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10N | Elecciones Generales

¿De qué sirve abstenerse o votar en blanco?

Papeletas en un colegio electoral de Baleares.

Un fantasma recorre la política española desde que se hizo evidente la incapacidad de los líderes de los partidos para alcanzar acuerdos que evitasen la repetición de las elecciones. Las redes sociales se llenan de mensajes de hartazgo hacia los políticos, de llamamientos a la abstención, al sufragio nulo y al voto en blanco como una manera de expresar la protesta de los ciudadanos por tener que volver a las urnas apenas unos meses después de haberlo hecho masivamente el pasado 28 de abril.

Las encuestas más recientes, en las que los electores ya responden sabiendo que habrá elecciones el 10 de noviembre, revelan un grado de desapego hacia los partidos y el sistema político sin precedentes en la historia de la democracia española.

Los expertos no se atreven a pronosticar cuál será el alcance y su evolución en los próximos meses, pero la mayoría de ellos apuestan por una importante caída de participación en las elecciones, en comparación con lo que sucedió el 28 de abril, de entre tres y diez puntos, lo que significa que millones de ciudadanos han perdido la motivación que tuvieron hace cinco meses para acudir a las urnas.

Votar en blanco, votar nulo o abstenerse, sin embargo, ni son lo mismo ni tienen el mismo efecto en el resultado de las elecciones. infoLibre repasa a continuación en qué consisten y cuál es sl consecuencia electoral.

El voto nulo se produce cuando el elector introduce en la urna un sobre o una papeleta no oficiales. También si incluye varios papeles, si añade símbolos u objetos o si se ha escrito algo que no debería figurar en la papeleta, como por ejemplo si en la del Senado se marcan más candidatos de los que se eligen en la circunscripción de que se trate.

Los que recurren a esta modalidad quieren expresar su protesta y su voto es considerado un voto emitido no válido y en ningún caso se tiene en cuenta para repartir escaños entre los partidos políticos.

El voto en blanco consiste en introducir el sobre del Congreso de los Diputados sin ninguna papeleta en su interior o el del Senado sin haber marcado ninguna opción entre los candidatos a la Cámara Alta.

La vigente ley electoral considera válido el voto en blanco, por lo que se contabiliza entre los votos emitidos. La consecuencia directa es que perjudica a las formaciones más pequeñas porque, al aumentar el volumen de votos válidos, les resulta más difícil alcanzar el porcentaje mínimo de votos para entrar en el reparto de escaños que en España se hace siguiendo la Ley D'Hondt. Dicho de otro modo: votar en blanco no es un acto inocente, favorece a los grandes partidos.

En el caso de las elecciones generales, el porcentaje mínimo previsto en la Ley Electoral para entrar en el reparto de escaños es el 3% de los votos válidos.

A diferencia del voto nulo, el voto en blanco suele interpretarse como la opinión de quienes apoyan el sistema político pero no se identifican con ninguna candidatura concreta.

La abstención, la tercera opción de quienes deciden no apoyar a ningún partido, consiste simplemente en no participar en las elecciones y, por tanto, no acudir a las urnas. En este caso, como en el del voto nulo, mantenerse al margen del proceso no tiene consecuencias y no afecta al resultado.

Motivaciones diversas

Los expertos en opinión pública y ciencia política aseguran que en el saco de la abstención se suman motivaciones muy diversas, desde la indiferencia a la enfermedad pasando por el descontento con el sistema o el convencimiento de que la política les resulta ajena.

La decisión de no expresar el voto, de hacerlo en blanco o de llevarlo a cabo de manera que vaya a ser anulado no es inocua. En ningún caso influye en el reparto de escaños —con la única excepción del voto en blanco y su efecto perjudicial sobre las candidaturas más pequeñas— ni es tenido en cuenta por los partidos que se presentan a las elecciones pero sí influye, aunque solo sea por omisión, en el resultado final.

Un elector de la derecha que decida no acudir a las urnas el 10 de noviembre para, por ejemplo, tratar de expresar así su descontento con la manera en que uno o varios de los partidos de este espectro ideológico se han comportado estos meses, lo único que va a conseguir es reducir la presencia en las Cámaras de las formaciones que le son más afines.

Del mismo modo, un ciudadano de izquierdas que opte por no votar —o por hacerlo en blanco o emitir voto nulo— en los próximo comicios para así castigar a quien considere culpable del fracaso de la formación de Gobierno, sólo estará favoreciendo que la derecha tenga un resultado más abultado que el que tendría si acudiese a las urnas y eligiese alguna de las opciones que se presentan y que resultan más afines a su ideología.

Las cifras de ciudadanos que se mantienen fuera del sistema, que votan nulo o que lo hacen en blanco no son nada despreciables. En abril tuvieron derecho a votar 36.898.883 personas: lo hicieron 26.478.140 (el 71,7%) y nada menos que 10.420.743 no participaron —o no pudieron hacerlo por diferentes motivos, muchas de ellos poque sigue siendo muy difícil hacerlo desde el extranjero—, según datos oficiales.

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De los que acudieron a las urnas, 276.769 emitieron su voto de manera no válida: cometieron un error que anuló su voto o lo invalidaron deliberadamente. Son más que todos los votos que obtuvieron formaciones como EH Bildu (259.647) o Galicia en Común (238.061). En el primer caso semejante volumen de votos se tradujo en cuatro escaños; en el segundo en dos diputados.

En las últimas generales fueron 199.836 los electores que decidieron votar en blanco. No es tampoco una cifra pequeña: Compromís, que logró un diputado, sumó 173.821 sufragios; los animalistas del Pacma ni siquiera eso, a pesar de recibir el apoyo de 328.299 personas.

La realidad es que la voluntad, el enfado o la protesta de los casi 11 millones de españoles (10.897.348) que el 28 de abril no fueron a votar, lo hicieron en blanco o emitieron un sufragio nulo simplemente no fue tenida en cuenta por los partidos.

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