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Hoy hablaremos de Platón

El profesor López Aranguren se reincorpora a su cátedra de Ética y Sociología en octubre de 1976, tras ser suspendido durante 11 años.

Sara Montero

“Tengo un dilema. Llevo muchos años con mi pareja, pero me he enamorado de otra persona, ¿qué hago? ¿La dejo o sigo con ella?”. Con este enredo amoroso, la profesora Rebeca García Martín abre fuego en una de sus clases de Filosofía ayudándose de un tema que nunca caduca. “Sale de todo”, bromea esta maestra del instituto Villablanca, en Vicálvaro, Madrid. Más que una confesión íntima, la pregunta es una excusa para hablar con el alumnado del deber en Kant o de la teoría de la felicidad de Aristóteles. Es solo un ejemplo de cómo el profesorado intenta, pese a los corsés del sistema educativo, inyectarles el placer (y la necesidad) de pensar. En plena era de la posverdad, estos profesionales enseñan a los más jóvenes a cuestionarlo todo, como tantas veces hizo Sócrates con su discípulo Platón.

En los últimos años (o décadas) esta asignatura ha perdido peso en las aulas a la misma velocidad que lo hacía en el resto de la sociedad. Y ya van siete reformas educativas. Los profesores de Filosofía obtuvieron una victoria pírrica el pasado octubre cuando la ministra de Educación y Formación Profesional, Isabel Celaá, planteó que la Historia de Filosofía volviera ser obligatoria en segundo de Bachillerato, corrigiendo al Gobierno de Mariano Rajoy, que decidió hacerla optativa. Sin embargo, ninguno de los profesores se fía hasta que no se publique en el BOE.

Estos profesionales confían algo más en sus alumnos que en los políticos. Rechazan el tópico de que cualquier generación pasada fue mejor: “La sociedad se interesa menos por la filosofía y ellos viven en su época. Hasta ahora se trataba de un saber que se ha transmitido de forma más tradicional, mediante la lectura y la escritura. El traspaso del conocimiento actualmente es más inmediato y el ejemplo son las redes sociales”, explica Emilio Garoz, que da clase en institutos desde hace 23 años y ahora lo hace en el IES San Cristóbal de los Ángeles (Madrid). Las largas explicaciones y los libros de Aristóteles o Heidegger compiten en atención con la información que llega por WhatsApp y Twitter. A esta revolución en el aprender se le une la falta de referencias filosóficas generacionales y el declive de la figura del intelectual.

Muchos interrogantes, poca filosofía

La nueva generación se ha visto arrollada por todo tipo de crisis, pero Garoz cree que las respuestas se han buscado desde prismas políticos o económicos, pero no filosóficos. La filosofía, por su naturaleza crítica, “no tiene ideología” y eso incomoda a los que deciden.

Enrique P. Mesa, profesor y presidente de la Asociación de Profesores de Filosofía de Madrid, apunta a otro interés derivado de la sociedad consumista: “Les interesan ciudadanos con personalidades débiles para que puedan adaptarse a la moda cada seis meses”. El resultado es la desaparición de los enfoques críticos que puede proporcionar la Filosofía en particular y la cultura en general.

El profesor Garoz echa la vista atrás dos décadas para aterrizar en la piel del maestro recién licenciado que fue y al que su alumnado a veces le metía “en algún apuro” con sus preguntas. Quizá sea la experiencia que ha acumulado la que hace que a sus aprendices les sea más difícil pillarle o quizá, simplemente, los chicos hoy están más acostumbrados a tomar apuntes y a memorizar que a cuestionar. Varios de los profesores consultados coinciden en que los alumnos en la actualidad son más conservadores, en el sentido intelectual. Son impresiones personales en las que coinciden. “Los ochenta supusieron una apertura de mente. Sabemos que la historia funciona por ciclos a nivel intelectual y social”. Los últimos años podrían pertenecer a una etapa más regresiva a la hora de pensar cómo abordar los desafíos, un periodo de incertidumbre donde las personalidades más fuertes se abren paso y se erigen como guías sin mucha contestación. En plena globalización, el profesor también cree que tenemos menos capacidad para analizar el mundo en su conjunto.

Quizá tenga que ver con que son años en los que se consolida la personalidad o con ese puntito de introspección y egocentrismo que siempre tiene la adolescencia. Pero Garoz encuentra otra explicación de por qué ante dilemas generacionales como la falta de futuro, los chicos se entusiasman más con la asignatura de Psicología que por la de Filosofía: “La crisis se ha asumido de forma personal y esto supone que ganen peso las cuestiones psicológicas. Te preguntas ‘por qué me pasa esto a mí’ más que hacer una reflexión global”. No es casualidad que los libros de autoayuda copen las estanterías de las librerías.

Teorías de siempre para ejemplos actuales

Este simple hecho ya da para una nueva reflexión filosófica. María Martín Núñez, profesora del Instituto Europa, de Rivas, Madrid, traslada esta cavilación a sus clases: “En alguna ocasión he hablado con mis alumnos sobre cómo han cambiado las personas. Les pregunto sobre si somos más individualistas, si tenemos menos tiempo para pensar en nosotros mismos o para estar solos. Antes, a la salida del colegio cuando esperabas el autobús no tenías móvil, ahora es una realidad muy cotidiana para ellos”, argumenta. El año pasado, se le ocurrió tratar algunos de estos temas con sus alumnos a través de la serie Black Mirror. La edad de oro de estas ficciones funciona bien con los chicos. Para explicar Maquiavelo busca la similitud en la serie Juego de tronosJuego de tronos.

Los dilemas filosóficos también están en la actualidad pura y dura, aunque la teoría política le cuesta un poco más a los alumnos. Quizá Platón, que vio morir a su maestro Sócrates tras una votación condenatoria de los jueces, tendría algo que decir hoy sobre la victoria del brasileño Jair Bolsonaro y la noción de la democracia.

A veces, la polémica también se traslada a las clases y las cuestiones se analizan con más pausa que en los medios de comunicación. Las conclusiones pueden resultar incómodas. De eso se trata. El profesor y escritor Javier Castañeda explica, por ejemplo, las implicaciones de una sentencia como la de La Manada, que condenó a cinco jóvenes por abuso sexual (y no por agresión) tras violar a una joven en los Sanfermines de 2016 y cuyo fallo levantó una ola de indignación en las calles contra la “justicia patriarcal”. “Se puede hablar del funcionamiento de las leyes y de por qué les piden nueve años de cárcel, pero también hay otro tema fundamental: son personas, sujetos con derechos, por mucho que nosotros podamos opinar que se merecen más o menos pena”.

Los licenciados en Filosofía imparten varias asignaturas, aunque se han sentido muy ninguneados en los últimos años. Las materias impartidas de primero de la ESO hasta primero de Bachillerato les permiten experimentar más y plantear debates por temas a sus alumnos. En segundo de Bachillerato, cuando los jóvenes se enfrentan a la selectividad, hay menos margen para experimentar con Historia de la Filosofía, ya que los chicos tienen que aprenderse autores, teorías y obras. También dan Educación en Valores como alternativa a la religión, un hecho que tampoco convence a los entrevistados, que se preguntan por qué el catolicismo puede ser un sustitutivo a la ética.

Mucho Nietzsche y poco San Agustín

Según comentan la mayoría de los profesores consultados, al alumnado cada vez le interesa menos los temas religiosos, de los que emanan algunas de las grandes discusiones de la civilización occidental. La existencia o no de dios ya no es un dilema tan relevante para esta nueva generación. San Agustín y Santo Tomás les suenan lejanos. Es la tónica general con los filósofos de la Edad Media.

La cercanía en el tiempo también influye. Por eso el existencialismo de Sartre o las reflexiones de Habermas, que también pueden leer en prensa, les dan pie a debates sobre cuestiones de su propia forma de vida. La opinión sobre Marx se divide entre los que le consultan por primera vez agobiados por una precariedad que no saben cómo sacudirse y los que lo ven algo desfasado. Pero sin duda, todos los profesores consultados coinciden en que el rompedor Friedrich Nietzsche es el que más cejas consigue levantar en las clases, gracias a la originalidad de sus planteamientos. Es un outsider en sus libros de texto y lo diferente atrae.

Y, sorprendentemente, varias fuentes coinciden en que el imperativo categórico de Kant consigue seducir a los niños cansados de la posmodernidad. “Ahora que todo el mundo es emotivo, que llegue un señor y te hable de un deber racional les produce un choque”, explica Enrique P. Mesa, profesor en un colegio del barrio de Las Musas y presidente de la Asociación de Profesores de Filosofía de Madrid.

Rebeca García Martín, la docente con la que se abre este reportaje, lleva unos nueve años dando clase. Más de una vez, los alumnos han corrido a preguntarle al profesor de Biología si es cierto que “no existen las razas” o que “el sexo está en el cerebro” después de una de sus sesiones. Esta profesora sí ha notado que hay nuevos temas que emergen en su alumnado, como el de la transexualidad y las identidades de género, momentos que ella aprovecha para hablarles de la filósofa estadounidense Judith Butler.

Los textos escritos por mujeres también interesan en plena ola feminista y libros como los de Simone de Beauvoir les resultan útiles. Pero advierte de la hipocresía y de la falta de interés real de las instituciones por construir desde la escuela una sociedad igualitaria: “Todo el mundo está a favor de la igualdad, pero luego no se lleva a las aulas. No se visibiliza a las filósofas, ni hay están presentes en los libros de texto”. Hipatia, María Zambrano o Hannah Arendt aún son excepciones que aparecen de forma tangencial dentro de la historia del pensamiento de los hombres. Falta por encajar en los temarios las reflexiones de la otra mitad de la humanidad. Precisamente, la filosofía tiene mucho por hacer en el campo de la igualdad porque ayuda a los chicos a “analizar la cultura en la que viven para saber si esa construcción es correcta”, tal y como explica Castañeda, que habla en sus clases del “amor romántico” de Disney o de “cómo se forma el deseo sexual y de la influencia cultural”, “el porqué te atrae alguien”. En plena adolescencia, el tema les interesa y además les hace pensar.

Muchos caminos llevan a la filosofía

Los métodos para acercar a Descartes, Ockham o Hobbes a los millennial son muy variados. De hecho, algunos profesores cuelgan sus materiales en blogs, ojean las páginas webs de compañeros y se siguen en redes sociales. A la hora de preparar la programación del curso tienen en cuenta muchos factores, desde la rigidez del temario a las propias características socioeconómicas del alumno.

Enrique P. Mesa abre un abanico de posibilidades. De hecho, la Asociación de Profesores de Filosofía de Madrid organiza desde 2012 el encuentro Experiencias Docentes en Filosofía, donde distintos profesores van a compartir métodos y contar su experiencia. En la asociación hay quien utiliza desde ejercicios de gamificación a trabajos cooperativos en los que se resuelven problemas en grupo. Otros profesores también organizan clases invertidas, donde los alumnos ven por la tarde las lecciones en Youtube y por la mañana hacen las tareas con el profesor, una vuelta de 180 grados a la clase tradicional. Todos los métodos son buenos, también los más clásicos como las clases magistrales, las de toda la vida o el método socrático, por el que lanza una pregunta a su alumnado y se produce un debate. María Martín, por ejemplo, realiza lecturas en las que los alumnos “señalan un párrafo que quieran compartir con el grupo” o tertulias dialógicas.

Google se ha convertido en un potente aliado para la búsqueda de información. Los profesores advierten de que no todos los alumnos tienen las mismas posibilidades. “Hay zonas rurales donde el acceso a internet en los hogares está limitado. El contexto social marca mucho la escolarización”, aclara Mesa. En los barrios más humildes, no siempre hay un portátil en casa.

Alba y Noelia pertenecen a esa generación, pero tienen distintas edades y eso se nota en sus discursos. Alba tiene 12 años y ha pisado el instituto este año por primera vez. Conoce a los filósofos clásicos, aunque solo recuerda a Aristóteles, por las clases de Geografía e Historia que daba en el colegio. Ahora, aprende “lo que es la ética” en las horas de Valores, aunque no sabe definirla con precisión.

¿Se te ocurre algún problema filosófico? “No, yo todavía no doy Filosofía”, responde ante una pregunta que no acaba de desentrañar muy bien. Se ríe. Cuando la periodista se la reformula cambia la respuesta. ¿Qué es lo que más te preocupa? Junto a los “exámenes” y “las enfermedades” sale otra de las grandes cuestiones de la que los filósofos llevan siglos escribiendo: la muerte.

Noelia ya ha cumplido los 15 y comprende mejor la utilidad de la asignatura de Valores: “Aprendemos por qué no hay que discriminar, la importancia de ser solidarios…”. Su profesor lleva a clase noticias que se han publicado en prensa o les presenta ejemplos “de países donde no se respetan los derechos humanos, como Siria y el Congo”. A ella no le parece una asignatura aburrida: “Me gusta”. Cuando los chicos se enganchan, algunas veces aparece en su entorno el argumento de la utilidad: “¿Qué salidas tienen eso?”.

Pero hay vida más allá de la docencia para un filósofo. Ángel decidió estudiar Filosofía y sus conocimientos le han resultado muy útiles en su vida laboral. “La vinculación entre aprender y enseñar a reflexionar, a tener un pensamiento crítico me animó a trabajar para la transformación de la realidad, en la que me incluyo, por supuesto”, explica este veterano filósofo.

Este alumno cursó sus estudios en la Universidad Autónoma de Madrid, de la que después fue rector. También fue Ministro de Educación. Quizá, citando su apellido se comprenda mejor su historia: hablamos de Ángel Gabilondo. A las puertas de las elecciones de 2019, el candidato socialista a presidir la Comunidad de Madrid detalla la última disyuntiva filosófica en la que le ha zambullido la política. “El dilema entre un desafortunado concepto de utilidad, que llevaría a dejar entre paréntesis los valores y principios para lograr inmediatos resultados. Hay quienes estiman que entonces las convicciones deberían posponerse para lograr determinados resultados. No comparto este mal pragmatismo que, en nombre de la eficacia, considera incluso que el pensamiento es infecundo y lo que importa es actuar aunque sea desconsideradamente”, concede.

Este veterano dirigente sigue acudiendo a sus libros de filosofía en busca de respuestas. Últimamente ha recurrido a Hans-Georg Gadamer por “la importancia de la palabra justa”. “El descuido al respecto merece reprobación. Efectivamente el descuido de la palabra es el descuido de la justicia” .

Filosofía a mano armada

Filosofía a mano armada

En los últimos tiempos también ha tenido que echar mano de Michel Foucault “para reconocer que las acciones siquiera mínimas, o luchas parciales, provocan en ocasiones movimientos de enorme capacidad transformadora”. Armas filosóficas para tiempos convulsos.

*Este artículo está incluido en el número de diciembre de tintaLibre. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquí.aquí

 

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