Plaza Pública

Casaldáliga, un emérito en Brasil

Casaldáliga

Francisco Javier López Martín

Eran aquellos años en los que el dictador se iba muriendo y la dictadura pugnaba por seguir viviendo. La editorial Desclée de Brouwer fue publicando entre ambos mundos, el que se estaba muriendo y el que aún no había nacido, una colección de libros bajo el título El credo que ha dado sentido a mi vida.

Yo no había cumplido los 20 años. No los leí todos, pero los que leí eran libros escritos por personas a las que yo tenía como referencias personales. No los elegí, me los propusieron como modelo. José María de Llanos había escrito un libro llamado Creo, publicado en 1971.

Otro de los que leí estaba escrito por otro jesuita, uno que se había ido a vivir con el padre Llanos al Pozo del Tío Raimundo, Yo creo en la esperanza, se llamaba el libro y otro, Yo creo en la justicia, de un consiliario de la HOAC por Alemania y Holanda, llamado Javier Domínguez. De Pedro Casaldáliga, en esa misma colección recuerdo haber leído Yo creo en la justicia y en la esperanza.

Se ve que este claretiano compartía a pies juntillas con los jesuitas, con los curas obreros y los teólogos de la liberación estos conceptos de justicia, esperanza, que completaban la declaración de intenciones del primer libro de la colección, ¡Ay de mí, si no evangelizare!, a cargo de José María González Ruiz.

A muchos y muchas de menos edad que yo les sonará a chino cuanto estoy contando, lo cual da buena muestra de la derrota que hemos sufrido en muy pocas décadas. Nuestras historias y nuestros nombres han sido borrados de la historia. Derrota de quienes creímos que otro mundo era posible, que había esperanza, quienes dedicamos buena parte de nuestra vida a eso que los cristianos llaman evangelizar, los anarquistas difundir la idea y los marxistas, más prosaicos, agitación y propaganda (agitprop).

La derrota del nuestros viejos dioses a manos de los poderosos dioses del dinero. La derrota de la justicia a manos de las desigualdades. La derrota del amor a la vida y la Naturaleza, a manos del consumo infinito y la felicidad virtual.

Hasta nuestros reyes aprendieron rápido que, puede mucho el dinero, mucho se le ha de amar. No es que la tradición de los borbones sea especialmente gloriosa en asuntos de amigas entrañables y dineros forjados en oscuras comisiones obtenidas en turbios negocios. No todos fueron iguales, pero los casos de Isabel II y Alfonso XIII dieron que hablar en los mentideros de la villa y salones de la Corte y abonaron el futuro de la dinastía.

Muchos de nuestros jóvenes –nadie interprete que todos, porque de todo hay en la viña del Señor– desean estudiar poco, trabajar lo justo, ganar dinero a espuertas, divertirse y disfrutar a lo grande. Mínimo esfuerzo, máximo beneficio.

El modelo de los youtuber, los influencer, los traperos, probadores de videojuegos, experto en SEM, SEO, CEO, vendedores de humo, se ha impuesto sobre aquellos jóvenes que antaño elegían servir a los demás, acudir a taponar las venas abiertas de América Latina, construir centros de salud, escuelas, defender la naturaleza saqueada. Aquello que hicieron en el pasado personajes como Tata Vasco en Michoacán y, en tiempos más recientes, Pere Casaldáliga, en Mato Grosso, en la Amazonía.

Ambos llegaron a obispos cargados de dignidad. Casaldáliga se jubiló a los 75 años, ocho malarias después y una Pastoral de la Tierra, un Consejo Indigenista, un Movimiento de trabajadores sin tierra, un párkinson, varios intentos de asesinato y expulsión, decenas de libros de ensayo y poesía. Se jubiló pero se quedó entre los suyos, defendiendo a los indígenas frente a los terratenientes, siempre amenazado de muerte, sobreponiéndose al miedo.

Aquella pasión por la justicia y aquella confianza en la esperanza hicieron que se acercara a la teología de la liberación, al diálogo con cuantos combatían por esas mismas cosas desde la izquierda, el marxismo. Defendido por Pablo VI, quien toca a Pedro, toca a Pablo, reprobado y amonestado por Juan Pablo II, obviado por Benedicto XVI, reconocido por Francisco, quien en los últimos tiempos ha publicado artas y encíclicas como Querida Amazonía, o su Laudato Si, Sobre el cuidado de la casa común, que hablan de ecología integral, la defensa de la vida, de todas las vidas, de los pueblos indígenas y sus relaciones con la Naturaleza, la Pachamama, la transformación del mundo. Escritos que parecen respuestas tardías, pero sinceras, a la carta que dirigió Pedro Casaldáliga a Juan Pablo II hace casi 35 años.

Era Casaldáliga un emérito, un príncipe de la Iglesia emérito, que siguió haciendo hasta el final de sus días lo que había hecho a lo largo de toda existencia, defender la vida. Una forma de entender la vida que queda sintetizada en estas pocas frases que quiero recuperar. "Dónde no hay libertad no puede haber justicia". "Sin justicia no habrá paz". "No basta con ser creyente, hay que ser creíble"

Si dios existe, digo, es un decir, si existe, entonces tendría razón Francisco cuando dice: "Los santos son el reflejo de la presencia de dios". Entonces, el emérito Pedro Casaldáliga, Pere para los catalanes, sería un santo, un ejemplo, un modelo para nuestros jóvenes, un reflejo de cuanto bueno puede habitar en los seres humanos a lo largo de una vida.

Exista, o no exista dios, digo, es un decir, este hombre, por incómodo que fuera para según qué jurados apoltronados, hubiera merecido un Premio Nobel de la Paz, un Princesa de Asturias de la Concordia y tal vez un Cervantes. Descanse para siempre en la esperanza y la justicia de los pobres, en la memoria de los pueblos.

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