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Las 'kellys' internacionalizan en Bruselas su lucha por unas condiciones de trabajo dignas
"¡Organízate si no quieres que te organicen!”. Poco después de cruzar las puertas y los controles preceptivos del Parlamento, en Bruselas, las kellys se ponen la camiseta verde con el lema que las define. Las kellys, como se hacen llamar (“las que limpian”) son camareras de piso que lucha por que se reconozca el trabajo que realizan desde 2014, en España y más concretamente en Barcelona, organizadas como sindicato o asociación. El martes 5 de noviembre de 2019, estas camareras de pisos decidieron llamar a la puerta de la Comisión Europea, cansadas de la inercia legislativa que reina en Madrid.
Las activistas españolas no viajaron a Bruselas con las manos vacías. En la cartera, un proyecto de directiva para prohibir la subcontratación en Europa, cuando se trate del núcleo de la actividad económica de un sector. “¡Sin una habitación limpia y ordenada, no hay hotel!”, afirman las kellys. En España, en el sector hotelero, la gran mayoría de sus colegas trabajan para subcontratas y en condiciones laborales cada vez más precarias.
Acompañando a las kellys a las puertas del Parlamento, dos activistas y excamareras de United Voices of the World (UNW), un movimiento sindical con sede en Londres que defiende a las trabajadoras más vulnerables, a menudo migrantes de América Latina. También han acudido a la cita dos jóvenes sindicalistas franceses de la CNT-SO (Confederación Nacional del Trabajo-Solidaridad Obrera), un apoyo activo de las limpiadoras domésticas en Marsella, donde las huelgas en el sector se han multiplicado en los últimos cuatro años. La última, en un hotel de cuatro estrellas de Marsella, se prolongó este año 167 días.
Las representantes de los tres países, reunidas en una sala facilitada por Podemos, se dan a conocer y se ponen a trabajar en el discurso que pronunciarán ante los eurodiputados, previsto para última hora del día. Susana Benavides, excamarera de pisos y ahora empleada del UNW en Londres, habla con vehemencia, en español, a las kellys de Benidorm, Barcelona, Tenerife y Fuerteventura. Esto hace sonreír a su compañera de viaje, Claudia Turbet-Delof. “¡Mírala, está como pez en el agua! Susana es una organizadora de primera, ¡lo de da miedo nunca nada!”.
Y Susana Benavides, efectivamente, tiene cosas que contar. Esta mujer, de 43 años, trabajó como limpiadora en Topshop, una importante marca inglesa de prêt-à-porter, para una subcontrata. Ganaba algo menos de siete libras la hora; al cambio, menos de ocho euros. Su historia es clásica: “Empecé a movilizar a mis colegas en la tienda, a exigir un salario decente, el pago de las bajas por enfermedad, los mismos derechos que los empleados contratados directamente por Topshop, pero me despidieron por eso, con el argumento de que contaminaba a mis colegas con estas ideas”. Susana Benavides denunció su despido y los tribunales británicos le dieron la razón: en julio de 2019, la indemnizaron con 75.000 libras esterlinas.
Su historia es una ilustración perfecta de las consecuencias de la subcontratación en los derechos de los trabajadores en todo el continente. “No tenemos el mismo acuerdo, el mismo salario, los mismos derechos colectivos que nuestros colegas contratados directamente por los hoteles donde trabajamos, por no hablar de los derechos sindicales”, confirma Yolanda García, kelly “histórica” de Benidorm (Alicante).
En el otro extremo de la sala, Lara Schäfer y Anna Davodeau, empleadas del sindicato CNT-SO de Marsella. Las dos jóvenes escuchan atentamente a Eulalia García Sanz, abogada de las kellys, que describe los reveses legales del movimiento en España, a pesar de una decisión histórica de la Justicia canaria, que reconoce formalmente los riesgos para la salud asociados al trabajo de las camareras. “Es una gran victoria, pero no hay una solución detrás”, se preocupa Eulalia García Sanz. “También hemos presentado un proyecto de ley en el Parlamento, pero está en un cajón. En cambio, se nos pide que legalicemos el fraude legislando en las subcontratas, ¡sin plantearse nunca la cuestión de integrarnos en la empresa para la que trabajamos!”.
Anna Davodeau interviene: “¡Esto es lo que causa divisiones en el colectivo! En Francia, las mujeres de la limpieza están cubiertas por el convenio colectivo de limpieza, mientras que la recepcionista, el camarero o la cocinera en el mismo establecimiento estará cubierto por el convenio más ventajoso de la industria hotelera. Es difícil movilizar a los colegas sobre su destino...”. “Terrible”, coincide Eulalia García Sanz. Y las tres consultan un texto de la Organización Internacional del Trabajo que hace referencia al “peligro” de la subcontratación y a las restricciones que ya existen en algunos países. “Genial, nos vendría bien”, dice Lara Schäfer.
Al final del día, la tensión crece un poco en la habitación, demasiado cargada. Ahora se trata de presentarse a una docena de eurodiputados, españoles, franceses, griegos, reunidos por iniciativa de Idoia Villanueva, de Podemos. Vania Araba, portavoz de las kellys, toma el micrófono: “Este texto es para evitar que nuestras vidas se derrumben. Estas empresas nos están robando y lo están haciendo abiertamente. Para ellos, somos muñecos de usar y tirar”. Yolanda García añade: “No subcontratamos al conductor del autobús, ¿por qué estamos subcontratando a la camarera? Estas empresas no aportan nada a la sociedad, sólo se enriquecen actuando como intermediarios entre nuestro salario y nuestro trabajo”.
“Todas nuestras luchas son victoriosas sobre el terreno. ¡Diputados, tiéndanos la mano!”, insta Claudia Turbet-Delof, mientras la CNT enumera la larga lista de carencias existentes en Francia: pago por habitación, jornada partida obligatoria, inexistencia de dietas, de formación, un sueldo por hora de los más bajos... En Francia, ante las numerosas movilizaciones de las camareras de piso, en particular en París y Marsella, Marlène Schiappa había asegurado en junio de 2019 su compromiso de mejorar las condiciones de trabajo de los empleados de la limpieza, en su gran mayoría mujeres precarias, monoparentales, a menudo extranjeras.
Desde entonces, a pesar de una reunión con representantes de la patronal y de los sindicatos, la secretaria de Estado para la Igualdad de Género no ha prometido mucho, excepto una revisión de la “cláusula de movilidad” en la subcontratación, uno de los puntos negros del sistema francés. “No entiendo cómo puede decir que le importan las mujeres precarias cuando forma parte de un gobierno cuyas leyes tienen un impacto negativo constante sobre ellas”, dice Lara Schäfer.
“Para nosotros, la política o el sindicalismo no es un 'hobby'”
“Este texto es para prohibir estas prácticas en Europa, ¿pueden decirnos si es posible?”, pregunta Vania Araba de nuevo. Frente a ellos, los diputados, la mayoría de los cuales pertenecen a grupos minoritarios del Parlamento, sólo pueden dar su apoyo... formal, puesto que es la Comisión Europea la única con capacidad de someter a votación este tipo de textos.
Algunos también tienen dificultades para conciliar la postura nacional de sus partidos con la europea, como la eurodiputada socialista española Lina Gálvez. “Les aseguro que el Gobierno socialista es muy sensible a esta cuestión, en particular en lo que se refiere al reconocimiento de las enfermedades profesionales de las camareras”, señala el diputado, antes de que una de los portavoces de las kellys le reproche sus palabras. “En Valencia, según un informe, el 67% de las camareras tienen problemas de salud debido a su trabajo, ¡y no pasa nada! En la Costa Blanca, cuando una mujer de la limpieza se queja ante la inspección de trabajo, se tarda al menos un año en hacer una visita... Y los socialistas en el poder han terminado de desmantelar la inspección de trabajo”.
Su colega socialista Alicia Homs, eurodiputada catalana, no recibe mejor respuesta cuando propone el establecimiento de una “etiqueta” para los hoteles que integran los servicios de limpieza en sus equipos. “Ya existe, sólo estamos esperando su aplicación”, señalan amargamente las kellys.
Incluso Podemos, formación promotora de esta reunión y bastante cercana del movimiento en España, tiene que hacer malabarismos. La Comisión, que se encuentra en pleno proceso de recomposición tras las elecciones europeas, no tiene intención de reabrir la cuestión de la subcontratación, que ya fue examinada con mucha tensión cuando se votó la directiva sobre el desplazamiento de trabajadores, adoptada en 2014 y revisada en 2018. “En consecuencia, apoyamos más la aplicación de una antigua directiva sobre la mejora de la salud y la seguridad de los trabajadores, adoptada pero nunca aplicada realmente”, explica Idoia Villanueva.
“Sobre estos temas, sobre todo lo que tenemos es capacidad de interpelación”, reconoce Leïla Chaibi, eurodiputada de Francia Insumisa. “También podemos utilizar otros procedimientos, como las enmiendas de textos, como el que está por venir relativo a los derechos de los trabajadores de las plataformas”. El eurodiputado Marc Botenga, del Partido Laborista belga, también advierte a las camareras presentes en Bruselas: “Esta propuesta que nos hacen, la defenderemos y la llevaremos a Europa, a Bélgica, pero necesitaremos apoyo popular”.
Todas las mujeres de esta delegación son activistas de base. Las kellys se unieron en Facebook, inicialmente al margen de cualquier estructura sindical, y se dieron a conocer a través de acciones espectaculares combinadas con una especie de guerra de guerrillas legalguerra de guerrillas, iniciativas como el movimiento social español, que resurgió en 2011 y el movimiento de los indignados. “No trabajamos desde oficinas para gente de oficinas”, se burla Yolanda García. En Francia, la CNT-SO, a pesar del fracaso de la última huelga contra Elior Services en Marsella, es un sindicato de lucha, poco aficionado a los salones de negociación, una estrategia que tiene éxito en el sector de la limpieza.
En cuanto al sindicato United Voices of the World, fundado en 2014, se ha distinguido por llevar a cabo una serie de batallas muy duras pero victoriosas contra instituciones como la London School of Economics, The Daily Mail, Chanel y el Bank of America. El principio es sindicalizar lo más posible por abajo, es decir, a los trabajadores pobres, la mayoría de los cuales son de origen extranjero, posiblemente indocumentados. “Yo misma era camarera de pisos hace diez años, y cuando reclamé mi sueldo, mi jefe me pidió que me acostara con él”, dice Claudia Turbet-Delof, que desde entonces se ha convertido en terapeuta y activista de UNW. “No he olvidado lo vulnerable que puedes ser. Nuestro movimiento está formado por gente como yo, implicados al 200%. Para nosotros, la política o el sindicalismo no es un hobby”.
La fe en la capacidad de la Unión Europea para hacer que las cosas sucedan es, por tanto, relativa. El miércoles 6 de noviembre de 2019, las camareras que viajaron a Bruselas acabaron su visita a Bruselas con una reunión con cuatro funcionarios de la Dirección General de Empleo de la Comisión Europea. Estos últimos les explicaron que sus problemas podrían resolverse gracias a la directiva, adoptada en julio de 2019, sobre la transparencia y previsibilidad de las condiciones de trabajo, en particular para los trabajadores más precarios, conocidos como “no estándar”. Para la Comisión, el mayor problema es que estas normas no son suficientemente claras. La Dirección de Empleo también ha prometido crear un grupo de trabajo sobre la directiva presentada por las camareras.
Una respuesta muy por debajo de las expectativas de la pequeña delegación. “Su preocupación era, sobre todo, quitarse de encima el problema de la subcontratación, aconsejándonos que lo viésemos con nuestros países y con las inspecciones de trabajo respectivas para garantizar el cumplimiento de los convenios colectivos y de la legislación laboral”, dice Anna Davodeau. “También se nos dijo que la legislación europea es la más avanzada del mundo en materia de derecho laboral, pero sabemos que la ley no se respeta. En resumen, la pescadilla que se muerde la cola”.
No lo suficiente como para desesperar a camareras y activistas de Londres, Marsella o Barcelona. Planean constituirse en plataforma internacional para poner fin a la subcontratación, con el posible apoyo de alemanes y belgas. La próxima cita, todo apunta, será en Londres el próximo mes de enero. “Si hacemos este tipo de viajes es porque creemos en ello y si no lo conseguimos mañana, lo lograremos pasado mañana”, explica Claudia Turbet-Delof. “Las kellys son guerreras y nosotras somos muy malas perdedoras”kellys. ____________
Traducción: Mariola Moreno
'Las Kellys' recaudan más de 60.000 euros para crear una red de reservas de hoteles que respetan los derechos laborales
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