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El dinosaurio todavía estaba allí

Aroa Moreno: "Es devastadora la tensión, no solo política, sino social que la pandemia ha dejado"

La escritora Aroa Moreno.

Clara Morales

¿Leer? Difícil. ¿Escribir? Imposible. La alarma sanitaria y el confinamiento pudo con la capacidad de concentración de la escritora Aroa Moreno. Como con la de tantos otros. La columnista de infoLibre, autora de La hija del comunista, se descubrió haciendo esfuerzos por alejarse de las redes sociales, perdiendo el sueño por la penúltima cifra aterradora del día. Como tantos otros. A la angustia en lo peor de la pandemia se sumaban también los malabares de la conciliación, la incertidumbre, la suspensión de los viajes para acompañar a una nueva traducción de su novela. Con esta entrevista, realizada a mitad de julio, se suma a esta sección en la que creadores y trabajadores de la cultura reflexionan sobre una crisis que aún no ha terminado. 

Pregunta. ¿Cómo ha pasado profesional y creativamente el confinamiento?

Respuesta. Pues ha sido una época muy poco productiva en ese sentido. Me ha costado mucho concentrarme y tener la serenidad que la escritura requiere. Al principio, un poco llevada por el: ¿de qué otra cosa se puede escribir si no es de esto? Y esto me resultaba muy poco estimulante. Sentía que de poco nos iban a servir las palabras, que yo estaba muy lejos de ser esa parte esencial de la sociedad.

Si pudiera echar marcha atrás, me gustaría haber aprovechado el tiempo de otra manera. Que ahora tuviera entre las manos algo que hubiera crecido en esos meses de encierro. Pero no ha sido así. También era increible no tener tiempo estando todo el día dentro de casa. Sí es cierto que he vuelto a escribir poemas, y he arrancado algún texto más largo. Pero sentía que todo mi acceso a lo exterior estaba muy filtrado por las noticias y las redes, y ese era un punto de vista estrecho y mermado, incluso, si no estás escribiendo nada acerca de la crisis del coronavirus.

P. ¿Cree que lo vivido en estos meses le ha cambiado? ¿De qué manera?

R. Una de las cosas que más me ha impresionado ha sido nuestra relación con la muerte. Vivíamos como si fuéramos indemnes. Las cifras han sido tan escalofriantes que morir o enfermar comenzó de nuevo a formar parte de la cotidianeidad.

Todavía no soy capaz de saber muy bien cómo me ha transformado esta situación. Sí en cuanto a que nos ha dado tiempo a mirar un poco de lejos nuestra vida desde todos los flancos y te das cuenta de las cosas que estabas haciendo movida por una inercia antigua. El cambio, supuestamente, debería llegar ahora. Pero apenas estamos todavía cogiendo aire. Al menos, yo siento que estoy asomando la cabeza. He llegado boqueando al verano.

P. En estos meses de enclaustramiento y “nueva normalidad”, ¿ha cambiado su relación con su propia imagen pública, y en particular con las redes sociales (si es que tiene)?

R. Pues al principio del encierro, me sentía más libre en las redes a la hora de verter opiniones que, en otro tiempo, eran más tibias o tímidas. Pero se me ha ido pasando. Creo que he compartido más imágenes privadas de la vida de ventanas para adentro. Como no quería censurarme y me apetecía exponerlo, de alguna manera, decir: "mira, así estamos por aquí, compañero, todos más o menos igual", decidí cerrar, hacer privada, alguna de mis cuentas. Que pudiera controlar quién estaba mirando lo que decidía compartir. Lo que cambió, sobre todo al principio, fue el tiempo que echaba en las redes. Tuve que forzarme a no estar 24 horas pendiente de lo que pasaba. No conseguía ni dormir.

P. ¿Y cree que el mundo a su alrededor ha cambiado de una forma profunda, más allá de las alteraciones obvias?

R. Pues me gustaría pensar que sí. De dentro hacia fuera, y lo más alrededor de cada uno y que puede que se haya transformado es el concepto de vecindario, de pueblo y así en círculos concéntricos hasta lo que pensábamos que era un Estado.

Sin embargo, no sé si ha cambiado algo más estructural y a largo plazo. En el caso de este país, por ejemplo, es devastadora la tensión, no solo política, sino social que la pandemia ha dejado. Nunca he escuchado más barbaridades y menos solidaridad. Hemos asistido a verdaderos arranques de prepotencia y malaje por parte de algunos políticos que me resultaba sorprendente que pudieran producirse cuando el pueblo estaba sufriendo sin tregua.

P. El mundo del libro, como otros muchos, se ha visto paralizado durante meses. ¿Cómo imagina el futuro de este sector a medio plazo?

R. Puede que el mundo del libro se estuviera sosteniendo ya a duras penas y que esta repensada sea eficaz. Me gustaría, puesto que los grandes libros se seguirán publicando, que no se vieran golpeados por la crisis los autores noveles, las pequeñas y arriesgadas apuestas y que el ecosistema del libro, como lo llaman, supiera engranar bien todas sus tuercas para que nadie se quede atrás. Es bonita la solidaridad que ha habido con las librerías pequeñas.

P. ¿Se ha planteado en algún momento escribir algo relacionado con las experiencias de estos meses? ¿Cree que es demasiado pronto, o que la literatura tiene el deber, de alguna forma, de contar también esto?

R. No. Aunque, por ejemplo, en los artículos me cuesta obviar que esto es está pasando y cómo está afectando a todo lo que antes nos importaba. Si esta es la vida que vamos a tener a partir de ahora, donde uno duda hasta darle un beso al amigo cuando lleva meses sin verlo, es un cambio tan brutal que supongo que se colará inevitablemente en las historias y formará parte de la literatura. Sin embargo, no entiendo la aversión que hubo a las posibles narrativas que pudieran estar surgiendo en los meses del confinamiento. Llevamos siglos hablando de temas trillados, repitiendo los argumentos y, de pronto, inesperadamente, buena parte de la humanidad ve y vive en primera persona cómo su vida se transforma con violencia, en muchos casos, con dolor, ¿y no vamos a intentar escribirlo? ¿No vamos a querer leer lo que algunos pensaron al respecto? Se me hace una postura extraña. Otra cosa serán las estrategias comerciales con la literatura de la pandemia. Pero eso ya lo conocemos y ha sucedido con otros tantísimos temas: el feminismo, lo erótico, la historia, los crímenes o, incluso, la poesía.

P.¿Ha aprendido algo de la crisis sanitaria y de la cuarentena que no hubiera aprendido de otra forma?

R. De ninguna otra manera hubiera sabido la cantidad de suciedad que puede acabar en tu boca, en tus manos o en tus ojos o no hubiera aprendido a mantener la higiene en cotas tan altas. Hubo un momento en que mi cocina parecía un quirófano. Ahora ya vuelve a parecer mi cocina.

Por otra parte, mucho más seria, hemos aprendido o desvelado algunas situaciones con las que, inexplicablemente convivíamos mirando, tal vez, hacia otro lado, siendo la situación dentro de las residencias de ancianos el más crudo de los episodios que nos han contado.

P. Si tuviera que inclinarse por una opción: de esta, ¿saldremos mejores o peores?

R. Creo que no seremos los mismos porque ya no estamos los mismos. Salir mejor o peor tiene que ver con cómo te ha golpeado la crisis de la covid-19. Como sociedad, la verdad, es que tengo muy pocas esperanzas en la transformación a través del sufrimiento. Aunque hay pequeños oasis de optimismo.

P. ¿Y tiene alguna certeza sobre qué será clave para superar la crisis? ¿Cuáles cree que deben ser nuestras prioridades o nuestros valores fundamentales en estos momentos?

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R. Habrá que ser conscientes de que únicamente la solidaridad incondicional y una respuesta coordinada global puede hacer frente a estas situaciones. Debe ser prioritario dotar a los servicios públicos, como la sanidad, la educación o la investigación científica, de condiciones laborales dignas para sus funcionarios e infraestructuras decentes. Es el momento de devolver a lo público su valor. Si lo seguimos desangrando, volveremos a sufrir, antes o después, el colapso.

P. ¿Qué le ha servido a usted, personalmente, para seguir a flote en los peores momentos del confinamiento y la crisis sanitaria?

R. Hablar mucho con los demás, tener un niño incombustible de cuatro años siempre alegre, leer cuando recuperé las ganas y la tila alpina.

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