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La política vaciada

Antón R. Castromil

Se han analizado las elecciones del próximo 10 de noviembre desde muchos puntos de vista: Teniendo en cuenta el más que probable aumento de la abstención, sobre todo entre los electores de izquierda. Los riesgos de la denominada desafección, la incapacidad de nuestros representantes para pactar, las estrategias partidistas estiradas hasta la repetición electoral, la recuperación de un cierto acento bipartidista, la decadencia de Ciudadanos y Podemos, el impacto en la partida de ajedrez de la llegada de Íñigo Errejón…

Sin embargo, nosotros tendemos a ver las nuevas elecciones y la campaña en la que nos encontramos desde hace un tiempo atendiendo al concepto de tematización política. Es decir, a la puesta en circulación de temas de debate público para captar el voto de la ciudadanía. Una cuestión que se ve afectada de modo directo por el fracaso negociador entre el PSOE y Unidas Podemos. Veámoslo.

Antes que nada, creemos necesario aceptar que lo normal en una campaña electoral puede no serlo en ésta. Porque ésta no es, en modo alguno, una campaña normal. De lo que se trata en período preelectoral es de que partidos y candidatos ofrezcan a la ciudadanía propuestas sobre cuestiones de interés público. Que nos convenzan de la deseabilidad de sus iniciativas y de la inconveniencia de las del rival.

La comunicación política se puede entender así. Como una batalla en la que destacar unos temas por encima de otros supone una importante ventaja diferencial. Que el eje central de la campaña tenga que ver con la “regeneración democrática” o con la “unidad de España” importa. Y mucho.

El éxito de Podemos y Ciudadanos en 2015 puede entenderse, entre otros factores, por esas ansias de regeneración instaladas en el centro del debate público tras la crisis económica. Esa misma regeneración, adoptando la forma de la crítica a la corrupción, estaría también detrás de la caída de Mariano Rajoy en junio de 2018 y la llegada al poder de Pedro Sánchez.

Pero, con Sánchez en La Moncloa, la tematización cambia. De la regeneración se pasa ahora a la identidad nacional. España vs Cataluña se vuelve dominante hasta el umbral mismo de las elecciones de abril. Primera consecuencia de ello, se convulsiona el espacio electoral de la derecha como no lo había hecho desde los tiempos del CDS de Adolfo Suárez. Dos sucesos lo atestiguan: Ciudadanos capitaliza su éxito en las catalanas de 2017 y casi sorpassa al PP. Por otro lado, el partido de un recién estrenado Pablo Casado ve surgir en su flanco derecho una formación ultra que le disputa la bandera.

La segunda consecuencia de la irrupción del “tema España”, esta vez en el ámbito de la izquierda, se puede resumir en dos palabras: resistencia y precipicio. Del lado de los que aguantan, se encuentra el PSOE, que capea bastante bien el temporal en un ámbito temático que no es el suyo. Del lado de los damnificados, Unidas Podemos entra en tendencia bajista clara. Hasta hoy. La identidad nacional y la bandera nunca fueron los temas de debate preferidos en los partidos situados a la izquierda del socialismo.

Pero ahora, en esta campaña, ¿en qué eje temático nos movemos? ¿Volvemos a la regeneración democrática, como consecuencia del fracaso en la formación de gobierno? ¿O, cual ave Fénix, resurge de sus cenizas el “tema catalán”?

Podemos equivocarnos, pero a nosotros nos da la sensación de que la cuestión catalana, aun pudiendo alcanzar ciertos picos de importancia cuando se produzca la resolución del Supremo, no va a monopolizar el debate público como antaño.

Creemos que el descontento por el no gobierno puede más. La desafección que lleva aparejada el fracaso en las negociaciones PSOE-Unidas Podemos puede más.

El problema es que la regeneración en estas elecciones no tiene pinta de tomar la forma de la crítica al bipartidismo por la gestión de la crisis (como en 2015) o del hartazgo por la corrupción del Partido Popular (como en la moción de censura de 2018).

Más bien, asistimos ya a una campaña centrada en lo que la profesora de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Raquel Rodríguez, y yo mismo hemos convenido en denominar “meta temas”. Es decir, una campaña en la que los principales temas de debate no van a ser cuestiones sustantivas como el desempleo, la educación o la sanidad, por ejemplo. Dicho de manera más dramática: Las preocupaciones de los ciudadanos pasarán a un segundo plano.

Por el contrario, nos inclinamos a pensar que la campaña se volverá auto referencial. La política hablará de sí misma. Como una insoportable pescadilla que se muerde la cola. Esto es: quién va a pactar con quién, quién tendrá la fuerza suficiente para encabezar un gobierno viable, quién está perdiendo fuerza de cara a un futuro pacto, quiénes van a debatir por la televisión… Y, mientas estas cuestiones inundan las coberturas de los medios de comunicación, ni rastro de programas de gobierno, de propuestas, de política sustantiva.

Sumemos una campaña así diseñada al probable hartazgo de muchos ciudadanos por esta sobredosis de votaciones que estamos sufriendo. El resultado no parece bueno.

Los partidos tienen dos opciones: o llenar de contenido el debate público, cosa que parece harto complicada, o dramatizar lo que está en juego. Lo que podría suceder si dejamos de votar o votamos al rival. Esta segunda opción no parece suficiente para luchar contra la política vaciada. _____________Antón R. Castromil

es profesor de Sociología Política en la Universidad Complutense de Madrid

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