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Muros sin Fronteras

La España hiperventilada

Hay una diferencia entre el periodista que cobra por contar lo que ve y escucha, aunque se equivoque, y el que cobra por contar lo contrario de lo que ve porque milita en un partido político o en una empresa.

La distancia es ética, y eso suele ser un abismo insalvable. El problema en España es que ambos se mueven dentro de una sociedad que no tiene en cuenta este tipo de cosas, no diferencia el mensajero del embaucador. En periodismo solo existe un bando, el de los hechos comprobados.

No es posible transitar desde la búsqueda honesta de esa verdad a la lectura de un manifiesto repleto de falsedades. No existen las puertas giratorias morales. No se puede saltar de un plató televisivo a la plaza de Colón y regresar indemne al mismo lugar como si nada hubiera pasado.

Y nada sucede en España porque la información se ha convertido en un espectáculo más dentro de una política sin ideas ni principios, en la que es posible brincar de un lado a otro según dicten las encuestas y el capricho del líder, en la que importa caer bien, no que se entienda el mensaje. Este tipo de asesores fomentan la impostura y el engaño. Deberían exigir otra cosa, por ejemplo: di lo que sientes, di lo que piensas.

Hay tertulianos buenos que aportan contextos e información, y sensatez. Son constructores de puentes. Otros repiten consignas, ideas precocinadas por los partidos, lanzan bulos y tienen la virtud de poder hablar de cualquier asunto, sea de política nacional, internacional o de astronomía. Prima el impacto sobre la audiencia, rara vez el contenido. Ni siquiera importa que sea verdad lo que se dice, lo esencial es que haya ruido porque el barullo, al parecer, incrementa las audiencias. Hay una belenestebanización rampante. Al menos, ella puede presumir de que fue una pionera de sí misma. Una cosa deberían ser los programas rosa, por decirlo de alguna manera, y otra, los que pretenden ser serios. Esta confusión es el hábitat perfecto para las noticias falsas (fake news) y los periodistas falsos. Somos motores de este mar de mentiras.

Hay una campaña de acoso y derribo de Pedro Sánchez. Participan lanceros vestidos de periodistas y políticos irresponsables que han hecho del insulto un sustituto de su falta de ideas. El presidente ha cometido errores, como pasarse el día anunciando la salida del dictador del Valle de los Caídos. Veremos ahora. También se ha equivocado en el uso del avión oficial, en la publicación de un libro sobre su capacidad de resistencia y en el anuncio del relator. Poca cosa si lo comparamos con el último inquilino de La Moncloa. Tuvo que irse tras una moción de censura motivada por la corrupción de su partido. No es una afirmación superficial, es una verdad judicial.

Los periodistas no somos mejores que los políticos a los que criticamos. En realidad, todos, periodistas y políticos, surgimos de una sociedad contaminada de posfranquismo, tenemos sus mismos defectos y sus virtudes. Los políticos deberían dar ejemplo a la ciudadanía en sus actos y en sus palabras. Un líder de la oposición que se pasa el día insultando y mintiendo no merece ser ni líder de nada. Los irresponsables deberían estar fuera de la política. Y los oportunistas, también.

Algo falla en nuestra sociedad cuando no se distingue un periodista honesto de un camorrista. Algo falla cuando retratarse con una extrema derecha que quiere acabar con la Constitución no te expulsa de la política. Es urgente aprender la lección de qué hicieron el fascismo y el nazismo en Europa, de cuál fue el precio de la libertad. Hay rayas rojas que no se pueden traspasar. La foto de Colón es demoledora.

Hay momentos en los que un dirigente debe tomar decisiones arriesgadas, salir del área de confort de la rutina cotidiana con las encuestas y los asesores en contra, sabedor de que se mueve en el filo de una navaja. Si sale bien se le llamará estadista, como le sucedió a Adolfo Suárez y a Winston Churchill, entre otros; si sale mal acabará en la calle o en el paredón en casos extremos.

David Cameron, autor del desaguisado del Brexit, está fuera de la política, y con un pie en la historia de la infamia en el Reino Unido. Pero al menos guarda silencio, no da la murga con sus fobias e inseguridades. En cambio, aquí tenemos al hombrecillo insufrible dando clases de ética después de dirigir un partido en B, mentir sobre la guerra de Irak desoyendo el clamor de la calle –eso sí que fue un clamor– y mentir a sus compatriotas sobre la autoría de un atentado con casi 200 muertos solo por cálculo electoral.

En España tenemos cerrado nuestro libro de la historia de la infamia, ni siquiera hay acuerdo para meter en él al dictador Franco. Tenemos un problema de héroes. No hemos reconocido a los mejores, a los que actuaron guiados por principios más allá de la ideología, personas que antepusieron la decencia a la tribu. Los tenemos por centenares, en cada guerra, en cada postguerra. Franquistas que salvaron rojos y rojos que salvaron franquistas. ¿Dónde están sus nombres? ¿Por qué no pueblan los callejeros? ¿Por qué no se estudian sus gestas y su decencia?

Jeremy Corbyn, acorralado por el segundo referéndum

Este tipo de héroes ayudarían a crear una conciencia de decencia colectiva. Tenemos miles ignorados que padecieron los campos de exterminio nazis, que lucharon contra el fascismo. También los hay en la División Azul, fueran cuales fueran sus motivaciones, desde la ideológicas, escapar del hambre, hacerse perdonar su republicanismo o el de su familia, o las meras de la aventura. Estudiar las biografías de los decentes nos ayudaría ser más decentes, a no categorizar a las personas en buenos y malos. Hablo de gente como Leoncio Badía Navarro.

El mayor fracaso de España es la educación, que no triunfara la Institución Libre de Enseñanza. Casi 80 años después del final de la Guerra Civil, del fracaso de la II República como motor de modernidad, la Iglesia Española sigue dominando una parte importante de la educación. Algo falla porque Ciencia y Religión son opuestos que tratan los mismos hechos. Cada avance científico representa el retroceso de un precepto religioso. La religión, la magia, explica lo inexplicable hasta que la ciencia lo demuestra. Los siete días de la creación han quedado reducidos a un instante tras el Big Bang en el que el dedo de ese dios omnipotente aún lucha por mantenerse sobre el botón que acciona el principio de todo.

Tenemos lo que nos merecemos y si creemos que merecemos más, deberíamos pelear por ello. Si nos olvidamos de la política por hastío, nos gobernarán los mediocres. Lo decía Platón. Vienen elecciones y curvas, buenas razones para no dejar las cosas serias en manos de gente tan poco responsable.

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