Moulin Rouge madrileño al aire libre. ¿O prefieren Picadilly? ¿O la semejanza a una gran bandera arcoiris? Nuestro planeta no se merece tanto entusiasmo.
¡Qué mala suerte tienen los perales chinos plantados! Todos los seres vivos tenemos derecho al descanso nocturno y a algunos árboles les cae encima la luz de las farolas con lo que difícilmente descansarán y esa floración blanca que se anuncia para primavera está comprometida y también su vida útil. Los árboles exigen dónde ponerlos y cómo ponerlos. Hay que rectificar el maltrato que se ha dado al arbolado de Madrid en estos últimos 30 años, de cuya degradación se quejaron amargamente los arquitectos José Martínez Sarandeses, ya fallecido, y Luis Moreno Soriano, en un artículo con el título “Desarbolando Madrid”, cuando afirmaban “la degradación de arboledas es reprobable desde el punto de vista ético, ya que constituyen un patrimonio excepcional e irreemplazable que nos han legado nuestro mayores y que debemos conservar y mejorar para transmitirlo a generaciones futuras [...] La poda drástica, que llega al 80%, es contradictoria con el fin para el que se plantan árboles de sombra: embellecer y proteger espacios”. Observen un solo ejemplo al caminar por la madrileña calle de Bravo Murillo, desde Quevedo al Canal de Isabel II.
Lo dicho, muy fan... de la Gran Vía madrileña. ¡¡¡Aguafiestas!!! ____________
Felipe Domingo es socio de infoLibre